UN SILENCIO A PRUEBA DE BOMBAS
Del manto de protección que tendía la industria sobre el star system para que las vidas de las estrellas respondieran a lo que el público que pagaba por verlas esperaba de ellas, y del (inútil) conocimiento que hoy tenemos de su intimidad habla este mes e
La gran estrella del cine mudo Wallace Reid murió por una sobredosis de morfina. Cary Grant y Marlene Dietrich eran bisexuales. Clara Bow, ninfómana (al menos según el autor de Hollywood Babilonia, Kenneth Anger). Lana Turner tenía un amante mafioso, al que su hija asesinó con un cuchillo. Erich von Stroheim montaba orgías extremas. Y todas esas historias tienen algo en común: nadie se enteró de ellas.
En los viejos tiempos, había que esperar a la muerte de las estrellas para que sus orientaciones, adicciones y hasta delitos se hiciesen públicos. Para no perjudicar su imagen, la industria guardaba su privacidad en un búnker. Los roqueros se enorgullecían de vivir intensamente y morir jóvenes. Las estrellas de cine, en cambio, proyectaban un silencio a prueba de bombas, invulnerable sobre todo a la realidad.
Qué lejanos parecen esos tiempos cuando uno sigue a Brad Pitt. En los últimos años, ha trascendido que se pasaba el día bebiendo y fumando porros, que maltrataba a sus hijos, que su nueva novia es casada, pero tiene una relación abierta. Por no hablar de Kevin Spacey, que al ser acusado de acoso sexual, se defendió argumentando que era gay, quizá en un intento desesperado por considerarse parte de una minoría discriminada… O, sencillamente, tratando de distraer.
En nuestro frenético siglo XXI, hemos sido detalladamente informados sobre las tácticas de depredación sexual de Harvey Weinstein, hemos descubierto las depresiones que condujeron al suicidio a Robin Williams, hemos visto en vídeo las peleas entre Jennifer Lopez y Marc Anthony, o la oración contra la COVID-19 de Madonna en la bañera.
VIDAS A MEDIDA
La fortaleza que protegía a las estrellas de cine no ha sido la única en caer. También han visto derrumbarse la suya los poderosos, cuyas vidas privadas solían mantenerse al margen del debate. Si no, que lo diga el Rey emérito, cuyos secretos de alcoba hoy tienen mucha alcoba y poco secreto. O los dos últimos expresidentes franceses, ambos emparejados con estrellas de la farándula (por cierto, el único ejemplo que consiguió seguir Albert Rivera).
Hoy, como nunca, hemos saltado la valla: conocemos la intimidad de los políticos, los héroes y los famosos, muchas veces con su propia y entusiasta colaboración. Nuestro mundo sin vida privada es, sin duda, mucho más eficiente para vigilar los delitos que esas personas puedan cometer. Sin embargo, para todo lo que no constituya materia penal, resulta más feo. Un reciente estudio mostró que la mascarilla sanitaria hace a la gente más hermosa, porque nuestra mente rellena a nuestro gusto los vacíos de información en su aspecto. Pues lo mismo ocurría con las estrellas del cine de los viejos tiempos: el silencio los protegía, extendiendo la ficción, dibujando sus vidas a medida de nuestros sueños.
Hoy, es imposible olvidar que las estrellas son solo humanos, con tantos defectos como cualquier otro. Sabemos que tienen su propia personalidad, no la que queremos para ellos.
Y ese debe de ser nuestro conocimiento más inútil. *Santiago Roncagliolo, escritor peruano autor de célebres novelas como Pudor –llevada al cine por David y Tristán Ulloa en 2007–, Abril rojo o El material de los sueños (Arpa), que explora la relación entre realidad y ficción.
“QUÉ LEJANOS PARECEN EN NUESTRO FRENÉTICO SIGLO XXI SIN VIDA PRIVADA, LOS TIEMPOS EN LOS QUE LA INDUSTRIA GUARDABA LA PRIVACIDAD DE LAS ESTRELLAS EN UN BÚNKER”.