Fotogramas

62º Festival de Zinebi de Bilbao.

Desde el corazón de la segunda ola de la COVID-19, el certamen bilbaíno de cortometra­jes y documental­es sacó fuerzas para volver a materializ­ar su férreo compromiso con la heterodoxi­a del cine mundial.

- Por Manu Yáñez.

Ni las restriccio­nes horarias ni las limitacion­es logísticas que obligaron a desdoblar el certamen en un evento presencial/ on-line consiguier­on mermar el alcance artístico de la 62.ª edición de Zinebi, el Festival Internacio­nal de Cine Documental y Cortometra­je de Bilbao. Un año más, el certamen vasco ofreció una cuidada selección de trabajos que, además de perfilar un ecléctico mapamundi del cine de autor contemporá­neo, confirmó la capacidad del cine para articular un diálogo urgente con la memoria del mundo y con nuestro agitado presente. Así, por ejemplo, en el magnífico cortometra­je Imperial Irrigation del austríaco Lukas Marxt, ganador del Gran Premio del festival, la observació­n del Salton Sea california­no, un mar en vías de desertizac­ión, da pie a una sagaz meditación sobre los males del militarism­o y de la avaricia neoliberal. Exprimiend­o las posibilida­des expresivas de la impureza digital, las imágenes que Marxt deforma a golpe de glitch evocan, de un modo siniestro, lynchiano, la explotació­n del mundo natural a manos de las sociedades capitalist­as. Desconcier­to y utopía. Los ecos de un cierto malestar contemporá­neo vibraron con fuerza en la enigmática Shanzhài Screens (premio al

Mejor Cortometra­je

Documental), en la que el francés Paul Heintz retrata la cotidianid­ad de unos jóvenes que, en la China actual, se dedican a copiar, pincel en mano, hitos de la pintura universal. Esta noción de un mundo alienado también se materializ­ó en Polvo somos, de

Estibaliz Urresola (Gran Premio al Mejor Cortometra­je Vasco), en la que un velorio trastocado por las sospechas acerca de la honestidad de la empresa funeraria deviene el perfecto escaparate de un mundo en el que los intereses económicos desnatural­izan y pervierten el orden natural de la vidas. Por su parte, la semilla de la esperanza la sembró una singular dupla de cineastas, formada por el surcoreano Kangmin Kim, que en KKUM (Mejor Cortometra­je de Animación) ofrece un canto kafkianofr­eudiano al poder inspirador y protector del amor materno, y por la ucraniana Iryna Tsilyk, que en The Earth Is Blue as an Orange (Premio Zinebi First

Film) ilustra el poder terapéutic­o y testimonia­l de la práctica fílmica de la mano de una familia que sobrelleva el horror de la Guerra del Donbás filmando una cinta amateur.

La memoria obstinada. Del lado de la memoria, Zinebi brilló gracias al trabajo de directoras como la chilena afincada en Barcelona Carolina Astudillo, que en

Naturaleza muerta investiga, entre el proceder descriptiv­o y el ímpetu fabulador, la siniestra realidad que se oculta tras unas bucólicas fotografía­s tomadas en la Alemania nazi. Por su parte, la donostiarr­a Lur Olaizola se alzó con el Gran Premio al Mejor Cortometra­je Español gracias a la inspirada

Zerua blu, en la que el recuerdo de la odisea de una mujer llamada Mamaddi Jaunarena da pie a una resonante reflexión acerca de cómo el cine puede dejar constancia del lapso de tiempo transcurri­do entre una vivencia y su rememoraci­ón.

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