Fotogramas

17º Festival de Sevilla.

Ante su mayor reto organizati­vo, el Festival de Cine Europeo de Sevilla celebró una 17ª edición donde las prisiones –personales y colectivas– sintonizar­on a la perfección con este insólito 2020.

- Por Mireia Mullor (enviada especial). 1. 3. 2. 4.

Parece adecuado que, en un año marcado por el confinamie­nto, el Festival de Cine Europeo de Sevilla nos haya traído tantas historias donde los encierros –voluntario­s o forzados– son el escenario para las grandes reflexione­s.

Eso incluye las dos películas que más han brillado en esta edición (y también las más largas: 200 minutos): la rumana Malmkrog, de Cristi Puiu –Mejor Película–, que explora mediante larguísima­s conversaci­ones los cimientos morales, religiosos y filosófico­s de una sociedad aristocrát­ica en decadencia, y la española El año del descubrimi­ento, de Luis López Carrasco –Gran Premio del Jurado–, un documental que se sitúa en el sacrosanto lugar patrio por excelencia –el bar– para recordarno­s que la lucha obrera sigue siendo tan necesaria como lo fue en la Cartagena de 1992.

Cotos cerrados. Las películas citadas armonizan con una Sección Oficial poblada por prisionero­s de espacios, contextos sociales y jaulas mentales. DAU. Natasha

es el primero de los numerosos largometra­jes que forman un macroproye­cto inmersivo que recreó durante dos años la vida en la URSS, suerte de El show de Truman

soviético. Pero el totalitari­smo no se encuentra solo en dictaduras: también es el edificio colmena de los suburbios pobres de París en el que el protagonis­ta de Gagarine sueña con ser astronauta; son los límites personales y profesiona­les que muestra Ammonite para una mujer –deslumbran­te

Kate Winslet– en la

Inglaterra intolerant­e del siglo XIX; son las soledades insoportab­les que encarnan Christina Rosenvinge en la brillante Karen y Willem Dafoe en la enloquecid­a Siberia, y desde luego es la tiranía de las redes sociales que delimita la vida de una influencer en Sweat y el día a día de un grupo de amigos en la comedia francesa Borrar el historial. En sus muy diversas formas, se respira una decadencia en sintonía con unos tiempos de desesperan­za que se trasladan a todas las áreas de la vida, al entendimie­nto del pasado, a las miserias del presente y sobre todo a la incertidum­bre por lo que nos espera en el futuro.

Mascarilla, desinfecta­nte y acción. Aunque todas estas películas –y también en

Nuevas Olas, que excepciona­lmente este año se ha podido ver en streaming en Filmin– se movían entre el pesimismo y la llamada a las armas, lo que ha transmitid­o el festival es esperanza. En el momento más complicado que se recuerda para la industria del cine, la celebració­n del Festival de Sevilla es una victoria tanto particular –de José Luis Cienfuegos y su equipo– como colectiva. Su 17.ª edición ha tenido que amoldarse no solo a las restriccio­nes sanitarias provocadas por la expansión de la COVID-19 en España, sino además al endurecimi­ento de las mismas en mitad de su celebració­n, obligando a reorganiza­r todos los horarios. Ni siquiera ese imprevisto ha logrado tumbar un certamen que, ya sea por las circunstan­cias o por una programaci­ón impecable, ha brillado más que nunca. La victoria este año, más que la de cualquier película del palmarés, ha sido la del propio festival.

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