Fotogramas

ESTO NO VA DE WOODY ALLEN

No, no va de nuestro hombre de portada del mes pasado. Va de cómo nos hemos convertido en cazadores de brujas en redes sociales. De cómo las emociones transforma­n las incertidum­bres en certezas. De cómo convertimo­s al inocente en culpable, y viceversa, a

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Ahora detestamos a Woody Allen. Creemos que abusó de sus propias hijas. Que es un monstruo a la altura de Harvey Weinstein con el añadido del incesto. Nos negamos a ver sus películas. Celebramos cuando las editoriale­s se niegan a publicar sus memorias, o cuando Amazon rompe su contrato. A los acosadores, ni agua, opinamos con semblante severo. Cualquier otra actitud sería de una imperdonab­le complicida­d. Y nosotros somos muy personas ejemplares ¿verdad?

Lo raro es que la denuncia contra el director de Annie Hall por haber abusado de su hija Dylan data de 1992. Y ni siquiera llegó a un juzgado. Un hermano de la víctima la niega enfáticame­nte. Durante más de 20 años, seguimos viendo las películas de Allen (o dejamos de verlas por razones artísticas, no morales). Nos alegramos cuando le dieron el premio Príncipe de Asturias en 2002. Hasta nos hicimos una foto con su estatua de Oviedo. ¿Qué cambió en él?

El nuevo libro de Edu Galán, El síndrome Woody Allen (Debate), explica que no cambió él: fuimos nosotros. A partir de la reconstruc­ción del caso Allen, Galán analiza cómo formamos nuestra opinión hoy en día. Porque curiosamen­te, todo el mundo tiene una opinión sobre Allen. Algunos lo defienden rabiosamen­te. Otros, lo condenan sin titubeos. Pero nadie admite que no sabe lo que ocurrió en 1992.

Y eso es un síntoma del mundo en que vivimos. Un mundo donde miles de personas pueden, por ejemplo, defender que la tierra es plana, o salir a manifestar­se rabiosamen­te porque la Covid-19 no existe, sino que los gobiernos del mundo lo han inventado para instalarno­s un microchip y controlar nuestros pensamient­os. La verdad ha sido abolida, y cualquier idea, hasta la teoría de la conspiraci­ón más absurda, puede unir a una violenta turba dispuesta a silenciar a los escépticos.

Galán señala culpables de ello en todos los rincones de la sociedad: las redes sociales que fomentan un activismo de clic, forjando comunidade­s gigantesca­s unidas por una opinión superficia­l. La universida­d, entregada a una cultura de la satisfacci­ón del cliente, que protege a sus alumnos de la incomodida­d de pensar. La izquierda que ha renunciado a luchar contra el capitalism­o, y ahora lucha contra las palabras que no le gustan. La combinació­n de esos factores es veneno para la libertad de expresión, la presunción de inocencia y el debido proceso.

En un escenario así, los artistas se vuelven líderes de opinión. No necesitan saber de qué hablan para tener muchos seguidores en redes. Debatimos con pasión los análisis científico­s de Miguel Bosé. Nos rebelamos contra las opiniones de género de J.K. Rowling. Y si Mia y Ronan Farrow alzan la voz por un conflicto familiar, nos conmueven mucho más que el genocidio rohingya, el golpe de estado en Mali o cualquiera de esas aburridas tragedias sin famosos.

En suma: vemos el mundo a través de una pantalla, ponemos especial atención en los personajes glamurosos y los juzgamos desde nuestro gusto personal. Hemos convertido este planeta en una peli mala, y mucho más triste que Manhattan. *Santiago Roncagliol­o, escritor peruano autor de célebres novelas como Pudor -llevada al cine por David y Tristán Ulloa en 2007-; Abril rojo o El material de los sueños (Arpa), que explora la relación entre realidad y ficción.

“TODO EL MUNDO TIENE UNA OPINIÓN SOBRE ALLEN. ALGUNOS LO DEFIENDEN, OTROS LO CONDENAN, PERO NADIE ADMITE QUE NO SABE QUÉ OCURRIÓ EN 1992”.

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Por Santiago Roncagliol­o*.

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