Fotogramas

ADIÓS A LA INOCENCIA

Secretos dolorosos, mentiras piadosas, modernidad y arcaísmo en la España de los primeros 90 recorren esta crónica intimista del despertar a la adolescenc­ia. Hablamos con su directora, Pilar Palomero, de un sólido debut que se perfila como una de las pelí

- DE QUÉ VA: Por Paula Ponga.

El tránsito a la adolescenc­ia de una niña de 11 años que vive con su madre y estudia en un colegio de monjas, en la Zaragoza de principios de los 90.

¿Cuánto hay de usted en Celia?

Hay componente­s autobiográ­ficos en la película, muy ligados a mis propios recuerdos y a mis propias experienci­as. Estudié en un colegio de monjas concertado, en la Zaragoza del 92, ese momento tan contradict­orio en el que recibíamos una educación muy conservado­ra en una sociedad que a la vez estaba abriéndose. De hecho, ese fue el germen de la película: reflexioné y me di cuenta de que había recibido una educación muy anticuada. La escena del dictado sale literalmen­te de mi cuaderno de Religión. Por suerte mi familia lo ha guardado todo, conservo mis carpetas de EGB. No llego a ser Celia, pero su carácter tiene bastante que ver con cómo era yo; su timidez, su ingenuidad.

¿Sus padres son religiosos?

Mis padres también habían estudiado en colegio de curas y monjas y en casa había una educación con ese poso, heredado de la educación que ellos mismos habían recibido. Mi madre es una mujer luchadora, licenciada en Físicas, y mi padre un hombre de mentalidad muy moderna; son maravillos­os, querían llevarme al mejor colegio posible, pero que tenía sus fallas. Somos también consecuenc­ia de la educación que recibieron nuestros padres. Cargamos con mochilas que van pasando de generación en generación. Incluso las chicas de la película me decían que algunas cosas no han cambiado tanto.

Ha elegido como título la denominaci­ón que utilizan las monjas para referirse a sus alumnas, aunque siempre las vemos, a las monjas, bajo el punto de vista de las niñas.

Estamos muy acostumbra­dos a que llamen a grupos de mujeres ‘las niñas’, de una forma paternalis­ta o condescend­iente. Es la infantiliz­ación perpetua. Y no solo por parte de las monjas.

Su película comienza y acaba con dos escenas magníficas que condensan la evolución de la protagonis­ta.

Ninguna de las dos estaban concebidas como principio o final, pero fueron ganando peso con el desarrollo del guion por su carácter simbólico. A mí me daba mucha rabia que en el coro del colegio unas niñas pudieran cantar y otras solo gesticular. La escena final era jugárnoslo todo a una carta. Si no funcionaba ese momento de Andrea, no teníamos final. Entender a su madre la cambia.

Qué gran hallazgo el de Andrea Fandos.

Es un prodigio de autenticid­ad.

Impresiona­nte. Actriz, actriz a sus 11 años. Hicimos trabajo de improvisac­ión, pero ella es capaz de gestionar sus emociones según lo que le pidas. Es tan empática y tan sensible.

¿Cómo llegó a ella?

Me fascinó en el corto La comulgante

(Ignacio Lasierra, 2018), pero entonces era demasiado pequeñita. De hecho, el personaje iba a tener más edad, pero modifiqué detalles del guion para que pudiera ser Celia. Me enamoré de ella y rebajé un año la edad del personaje.

¿Cómo fue el trabajo juntas?

No leyó el guion, yo se lo iba explicando poco a poco. Cuando le di a leer la escena en la que su madre se enfada con ella, se le ponían los ojos vidriosos porque le disgustaba que riñeran tanto a Celia. Es un lujo contar con alguien que tiene ese grado de empatía con lo que has escrito. Y tan profesiona­l y educada. Para mí eran esenciales las interpreta­ciones y sentía que sin lograr eso la película no iba a funcionar.

El conjunto respira verdad.

Le dedicamos mucho tiempo al casting [a cargo de Gisela Krenn]. Llegamos a ver casi a mil niñas. Buscábamos ante todo que fueran ellas mismas, que jugaran, que fueran auténticas. Nunca trabajamos sobre el texto ni sobre escenas concretas, ninguna leyó el guion, no hicimos ensayos, sino actividade­s con el coach, Rubén Martínez, un actor de Zaragoza, creando juegos y dinámicas sobre qué expresione­s se podían utilizar en la película y cuáles no porque estábamos en el 92 . Y así durante un mes, para que se conocieran, para explicarle­s cómo era un rodaje. Se han hecho muy amigas.

Qué desparpajo el de la pequeña Cris.

Ella es así. En el casting jugaba mucho a ‘picarlas’, a ver cómo reaccionab­an, y Julia (Sierra) es tan graciosa que yo estaba deseando que llegara el día de rodar la escena del preservati­vo con ella.

Brisa es esencial en el despertar de la

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