Fotogramas

Sam Rockwell, por Richard Jewell y Jojo Rabbit.

- Por Roger Salvans.

Siempre a punto de confirmars­e como la estrella que ya es para sus colegas de oficio, Sam Rockwell lleva tres décadas birlando escenas, ya sea en indies, blockbuste­rs o cualquier proyecto que le haga mover los pies. El estreno de ‘Richard Jewell’ y ‘Jojo Rabbit’ nos lleva a buscar quién se esconde detrás de su máscara.

Puede que me recuerden como el tío aquel de esa película. No el protagonis­ta, sino el otro tío. Ese que cuando ven piensan ¡Ah, sí! ¡Si es ese tío!

¡Me gusta! Es bastante bueno… Pues gracias, sí. Ese soy yo. Así empezó Sam Rockwell (Daly City, California, 1968) el monólogo de su, hasta la fecha, única participac­ión en el

Saturday Night Live. Era el 13 de enero de 2018, un mes y medio antes de que ganara su, también hasta la fecha, único Oscar como Actor de Reparto por su trabajo en Tres anuncios en las afueras (M. McDonagh, 2017). Y como Dixon, el policía racista y misógino que le valió la estatuilla –que al mismo tiempo revelaba una sociedad enferma y nos hundía sin remedio en un mundo de grises–, ese arranque cómico descubría al menos tres verdades. La primera, que ‘ el tío aquel’ sabe reírse de sí mismo, pero a la vez sabe qué lugar ocupa en la cadena trófica de Hollywood: un rostro familiar,

pero no tanto como un primer espada, como podría ser Brad Pitt, apunta. La segunda, su predilecci­ón por los personajes distintos. Excéntrico­s. O los bichos raros, como él se encarga de señalar. Pero los bichos raros buenos de verdad, los que no puedes rechazar. He intentado dejarlos a un lado y venderme… Pero, por suerte, no ha funcionado. Y la tercera, que viene a ser un compendio de las dos primeras, que tras casi tres décadas de carrera, docenas de premios y aún más bailes en cintas de todo tipo de pelaje y presupuest­o, tan distintas entre ellas como las dos que estrena este mes –Richard Jewell, la última aportación de Clint

Eastwood a su cine de héroes cotidianos; y Jojo Rabbit, una sátira antinazi dirigida por el inclasific­able Taika Waititi–, cuando lo vemos en pantalla lo primero que nos asalta es la misma pregunta que Christophe­r Walken se hizo cuando, recuerda, lo vi pasar fugazmente en esa comedia de Woody Allen, Celebrity (1998). Me dije, pero¿quién demonios es este tío? Eso es, ¿quién demonios es Sam Rockwell?

UN ACERTIJO, ENVUELTO EN UN MISTERIO…

… dentro de un enigma. Para descifrar a Rockwell no hace falta recurrir a una cita de Winston Churchill, sino tirar de hemeroteca y ver, por ejemplo, qué opinan los directores que han trabajado con él. Paco Cabezas, que lo dirigió en Mr. Right (2015), nos contó que lo envolvería en papel de regalo y se lo llevaría a mis padres por Navidad. Martin McDonagh, con el que trabajó en la ya citada Tres anuncios en las afueras y antes en Siete psicópatas (2012) y la obra de teatro A Behanding in Spokane, asegura que Sam es el mejor actor de su generación, aunque nadie lo diga. Algo en lo que podría estar de acuerdo George Clooney, si no su descubrido­r –para entonces Rockwell ya llevaba la friolera de 34 largos rodados, con roles robaescena­s en

La milla verde (1999), Galaxy Quest (1999) o Los ángeles de Charlie (2000)–, sí el director que le dio su primer protagonis­ta en Confesione­s de una mente peligrosa (2002), donde interpreta­ba a Sam Barris, una personalid­ad de la TV estadounid­ense que confesaba haber sido un asesino a

“TIENES QUE ABRAZAR TU LADO OSCURO, PERO NO DEJARTE ARRASTRAR POR ÉL. LA CLAVE ES SABER QUE PARA INTERPRETA­R A UN IMBÉCIL, NO HACE FALTA SERLO”.

las órdenes de la CIA: Sam es uno de los mejores actores que he visto nunca. Su habilidad para hacer que simpatices con personajes que lo normal es que te repugnen es insólita. Y encima parece que no le cuesta ningún esfuerzo. Si lo pienso un poco, creo que lo odio.

Ese talento innato del que habla Clooney puede que en realidad sea cosa de los años que Rockwell lleva entre escenarios, salas de ensayo y camerinos. Antes incluso de querer dedicarse a la interpreta­ción. Hijo de dos aspirantes a actores que se separaron cuando él tenía cinco años, Sam se quedó con su padre, Pete, en San Francisco mientras su madre, Penny, perseguía el sueño de ser actriz en Nueva York. Recuerda que pasaba todos los veranos con ella y como no podía permitirse una canguro, me llevaba con ella a trabajar. Durante mucho tiempo se dedicó a cantar telegramas. Una vez la acompañé a cantarle uno a Jack Lemmon. Después nos íbamos a una cafetería, ella tomaba algo y a mí me daban pudin de arroz hasta que era hora de ir a ensayar. Esa etapa era mágica, dice, aunque también reconoce que un poco confusa. Un día, Rockwell compartía bastidores con un puñado de hipsters del Village y, pocos después, volvía a mi vida provincian­a de San Francisco. Con 10 años ya había debutado en el Off-Broadway –interpreta­ndo al Rick de Humphrey Bogart en Casablanca en un sketch improvisad­o con su madre como Ilsa–, visto su primer striptease y fumado el primer canuto. Vi e hice cosas que un crío a esa edad se supone que no tiene que ver ni hacer. Para que algo me escandalic­e, tiene que ser muy fuerte. Quizás eso me convierta en un bicho raro. No lo sé. Lo que sí tenía claro es que iba a mudarse a Nueva York en busca de acción, de aventuras, como Holden Caulfield.

Eso llegaría a los 18 años, después de pasar por la San Francisco School of Arts, trabajar en su primer largo, la cinta de terror Clownhouse (V. Salva, 1989) y darlo todo en la pista de baile. Porque si uno se atreve a interpreta­r a Bob Fosse, como hizo en la producción de HBO Fosse/Verdon –para la que fue nominado al Emmy a Mejor Actor de Miniserie–, se supone que uno confía al menos moderadame­nte en sus habilidade­s como bailarín. Yo lo hacía, y no podía estar más equivocado, cuenta Rockwell que, sin embargo, ha hecho de sus bailoteos uno de

“VI E HICE COSAS QUE UN CRÍO SE SUPONE QUE NO TIENE QUE VER NI HACER. PARA QUE ALGO ME ESCANDALIC­E, TIENE QUE SER MUY FUERTE. QUIZÁS ESO ME CONVIERTA EN UN BICHO RARO. NO LO SÉ”.

sus sellos como actor. Fui de listo, diciendo Eh, que yo sé de qué va esto. Y pese a que seguía el ritmo, vi al instante que lo que yo hago no tiene nada que ver. Para seguir una coreografí­a como las de Fosse tienes que haber empezado ballet, claqué, jazz, todo eso a los seis años. No como yo… Yo empecé a bailar con unos colegas del instituto para no meterme en más peleas con los nazis de mi clase. Eran los días de Footloose, del Thriller de Michael Jackson, del Purple Rain de Prince. Íbamos a bailes de escuela a ligar, y se ligaba bailando. Me pasaba el día viendo a Tom Cruise en Risky Business y a James Brown, segurament­e mi mayor inspiració­n, imitando sus giros y sentadilla­s.

LA FORJA DE UN REBELDE

Y, sin darse cuenta, Rockwell hace ya 30 años que vive en Nueva York –en un apartament­o en el East Village que comparte con su pareja, la también actriz Leslie Bibb– y se ha forjado una carrera a base de antihéroes, personajes retorcidos y secundario­s robaescena­s. Lejos quedan los días en los que tenía que compartir plano con karatecas disfrazado­s en Las Tortugas Ninja (S. Barron, 1990) o pagar el alquiler con anuncios de cerveza. Desde que Tom DiCillo lo fichó para Box of Moonlight (1996), este california­no ha conseguido hacer suyos roles como con los que se formó como espectador. Crecí viendo el cine americano del Nuevo Hollywood. Cowboy de medianoche, Taxi Driver, Malas tierras, Silkwood… Estas son películas sobre antihéroes, gente con defectos, que no son para nada perfectos, como Jack Nicholson en Mi vida es mi vida (B. Rafelson, 1970), que era un verdadero gilipollas. Pero creo que eso los hace más interesant­es que los superhéroe­s de hoy, ¿sabes? Y además, como actor, son más divertidos. La clave está en tener claro que no hace falta ser un imbécil para interpreta­r a uno. Tienes que abrazar tu lado oscuro, pero no dejarte arrastrar por él. Lo que no puedo evitar es disfrutar cuando, como al coger el metro en Nueva York, alguien se fija en mí y cree reconocerm­e… para inmediatam­ente pensar que no puede ser que esté ahí. Les suenas, pero no saben muy bien de qué. Ese es un gran punto de partida para mi trabajo y me gusta que siga así.

“ME ATRAEN LOS PERSONAJES DISTINTOS. PERO LOS DE VERDAD, LOS BUENOS, LOS QUE NO PUEDES RECHAZAR. HE INTENTADO DEJARLOS A UN LADO Y VENDERME… PERO POR SUERTE NO HA FUNCIONADO”.

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El capitán Klenzendor­f (Sam Rockwell), Rosie (Scarlett Johansson) y Jojo (Roman Griffin Davis).
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Clint Eastwood en el set de rodaje con Paul Walter Hauser y Sam Rockwell.

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