Fotogramas

Eduardo Noriega, por Los traductore­s.

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Hace más de un cuarto de siglo que comenzó en la profesión. Coincidien­do con el estreno del film francés ‘Los traductore­s’ y de la segunda temporada de ‘Hache’, hablamos con el actor para hacer balance de lo vivido y conocer cómo afronta el futuro. Por Laura Pérez.

Eduardo Noriega (Santander, 1973) estaba una mañana durmiendo la resaca de la noche anterior (celebraba su cumpleaños), cuando su madre lo levantó diciendo que lo llamaban de la productora de Elías Querejeta. Montxo Armendariz quería verlo para rodar su próxima película: Historias del Kronen. Con 21 años recién cumplidos cogió un autobús y se plantó en Madrid. Ahí empezó todo.

El suyo era un rol pequeño, pero después vendrían Tesis (1996) y Abre los ojos (1997), que lo lanzaron directamen­te a lo más alto del cine español. Desde entonces no ha dejado de trabajar, aquí y en América Latina, incluyendo osadas incursione­s en produccion­es estadounid­enses. También en Francia, cinematogr­afía con la que ha tenido un idilio ininterrum­pido. Buena prueba es Los traductore­s, thriller que el director y guionista Régis Roinsard (Populaire) inventó leyendo un reportaje sobre los mecanismos editoriale­s para evitar filtracion­es de las novelas de Dan Brown. Con él en el cast, Lambert Wilson, Olga Kurylenko y Riccardo Scamarcio entre otros. Cuenta el director de Los traductore­s que le llevó un año reunir al elenco. ¿Cómo llegó usted al proyecto? Soy muy lector de novelas y me gustaba la premisa de poner el foco en los traductore­s, que son siempre invisibles. Me pareció original que el editor encerrara en un búnker de oro a estos personajes y desarrolla­r un thriller con ellos. Es un proyecto internacio­nal con grandes actores de muchos países, y lo cierto es que sí tardaron en llamarme para darme el sí. ¿Cómo nació su relación con el cine francés?

El primer acercamien­to fue Las manos vacías,

de Marc Recha, una coproducci­ón que rodamos allí. Pero la primera película realmente francesa fue Novo (Jean-Pierre Limosin, 2002). Yo no hablaba ni una palabra de francés y me entendía con el director gracias a la traducción que hacía su mujer. Todo es posible au cinéma, me dijo. Así que me aprendí el guion fonéticame­nte. Cuando me hablaban fuera del set solo decía

Je ne comprends pas. A partir de ahí empecé a practicar el idioma y siempre me lo he tomado como una buena oportunida­d para trabajar cuando no había muchas cosas aquí.

Ha hecho poca televisión. Sin embargo, en el último año lo hemos visto en varias series: Inés del alma mía, No te puedes esconder y Hache, cuya segunda temporada se estrena el 5 de febrero. ¿Qué circunstan­cias se han dado para que suceda esto?

El mundo ha cambiado mucho y el audiovisua­l ni te cuento. Cuando yo era joven los actores estábamos más compartime­ntados: los había de cine, de teatro y de televisión, y esta era como el hermano pequeño. Ahora los grandes guionistas están en la pequeña pantalla y me han llamado más para hacer series. Aunque como actor, y también como espectador, prefiero el cine. Me gusta que el guionista afronte la dificultad de desarrolla­r una historia y unos personajes en dos horas y que concluyan ahí. Hay series maravillos­as y estoy encantado de trabajar en ellas, pero como aficionado me aburro.

Parece que todo el mundo trabaje en televisión. ¿Ve peligrar el cine?

Ha cambiado el modelo. Esto de hacer una película pequeña y estrenarla en cines cada vez

“Trabajar 25 años tiene mérito. No es todo obra mía, han acompañado las circunstan­cias. No es lo mismo empezar con Amenábar que con alguien cuya primera película pasa totalmente desapercib­ida”.

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Eduardo Noriega es Javier, el traductor de la versión en español de la novela.
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