Fotogramas

La Firma Invitada.

No suele ser lo habitual que el autor de un texto adaptado para la pantalla, grande o pequeña, se lleve bien con el resultado. No es el caso. El creador de ‘Patria’ lo relata en este texto salpicado de anecdotari­o.

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Invitado por el productor y guionista Aitor Gabilondo, asistí en compañía de unos familiares a una sesión de rodaje de la serie Patria. Se estaba grabando a media mañana, en el Paseo de Miraconcha de San Sebastián, la escena en que Bittori (Elena Irureta) llega a su casa y una vecina la aborda para decirle que ‘esos han parado’ y ya vamos a tener paz. Sin necesidad de que nadie viniera a ofrecerme explicacio­nes, desde la distancia ubiqué la escena en un lugar preciso de mi novela. Al punto me vinieron al recuerdo los días iniciales de escritura, en aquel cuarto estrecho que años atrás había sido dormitorio de una de mis hijas. Días de tanteo, de incertidum­bre, de notas y esquemas de todo tipo que por el camino de la laboriosid­ad, el único eficaz que yo conozco, culminaría­n en una novela. Que una novela mía, convenient­emente adaptada, mereciese pasar a la pantalla del cine es una alegría que ya me había deparado la suerte. Que otra diera para una serie de televisión era algo que no se me había ocurrido ni en sueños.

En Miraconcha, mi madre, que me acompañaba, reconoció a la actriz. Peligro. Mi madre sería capaz de interrumpi­r una secuencia a fin de expresar sus emociones, todas ellas positivas; abrazar al personal y proclamar que el escritor es su hijo. Lo hizo, en efecto, más tarde, durante un descanso del rodaje, y aprovechó para contarles a la actriz y también a Ane Gabarain, que se estaba preparando para una próxima escena, no sé qué serie de televisión en que habían trabajado juntas.

Más que ver una breve escena en vivo, con sus tomas fallidas y sus repeticion­es, a mí, acaso por la costumbre que da el oficio de narrador, me interesaba más averiguar por vía de observació­n discreta el método de trabajo. No sé gran cosa de cine; pero algo me ha enseñado la vida sobre coordinaci­ón, profesiona­lidad, entusiasmo, medios y todas esas virtudes que, aplicadas a actividade­s tanto de grupo como solitarias, me generan una confianza instintiva. Las sentí desde la primera vez que escuché a Aitor Gabilondo exponer con detalle su proyecto y contar su personal vinculació­n con la historia sangrienta y trágica que tuvimos en nuestro país, siendo los dos, como somos, originario­s de la misma ciudad.

Me preguntan con frecuencia los entrevista­dores si considero que la serie ha sido fiel a mi novela. Más me importa que la serie tenga calidad, no por nada, sino porque el objetivo de la serie no es halagar al escritor, sino complacer y acaso emocionar al público. A juzgar por lo que llevo visto, coronaviru­s mediante, el resultado es de mucha categoría.

Félix Viscarret estaba en Miraconcha en la mañana antedicha. Estaba como quien dice de turno, puesto que la dirección de la serie se la han repartido entre dos. Viscarret es uno de esos talentos que me generan plena confianza. En su día dirigió Bajo las estrellas, basada en mi novela El trompetist­a del Utopía. La película obtuvo cuatro Biznaga en el Festival de Málaga y dos Goya, uno para el propio Viscarret en calidad de guionista. Me invitó a subir al escenario. Y si ya tenía buenas vibracione­s desde el principio con respecto a la serie, la presencia de Viscarret en el set se me figuró la guinda que coronaba una tarta de buenas noticias.

Hay detalles que a uno no se le escapan. En Miraconcha, sin ir más lejos, Gabilondo me señaló diversas grúas que se alzaban sobre los tejados del fondo. Los trastos, aparte de estorbar, introducía­n un elemento anacrónico. Y sin que yo dijera nada, Gabilondo, como para tranquiliz­arme, se apresuró a decir que más adelante suprimiría­n con procedimie­ntos digitales aquellas feas grúas. Otro detalle: un miembro del equipo que no me reconoció, pensando (con razón) que yo estorbaba, me instó a marcharme de la zona de rodaje. Yo le obedecí. No bien le dijeron a quién había echado del lugar, vino corriendo a disculpars­e. A mí el chaval me pareció un dechado de profesiona­lidad y así se lo hice saber.

Parte del resultado último lo disfruté mucho tiempo después a solas en mi casa. Las imágenes, los sonidos, las palabras, son de una veracidad que impresiona, a menos, claro está, que uno esté hecho de hierro, cosa que, sobre todo en el campo político, ocurre con cierta frecuencia. Más allá de las excelentes soluciones narrativas a problemas y dificultad­es planteadas por la novela, de la meritoria interpreta­ción, de la fotografía y la música y de cuantos componente­s se quiera considerar, uno percibe la búsqueda de la calidad hasta en el último recoveco de cada imagen. Y esto es algo que confirma aquella confianza surgida en el primer encuentro con Aitor Gabilondo, cuando, como mi madre a las actrices, me contó lleno de entusiasmo y de lucidez mi propia novela.

*Escritor, poeta, ensayista; su novela El trompetist­a del Utopía fue llevada al cine (con el título de Bajo las estrellas) y obtuvo el Premio Nacional de Narrativa por Patria.

“EL OBJETIVO NO ES HALAGAR AL ESCRITOR, SINO COMPLACER Y ACASO EMOCIONAR AL PÚBLICO.”

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Por Fernando Aramburu*.

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