68º Festival de San Sebastián.
Hay factores que determinan la excelencia de un festival, sobre todo en los momentos difíciles. Por supuesto, resulta imprescindible una buena programación, pero casi más importante, una organización a la altura de las circunstancias, que tenga cercanía, respeto y compromiso con los espectadores y con todos los agentes implicados. Y capacidad de reinvención. Que sea capaz de convertir los impedimentos en una virtud al mismo tiempo que consigue que todo el mundo se sienta seguro y cómodo.
En estos tiempos de constante incertidumbre, en los que convive el miedo al virus y el pavor a la hecatombe de la industria cinematográfica, el Festival de San Sebastián ha demostrado que, con elegancia, responsabilidad y rigor, se puede hacer frente a algunos de los hándicaps que la pandemia ha ido poniendo por el camino a base de mucho trabajo y la puesta en marcha de una maquinaria perfectamente engrasada. Por eso, en su edición más complicada, el Zinemaldia ha salido fortalecido, incluso encumbrado.
Una vencedora incómoda. Ha sido el año de las apuestas rotundas en el palmarés, el año de una película que, a riesgo de incomodar, se ha llevado todos los premios en una decisión histórica por parte de un jurado presidido por Luca Guadagnino. Beginning es la ópera prima de la georgiana Dea Kulumbegashvili y desde el principio se convirtió en la favorita de la cinefilia más exigente. Una parábola repleta de simbología sobre el fanatismo dominada por una exquisita puesta en escena, con encuadres pictóricos repletos de tensión y violencia interna, que nos descubre la mirada de una cineasta única y valiente capaz de excavar en la misoginia incrustada en una sociedad enferma para hablar del sometimiento de la mujer a través del miedo y la humillación sistemática.
Últimas rondas. El experimento sociológico de Thomas Vinterberg en torno al alcohol, Druk (Another Round), fue otro de los títulos que venían abalados por el Festival de Cannes y que despertó una mayor simpatía en el público a pesar de su mensaje ambiguo. Una divertida, pero también oscura aproximación a la crisis de la masculinidad con un Mads Mikkelsen soberbio que nos introduce en los infiernos del fracaso vital. No fue la única película premiada en la que las adicciones se convertían en auténticas protagonistas. También el documental de Julien Temple Crock of Gold: A Few Rounds with Shane MacGowan abordaba
la figura del líder de The Pogues tras toda una vida de excesos para situar al personaje en el centro de un viaje a la historia de Irlanda y a la época de la explosión del género punk.
Punto de vista en femenino. Dos de las miradas femeninas más sugerentes dentro de la competición llegaron de la mano de la japonesa Naomi Kawase y la francesa Danielle Arbid. La primera presentó True Mothers, un delicadísimo relato sobre la maternidad desde dos puntos de vista, el de la madre biológica y el de la de acogida a partir de todo el dolor que puede provocar un proceso de adopción no deseado por parte de la progenitora. La segunda, con Passion simple, adapta un relato de Annie Ernaux para hablar de la obsesión sexual y las trampas del deseo con una estupenda Laetitia Dosch como protagonista. Además, junto a Dea Kulumbegashvili en competición oficial, las directoras también acapararon la mayor parte de premios en las secciones paralelas. Isabel Lamberti con La última primavera, filmada en la Cañada Real, se impuso en Nuevos Directores; Fernanda
Valadez hizo lo propio en Horizontes con Sin señas particulares, así como Catarina Vasconcelos en ZabaltegiTabakalera con A Metamorfose dos Pássaros.
Lo viejo y lo nuevo. Maite Alberdi y
El agente topo consiguió el Premio del Público a la Mejor Película Europea, evidenciando que el tema de la vejez resulta más sensible que nunca, sobre todo si tenemos en cuenta que este excepcional documental detectivesco transcurre en una residencia de la tercera edad y que nos sumerge de forma muy sensible en el abandono a nuestros mayores. También la ópera prima de Viggo Mortensen, Falling, giraba en torno a un personaje con inicio de demencia senil, al igual que El padre, protagonizada por un inmenso Anthony Hopkins. Y en otro orden de cosas, este también fue el año del desembarco masivo de series en el festival: Patria, creada por Aitor Gabilondo; Antidisturbios, de Rodrigo Sorogoyen; Dime quién soy, basada en la novela de Julia Navarro, en la que brilla Irene Escolar, y We Are Who We Are, de Luca Guadagnino.