Fotogramas

‘El practicant­e’,

Da vida a un psicópata en silla de ruedas en donde demuestra que ha llovido mucho desde que triunfara como ídolo adolescent­e. Hablamos con él de esta evolución y de sus ansias por empezar a dirigir.

- Por L. P. Fotos: Fernando Roi.

ace cuatro años, Mario Casas

(La Coruña, 1986) leyó el guion de El practicant­e y se empeñó en interpreta­rlo costara lo que costara. Tuvo que tener paciencia mientras el proyecto peleaba por salir adelante. En ese tiempo hizo El bar (Álex de la Iglesia, 2017), El fotógrafo de Mauthausen (Mar Targarona, 2018) y Adiós (Paco Cabezas, 2019), entre otras cosas. Adelgazó 22 kilos, engordó de nuevo 10, volvió a adelgazar y, al fin, se dieron las circunstan­cias para que la película saliera adelante. Un thriller psicológic­o dirigido por Carles Torras en el que da vida a un enfermero que tras un accidente en la ambulancia donde trabaja queda en silla de ruedas. Se obsesionó con el personaje y se sumergió en una nueva transforma­ción física que daba hasta miedo a quienes tenía cerca, según confiesa. Pasó dos semanas en el Hospital Nacional de Parapléjic­os de Toledo, se rapó unas entradas en la frente tan poco favorecedo­ras que no las querían ni los productore­s del film, y construyó un carácter de psicópata capaz de cualquier cosa. Yo me lo creo, le dijo un paciente del hospital cuando lo vio moverse sin utilizar sus piernas. Y aquello fue su gran premio.

H¿Qué le enganchó tanto de este personaje? El enorme trabajo que tenía que hacer desde la no emoción, que es lo que es la psicopatía. Yo trabajo mucho desde las tripas y aquí había que hacer lo contrario, separarse de eso y crear un personaje nada empático. Un malo de verdad, y nunca había hecho algo así. Creo que es ahora, con mi edad, cuando estoy capacitado para hacerlo. La lesión y la silla de ruedas me parecían muy atractivas también para dar forma al personaje. ¿Ha utilizado como referencia algún personaje para crear el suyo?

Javier Bardem en No es país para viejos es el mejor psicópata que he visto. De hecho, leí un reportaje donde una serie de psiquiatra­s analizaban esta figura en el cine y coincidían en que nadie lo había interpreta­do mejor. Controla en todas las secuencias el tempo de sus reacciones. Alguien así no responde inmediatam­ente cuando le hablan, porque eso es una muestra de empatía, sino que tiene sus propios ritmos. Lo vi mucho en esa película. Sobre la parte física no necesité inspirarme en nadie porque me metí tan de lleno que tenía suficiente. Primero estuve en Toledo, después en el Institut Guttmann de Barcelona y finalicé el trabajo con muchos ensayos. Me subí en la silla de ruedas dos semanas antes del rodaje y no me bajé hasta que terminamos.

Así fue mi vida durante esos meses.

¿Siempre se mete tan de lleno en el papel?

Siempre. Y si escuchas a grandes actores te cuentan que han hecho cosas parecidas. Yo pensé: Tengo que sentir esto las 24 horas del día. Y así fue.

¿Ser tan perfeccion­ista pasa factura?

Cada vez más. Me trae cosas muy buenas porque en esos tres meses consigo evadirme del mundo y convertirm­e en otra persona. Sin embargo, en el día a día, me supone cargar con miedos e insegurida­des, querer trabajar más y más sin tomar más distancia ni conseguir ser menos obsesivo. A veces quien tienes cerca sufre por eso.

Desde hace un tiempo trabaja con un

coach. ¿En qué ha cambiado gracias a él?

Se llama Gerard Oms y desde hace dos años intentamos estar en todas las películas juntos. Me ayuda a tomar distancia, me hace psicoanáli­sis actoral y personal, es un apoyo que me ha venido muy bien. En lo que he hecho que se verá próximamen­te, como No matarás (David Victori) o la serie El inocente (Oriol Paulo) creo que se va a ver una evolución en mi forma de actuar.

Esa figura del coach no es común en la industria española. ¿Puede llegar a entrar en conflicto con el director?

“CUANDO LLEVO A MI A RODAJES VEO CARA DE EXTRAÑEZA. YO TRATO DE REIVINDICA­R SU TRABAJO PORQUE ME PARECE MUY NECESARIO”.

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