Fotogramas

‘LA TONTA DEL BOTE’ (1970)

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Susana, la huérfana inocente y maltratada que protagoniz­a el sainete La tonta del bote, es un personaje que se adaptó como un guante al registro interpreta­tivo de Lina Morgan (en la foto con Arturo Fernández, el galán del film); era ese el papel que ella llevaba tiempo buscando para hacerse un lugar destacado en el mundo del cine acorde con el que ya ocupaba en la escena. Tenía cuatro pelillos y me hacía gracia cuando me colocaban dos coletas disparatad­as, que me hacían parecer más joven de lo que era, recordaba ella, que acababa de cumplir 33 años. Juan de Orduña, el veterano cineasta que había lanzado al estrellato a Aurora Bautista en Locura de amor (1948) y a Sara Montiel en El último cuplé (1957), hizo otro tanto con Lina en esta película, que cumple 50 años. La obra teatral original, inspirada en La cenicienta, estrenada en 1925 y escrita por Pilar Millán Astray, quien participó en el guion, se había adaptado antes a la pantalla en dos ocasiones: La tonta del bote (Gonzalo Delgrás, 1939) y, en versión musical, con el título La chica del barrio (Ricardo Núñez, 1956).

lizadores españoles por los que Quentin Tarantino ha manifestad­o su admiración y a quien ha rendido homenaje con algún guiño en sus películas. El cineasta la dirigió por segunda vez en Un día con Sergio (1975), de nuevo con Galiardo como pareja.

Respeto mucho las escuelas, comprendo que el actor debe tener una cultura y que puede aprender cosas que le servirán para su trabajo. Pero eso no le exime de formarse sobre las tablas y de observar la calle, donde está la gente y la vida.

María de los Ángeles López Segovia, que ese era su nombre real, fue la penúltima de cinco hermanos. La familia no te falla nunca, repetía. No se casó ni tuvo hijos, y formó una piña con sus padres, sastre y ama de casa; su hermana Julia, y el benjamín, José Luis. Era, además de hermano, mi amigo, mi empresario, mi representa­nte, mi hijo… ¡Todo! La mitad de mi éxito se la debo a él. Su muerte, con 54 años, en 1995, le supuso un golpe emocional demoledor.

Charlot o Cantinflas crearon sus personajes, y yo, salvando las distancias, he inventado el mío; muy nuestro, muy de la calle. Lo he desarrolla­do con ademanes que me gustan y que he cogido incluso de quienes entran a saludarme al camerino. Hay muecas con las que a veces me paso. Podría doblar la pierna dos veces, pero como se ríen lo repito cuatro. Así las tengo, para tirarlas. El público se cree las cosas más disparatad­as que hago porque transmito humanidad dentro de lo inverosími­l del personaje.

(Dolly). Cuando se estrenó Dos chicas de revista (Mariano Ozores, 1972), la crítica estableció similitude­s con el famoso musical protagoniz­ado por Barbra Streisand en 1969.

Eso era algo que no estaba en nuestro ánimo cuando la hicimos, replicó Lina. La película, con guion escrito para ella, es un claro reflejo de su propia trayectori­a profesiona­l. Sé bien lo que le tiene que pasar a esta mujer, porque yo empecé como ella y lo he sufrido en mis carnes.

Fue muy celosa de su vida personal, algo en lo que contó con la complicida­d de la prensa. Fue, sin embargo, su compañero Alfredo Landa quien en sus explosivas memorias ( Alfredo el Grande. Vida de un cómico, Marcos Ordóñez. 2008, editorial Aguilar) reveló el nombre de quien fue su gran amor, Julián Esteban, productor de alguna de sus películas, como Fin de semana al desnudo, Los pecados de una chica casi decente o Imposible para una solterona. Algo que era un secreto a voces en la profesión.

(FRANCO). Este inclasific­able cineasta de culto, Tío Jess, como lo conoce su legión de admiradore­s, fue el padrino de Lina en el cine. La vio en la revista Un matraco en Nueva York, en el Teatro Alcázar de Madrid, y le llamó la atención su vis cómica. No dudó en ficharla para su comedia musical Vampiresas 1930, en la que formó pareja, por primera vez, con Antonio Ozores. La rodaron en el invierno de 1960, pero no llegó a las salas hasta 1962. Por eso en su filmografí­a figura como su primera película la comedia El pobre García (Tony Leblanc, 1961), rodada después, pero estrenada antes.

UNA INTÉRPRETE INTUITIVA

Hizo cine desde principios de los años 60, pero su despegue en la pantalla no se produjo hasta que el productor José Luis Dibildos le ofreció su primera protagonis­ta en Soltera y madre en la vida

( Javier Aguirre, 1969) y poco después se consagró con La tonta del bote ( Juan de Orduña, 1970). A la más leve de mis indicacion­es respondía de inmediato. Ese contacto mental solo se ha producido con mis hermanos y con ella, y eso que he tenido la suerte de trabajar con lo mejor de nuestra profesión, elogiaba Mariano Ozores, que dirigió ocho de sus cintas, entre ellas, Una monja y un Don Juan, La graduada y La llamaban la madrina.

“Mi nombre artístico surgió entre mi hemano José y yo. Cuando empecé estaba de moda lo extranjero. Lina nos pareció corto y bonito. Morgan se le ocurrió a él, porque podía traernos suerte, por la Banca Morgan y por el pirata, que hizo sus tesoros”.

Nació en este barrio madrileño, el 20 de marzo de 1937, en la calle Don Pedro 4, donde pasó su primera infancia. Su casa estaba a pocos metros del Teatro de La Latina. Al pasar junto a él, y aunque era aún muy niña, se decía: Algún día este teatro será mío. Cumplió su sueño en 1981, al firmar el contrato de compra del local, por 127 millones de pesetas (763.000 euros); que acabó de pagar en 1983. Lo vendió casi 30 años

después, en 2010, por 6,5 millones de euros. Un mural en la estación de Metro de La Latina recuerda su memoria.

Sus éxitos no se limitaron al campo artístico. La Cámara de Comercio de Madrid reconoció su labor como emprendedo­ra y le concedió en 1989 el Premio a Mejor Empresaria del Año. Fue la primera mujer que recibió esta distinción desde que se creó en 1953, y que cuenta entre sus ganadores a Ramón Areces, José Entrecanal­es, Juan Abelló o Enrique Loewe. Jamás podía haber soñado algo como esto, reconoció. Al lado de gigantes así mi empresa es modesta, pero se me reconoce el mérito. Es muy importante que el teatro haya entrado en el palmarés de las empresas ejemplares.

De entrada no me gustaría morirme, pero si me muero me gustaría que fuera en mi cama, tan ricamente. A ser posible, sin darme cuenta. No querría que fuera en un escenario. Falleció, como deseaba, en su casa, el 20 de agosto de 2015, a los 78 años, tras una larga hospitaliz­ación. Su capilla ardiente se montó sobre las tablas de su querido Teatro de La Latina. Reposa en el madrileño cementerio de La Almudena, con sus padres y hermanos.

La gente de la que dependía nunca confió mucho en mí, a diferencia del público, que siempre lo ha hecho y que ha sido mi mejor director. Mi peor pesadilla sería perder su favor.

Desde que vi de niña a Charlot en Luces de la ciudad me dije que yo podía triunfar también y hacer reír. Es muy hermoso provocar la risa y, modestia aparte, es una labor muy difícil. Si los cómicos no tuviéramos una vena dramática, ternura y tristeza dentro, no podríamos hacer reír.

Soy muy superstici­osa, sobre todo con los espejos rotos. La gente del teatro, como la del toro, tenemos muchas manías. Es una especie de autodefens­a para atraer a la suerte. Colecciono elefantes, es un animal del que me enamoré desde que vi

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