SOPHIA,. AYER, HOY Y SIEMPRE
De pasar hambre de niña a ser la actriz más internacional de Italia. De ser modelo de fotonovelas a protagonizar películas con Marcello Mastroianni, Marlon Brando o Paul Newman. La vida de Sophia Loren, que recordamos con motivo de su vuelta a la pantalla
Si pienso en mi vida, me parece casi imposible que haya ocurrido en realidad. Una mañana de estas, me digo, me despertaré y descubriré que lo he soñado todo. Para ser sincera, no siempre ha sido fácil, pero sin duda ha sido maravilloso, ha valido la pena. El balance que hizo Sophia Loren al mirar hacia atrás en sus memorias, Ayer, hoy y mañana (Editorial Lumen, 1914), publicadas para celebrar su 80.º cumpleaños, reflejaba una mezcla de orgullo y lógica sorpresa. ¿Cómo pudo imaginar jamás aquella niña nacida en Roma el 20 de septiembre de 1934, pero criada en Pozzuoli, junto a Nápoles, en la pobreza absoluta (El hambre fue el tema dominante en mi infancia) que iba a conquistar Hollywood y se convertiría en la más popular de las actrices italianas y símbolo internacional de su país? Oscar con historia. A las 6.39 de la mañana del 9 de abril de 1962 sonó el teléfono en su casa de Roma. Era Cary Grant que, en esos tiempos en los que no se retransmitía aún la gala de entrega de los Oscar, le comunicó que había ganado la estatuilla a la Mejor Actriz por su papel en Dos mujeres, dirigida por Vittorio De Sica. Ella tenía 27 años y acababa de hacer historia. Era la primera vez que alguien ganaba la estatuilla como intérprete por un film nominado en la categoría de Mejor Película de Habla No Inglesa. Recibió la noticia tras una noche en vela junto a su marido, Carlo Ponti, productor de la cinta. No había tenido valor de asistir a la gala. Si perdía me desmayaría. Y si ganaba, también. No podía dar ese espectáculo, se disculpó. El mensajero de la buena nueva, Cary Grant, había sido su compañero de reparto, junto a Frank Sinatra, en el que fue su debut en el cine americano, la coproducción Orgullo y pasión (Stanley Kramer, 1957), filmada en España. El último día de rodaje, le propuso matrimonio. Ella no aceptó, pero mantuvieron una buena amistad. Volvieron a protagonizar juntos Cintia (Melville Shavelson, 1958) y esa vez sí hubo boda, pero solo en la ficción, en la última secuencia de la película.
Padre ausente. En su camino al éxito contó con el impulso de su madre, Romilda Villani. Esta era pianista y de joven había ganado un concurso de dobles de Greta Garbo cuyo premio era viajar a Hollywood, pero sus padres no la dejaron ir. Tras eso se escapó a Roma para probar suerte en el cine, pero se cruzó en su camino un apuesto joven, Riccardo Scicolone, que desapareció en cuanto supo que se había quedado embarazada. Así que se tuvo que volver con su bebé a Pozzuoli. Sophia, que tenía seis años al estallar la Segunda Guerra Mundial y once cuando concluyó, se criaba sin padre y sintiéndose avergonzada por ser hija de madre soltera. Para qué quería yo un apellido sin el afecto del hombre que lo llevaba, se lamentó superada aquella época. Era tan larguirucha que la apodaban ‘Palillo’, pero en cuanto entró en la adolescencia y su figura cambió por completo, su madre no tardó en inscribirla en concursos de belleza y en irse con ella a Roma. Poco a poco se forjó una reputación como modelo de fotonovelas y logró pequeños papeles en la pantalla con el nombre Sofia Lazzaro.
Llega el amor. En uno de esos concursos, con 16 años, coincidió con quien habría de ser su descubridor y el amor de su vida, Carlo Ponti. Nunca olvidaré la primera vez que nuestras miradas se cruzaron, yo era aún casi una niña y él, un productor famoso. Ponti no solo tenía 22 años más que ella, estaba, además, casado, aunque su matrimonio estaba roto, y era padre de dos hijos. Días después, Sophia se presentó en su productora para hacer la prueba que le había propuesto. Al verla, el cámara dijo: Es imposible hacerle fotos. Tiene la cara demasiado corta, la boca demasiado grande, la nariz demasiado larga. A Sophia no le pilló por sorpresa. Como siempre mi aspecto era demasiado. Bien sabía yo que mi belleza era el resultado de una suma de singularidades en una sola cara, la mía. De Sica y Mastroianni. Ya con su nuevo nombre artístico, Sophia Loren, que sonaba a extranjero, conoció a los otros dos hombres que cambiaron su destino. El director Vittorio De Sica, gracias a quien años después ganó el Oscar, que la fichó como protagonista de uno de los episodios de su comedia El oro de Napolés (1954). Sin él nunca me habría convertido en quien soy ni habría encontrado mi identidad. Fue uno de los grandes regalos que me ha hecho la vida. Su primer papel protagonista, en La ladrona, su padre y el taxista (Alessandro Blasetti, 1954), la reunió con Marcello Mastroianni, diez años mayor que ella, con quien formó una de las parejas más memorables del cine en una docena de películas entre las que destacan Matrimonio a la italiana (De Sica, 1964), por la que fue nominada de nuevo al Oscar, y Una jornada particular (Ettore Scola, 1977), uno de sus mejores trabajos. Marcello y yo nos enamoramos de inmediato, en lo cinematográfico, se entiende. Compartíamos igual discreción y optimismo, pero sobre todo, la alegría de vivir y la conciencia de que éramos seres afortunados. Estrella internacional. Fuera de Italia, ha trabajado con John Wayne ( Arenas del desierto, de Henry Hathaway), William Holden ( La llave,
de Carol Reed), Anthony Quinn ( El pistolero de Cheyenne, de George Cukor), Clark Gable ( Capri, de Melville Shavelson), Charlton
Heston ( El Cid, de Anthony Mann), Paul Newman ( Lady L,
de Peter Ustinov), Gregory Peck ( Arabesco, de Stanley Donen), Peter O’Toole ( El hombre de La Mancha, de Arthur Hiller) y Marlon Brando, con quien no hubo química y a quien tuvo que pararle los pies cuando intentó sobrepasarse con ella ( La condesa de Hong Kong, de Charles Chaplin). Para evitar quedarse encasillada como maggiorata,
término aplicado a las actrices italianas de atributos generosos que simbolizaban el ideal de belleza mediterránea en los años 50, no se ha limitado a un solo género y ha alternado comedia, drama, suspense, bélico, histórico y hasta musical. En 1991 recibió un Oscar de Honor. A sus 85 años abandona su retiro para protagonizar La vida por delante, dirigida por su hijo pequeño, Edoardo Ponti. Gracias a mis hijos, hoy la edad no me da miedo. Desde que me convertí en madre he vivido proyectada hacia el futuro y sigo haciéndolo.
“GRACIAS A MIS HIJOS, HOY LA EDAD NO ME DA MIEDO. DESDE QUE ME CONVERTÍ EN MADRE HE VIVIDO PROYECTADA HACIA EL FUTURO Y SIGO HACIÉNDOLO”.