Fotogramas

Manuel Gutiérrez Aragón, por la novela Rodaje.

- Por Paula Ponga.

Abandonó el bullicio de los sets por la soledad de la escritura, pero su quinta novela, ‘Rodaje’ (Ed. Anagrama), se presta a charlar con los dos, con el cineasta y con el escritor. Va de un aspirante a director de cine en el Madrid franquista de comienzos de los 60, mientras Berlanga rodaba ‘El verdugo’ y el comunista Julián Grimau era condenado a muerte.

Yo era un jovencito que llegaba de Torrelaveg­a con el FOTOGRAMAS bajo el brazo para hacer cine… Es la imagen que nos devuelve Gutiérrez Aragón (Torrelaveg­a, Cantabria, 1942) echando la vista atrás al Madrid en el que se buscó su lugar como cineasta, en los 60. Para aquel niño el cine no habría tenido tanto encanto ahora, apostilla.

Su protagonis­ta, Pelayo Pelayo, rueda su primera película en 1960. Usted, en 1973 (Habla, mudita). No parece una diferencia tan sustancial…

No, no lo es, pero yo no puedo ser el protagonis­ta, empecé en el cine diez años más tarde. Los sesenta fueron muy significat­ivos en Europa y en el planeta, fueron la bisagra con un mundo del pasado, mucho más triste, de recuperaci­ón de la II Guerra Mundial. Son los años de la píldora, de la minifalda, de Mayo del 68 en Francia, años de cambios grandes.

Madrid es otro gran protagonis­ta de su novela, muy gris de día y muy colorido de noche. ¿Cómo lo recuerda?

Una ciudad subdesarro­llada, de bares de calamares fritos, donde se estaban rodando La caída del Imperio romano (Anthony Mann, 1964), 55 días en Pekín (Nicholas Ray, 1963). Era un Madrid de niños descalzos, pero por las noches la gente iba en busca de tablaos flamencos. El ambiente nocturno era muy agitado, era el Madrid de Ava Gardner…

Usted, en vez de ser golfo noctámbulo, se afilió al PCE.

Sí, nada más llegar a Madrid. Aquello era duro, tenías que hacer trabajos clandestin­os. En la novela se cuenta cómo era tirar la propaganda subversiva: no podías dejarla en cualquier sitio, no servía, tenías que ir a lugares estudianti­les u obreros.

Le devuelvo la pregunta que le hace el productor al protagonis­ta: ¿usted es escritor o cineasta? Empecé como escritor porque no sabía que iba a ser director de cine, y mis primeros pasos fueron narrar historias, pero cuando ingresé en la Escuela de Cine me convertí rápidament­e en cineasta, porque el cine es mucho más adictivo que la literatura, que es un ejercicio muy solitario. El cine tiene muchas cosas atractivas de todo tipo, desde las relaciones personales al dinero, porque te pagan más por ser cineasta. En la Escuela de Cine decían: Manolo será guionista… y eso que estudiaba Dirección. Los directores eran más echados para delante y yo era más huraño, del Norte, y de la zona sombría. A los que decían eso les atraía más la silla del director y la visera, y luego no hicieron nada.

¿Cuál fue la chispa para escribir Rodaje? Asistir al set de El verdugo. Esta novela la empecé hace más de dos años, no sabía que este 2021 iba a ser el Año Berlanga. Lo que sí recordaba era que tuve que repartir octavillas cuando estaban condenando a muerte a Julián Grimau. Sucedió en los mismos días [fue ejecutado el 20 de abril de 1963], se cruzaban ambas cosas. Aunque nadie se imaginaba en el rodaje que El verdugo iba a ser la película que luego fue, ni siquiera la censura. Lo de Grimau me tocó más de cerca. Yo no tenía vocación política, pero veía juntos el cine y la política; pensaba que estaban entrelazad­os, y que hacer cine y hacer política eran cosas que estaban muy cerca. Ya no soy militante comunista, pero tengo las mismas ansias revolucion­arias que tenía a los 20 años. Y no he sufrido desencanto porque nunca comulgué con ruedas de molino ni creí que fuéramos a poner la bandera de la República sobre el Palacio de Cibeles.

“EL CINE ES MUCHO MÁS ADICTIVO QUE LA LITERATURA. TIENE MUCHAS COSAS ATRACTIVAS, DESDE LAS RELACIONES PERSONALES AL DINERO”.

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