53º Festival de Sitges.
Nada mejor que dejarse de temores (¿Otra vez zombis? ¿Otra vez la Guerra Civil?) que haciendo volar (literalmente) convenciones por los aires con Malnazidos (Alberto de Toro y Javier Ruiz Caldera), entonado mix de John Carpenter y Berlanga que puso en pie al público. ¿Cómo no perdonar a un festival que lo da todo por celebrarse presencialmente? Sí, algún título aburrido nos tuvimos que pasar, pero… ¿quién más osaría programar El hombre elefante (David Lynch, 1980), El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980), Furia oriental (Wei Lo, 1972), Desafío total (Paul Verhoeven, 1990) y la magistral Flash Gordon (Mike Hodges, 1980).…?
Pánico interior. La disociación, física y mental, fue un elemento recurrente en esta edición. La asesina profesional que ocupa cuerpos para sus misiones en la gran triunfadora Possessor Uncut, incursión de Brandon Cronenberg (también mejor director) en la paranoia de Philip K. Dick y de su propio padre (Scanners). Propuesta que renueva el dolor de la nueva carne y que tuvo una suerte de divertida variación thriller coreano en Spiritwalker, de Yoon Jae-Keun. Cosmética del enemigo, académica adaptación de Kike Maíllo de la novela de Amélie Nothomb, convertía en diálogo de telefilm de Colombo una premisa digna de El corazón delator de Poe. La estimulante Come True (Anthony Scott Burns) derribaba fronteras entre sueño y vigilia para acabar hablando de la génesis de un mito, mientras que la cerebral Minor Premise, de Eric Schultz reinterpretaba al doctor Jekyll a base de muchos Mr. Hyde. Aunque para universo P. K. Dick llevado a Burgos (o a Nueva
York), la fascinante Un efecto óptico, de Juan Cavestany. Por no hablar del mágico, noir y onírico Twin Peaks de Alan Moore que es la genial The Show, de Mitch Jenkins.
Pavor natural… a la naturaleza, especialmente la de la antifábula ecológica francesa La nuée, de Just Philippot, y sus langostas hijas de El enjambre (Irwin Allen, 1978), La tienda de los horrores (R. Corman, 1960) y el drama familiar. O en la insoportable Mosquito State (Filip Jan Rymsza), torpe parábola sobre la crisis capitalista a base de una torpe metáfora de La metamorfosis de Kafka. Menos mal que Quentin Dupieux, su mosca gigante y sus dos tontos muy tontos de Mandibles nos reconciliaron con los insectos. El retorno de Juanma Bajo Ulloa a sus mejores años, los de
La madre muerta y Alas de mariposa,
con Baby vino acompañado de telúricos protectores de la protagonista de este magnífico cuento cruel. Naturaleza amistosa en Sea Fever (Contagio en alta mar), de Neasa Hardiman, un
La cosa light, y azote del hombre feroz en la nada sutil Cosmogonie/Hunted, de Vincent Paronnaud.
Con miedo al miedo. Las mayores decepciones vinieron de films que se amedrentaban ante el propio género fantástico, prefiriendo el mensaje o simplemente el sermón. El peor ejemplo fue Lucky, de Natasha Kermani, donde todos los hombres son por definición acosadores, maltratadores y violadores. El otro gran horror de esta edición fue esa tomadura de pelo hipster titulada
She Dies Tomorrow, perpetrada, con alevosía mumblecore, por Amy Seimetz, la absoluta nada sobre la absoluta nada que es el universo de la modernez actual. Relic, de Natalie Erika James, traicionaba la atmósfera fantástica por la sororidad intergeneracional donde sí que se puede amar al monstruo si es mujer. Afortunadamente, Kandisha, del tándem Maury & Bustillo, vino a poner sensatez (y a crear polémica) comparando a su demonio femenino con un #MeToo mal entendido.
Lo clásico no (sí) asusta. Lo clásico nunca decepciona. Del hombre lobo adolescente nerd de Teddy, dirigida por los gemelos Boukherma, a ese Drácula comunista metiendo baza en Vietnam en la caricaturesca Drakulics elvtárs,
de Márk Bodzsár, pasando por más vampiros locos en la irlandesa Boys from County Hell, de Chris Baugh; la caza de brujas de Neil Marshall en la adorablemente fallida The Reckoning;
el repaso al expresionismo, la Hammer, Fellini y Desde el Infierno que es La vampira de Barcelona, de Lluís Danés; la excitante escape room Meandre, de Mathieu Turi; la Repulsión de
Rose Glass que es la estupenda Saint Maud; la casa encantada de The Dark & The Wicked, de Bryan Bertino; la fantasmal y fetichista The Stylist, de
Jill Gevargizian; la preciosa Wendy
de Benh Zeitlin redescubriendo Peter Pan, o esa declaración, sin miedo, al género que es la televisiva miniserie de Álex de la Iglesia 30 Monedas.