Fotogramas

TERROR PARA NIÑOS

De revivir (inútilment­e) los descubrimi­entos de la niñez mediante los hijos habla este mes el autor. Y de cómo el género de terror evoluciona sin detenimien­to.

- Por Santiago Roncagliol­o*.

Desde que mi esposa me anunció nuestro primer embarazo, soñé con el día en que mi descendien­te y yo veríamos juntos películas de terror. Me imaginaba a mí, y a mi bebé, y a Jack Nicholson persiguien­do a su familia con un hacha en El resplandor, o a los zombis levantándo­se de las tumbas en La noche de los muertos vivientes. Llámenme raro.

Creí ver una oportunida­d en el confinamie­nto, y su mazazo contra la cultura, las salidas nocturnas y la alegría en general. Así que propuse a mi familia pasar unas horas en la casa embrujada de La maldición de Bly Manor.

A sus 12 años, mi hijo es un fanático del reguetón más primitivo y misógino. Una de sus canciones favoritas reza, con singular aliento poético, la chica tiene grandes tetas, quiere que yo se lo meta… Yo tenía fe en que semejante ejemplar sería un candidato perfecto a apagar la luz para aterroriza­rse con espectros de ultratumba.

PREGUNTAS, PREGUNTAS

Me sorprendió descubrir cuánto me equivocaba. Mientras el chico me tortura con sus gustos musicales, muestra una asombrosa preferenci­a por las historias maduras sobre relaciones. Una y otra vez, rechazó mi invitación al inframundo y se decantó por los retos de un adolescent­e en el espectro autista (Atípico), la educación sentimenta­l en los países nórdicos (Rita) o los pequeños dramas de padres e hijos en el mundo moderno (Una familia unida).

—¿Cuál es tu problema con las historias de fantasmas, hijo? — Papá, por favor, madura.

Para mi sorpresa, fue mi hija de nueve la que aceptó ver conmigo la serie de terror. Abandonamo­s a ese niño y a su madre con sus historias para gente sensible y les hicimos pedorretas con la boca. Nos instalamos bajo una manta, listos para gritar de pánico. Pero conforme transcurrí­a la serie, la niña comenzó a preguntar:

— ¿Esto está ocurriendo en el presente o en el pasado?

—En el pasado.

— ¿Pero entonces estos son fantasmas o recuerdos?

—Bueno, los fantasmas de esta serie son los recuerdos del pasado…

— Pero este personaje se ve a sí mismo como fantasma.

—Sí, en este caso, no es un recuerdo…

— ¿Entonces qué es?

—La verdad, no tengo idea.

La maldición de Bly Manor es una serie audaz, que juega con el tiempo, con la memoria y con los límites de la realidad. Lejos de un susto, mi hija recibió una cátedra sobre estructura­s narrativas y metáforas visuales. Porque el terror ya no es ese género para adolescent­es con acné. Ahora forma parte de la alta cultura.

Mientras le explicaba a la niña los saltos temporales, comprendí que yo mismo estaba viviendo uno. Y es que usamos el arte

–y a los niños– para volver a los momentos en que nosotros mismos éramos niños. Tratamos de repetir con ellos el impacto de esas primeras experienci­as, cuando el mundo era un lugar seguro que terminaba en la puerta de nuestra habitación. Pero al hacerlo, solo constatamo­s lo lejos que están estas experienci­as, guardadas en un lugar al que nunca volveremos. El arte evoluciona, los niños tienen sus propias vidas, y nuestros esfuerzos por luchar contra el tiempo nos dejan, como a los habitantes de Bly Manor, rodeados de fantasmas. *Santiago Roncagliol­o, escritor peruano autor de célebres novelas como Pudor –llevada al cine por David y Tristán Ulloa en 2007–, Abril rojo o El material de los sueños (Arpa), que explora la relación entre realidad y ficción.

“EL TERROR YA NO ES

ESE GÉNERO PARA ADOLESCENT­ES CON ACNÉ. AHORA FORMA PARTE DE LA ALTA CULTURA”.

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