EL DIOS ESCLAVO
Sobre la doble condición del guionista, demiurgo sin límites sobre el papel, empleado ninguneado por otros en la vida real, habla el autor, inspirado por el visionado de ‘Mank’ y el caso real de Mankiewicz y ‘Ciudadano Kane’.
El mejor trabajo de mi vida fue guionista de telenovelas en los años noventa. Todos los lunes, nos reuníamos cinco en un despacho y comenzábamos a discutir:
—Ahora, el galán tiene que besarla.
—Ella no se dejaría besar tan rápido. ¡No es una chica fácil!
—¿Y si matamos a la abuela? Tiene que morir. Ya ha durado mucho.
Éramos los dioses de nuestro propio universo. Pero al salir del despacho, volvíamos a ser unos empleados de segunda. Si la telenovela tenía éxito, debíamos prolongarla hasta el fin de los tiempos. Si algún actor quería un aumento de sueldo, nos tocaba eliminar a su personaje SIN que apareciese su cadáver, por si luego tenía que regresar. Pero cuando asistíamos a un rodaje en exteriores, los cazadores de autógrafos pasaban a nuestro lado sin mirarnos. Los actores famosos nos volvían invisibles. De hecho, nadie compra la entrada de un cine por el libretista. A la mayoría de la gente, ni siquiera se le ha ocurrido que alguien escribe las frases que dicen los actores.
Mank de David Fincher retrata magistralmente esa doble condición del guionista. Las ideas originales salen de su mente como hadas al vuelo, pero nada más tocar el mundo real, son sometidas –y abofeteadas– por las limitaciones de presupuesto, la moral establecida, los papeles obligatorios para las amantes de sus superiores, las antipatías de los mismos superiores, los clichés narrativos y un sinfín de cadenas y grilletes que las atenazan en el fondo de una celda húmeda, hasta matarlas de asfixia. Cada guion, en su versión definitiva, es el cementerio de la imaginación de sus autores.
TODOS QUIEREN SER WELLES
Precisamente por venir del mundo de las telenovelas –y de los libros, de las historias–, nunca disfruté especialmente de Ciudadano Kane. Su protagonista me resultaba frío y lejano. Su realización, un concurso de poner la cámara en el lugar más extravagante. Su historia me parecía deslavazada, inorgánica, densa. Su éxito e influencia en el cine posterior me recordaba que nadie se mete al cine para ser el guionista. Todos prefieren ser Orson Welles.
Pero al contar cómo fue escrita Ciudadano Kane, Mank revela hasta qué punto retrataba la historia de su escritor: un tipo con talento que ha llegado a la cúspide del imperio capitalista –Hollywood– solo para descubrir que en el camino ha perdido su alma. Un artista que se creyó rey del escenario antes de entender que solo era el mono de un organillero. Un hombre en busca de Rosebud: la memoria, el objeto o la persona que le dé sentido a su propia existencia.
Veinte años después de verla, recién he disfrutado Ciudadano Kane. Por momentos, incluso he creído verla, entre los guiños visuales de Mank al blanco y negro, y el cine de los años cuarenta. Durante todo este tiempo, me había faltado una pieza en el rompecabezas: saber que la película no iba de W.R. Hearst, un millonario insoportable. Sino de Herman J. Mankiewicz, un empleado que quería creerse artista. Un tipo como yo. Y como todo el mundo. *Santiago Roncagliolo, escritor peruano autor de célebres novelas como ‘Pudor’ –llevada al cine por David y Tristán Ulloa en 2007–, ‘Abril rojo’ o ‘El material de los sueños’ (Arpa), que explora la relación entre realidad y ficción.
“SI ALGÚN ACTOR QUERÍA UN AUMENTO DE SUELDO, NOS TOCABA ELIMINAR A SU PERSONAJE SIN QUE APARECIESE SU CADÁVER, POR SI TENÍA QUE REGRESAR”.