Julie Manoukian, por Una veterinaria en la Borgoña.
‘Una veterinaria en la Borgoña’. La guionista francesa Julie Manoukian se estrena en la dirección rodeada de animales, de una brillante joven desubicada y un coprotagonista, Clovis Cornillac (‘Astérix en los Juegos Olímpicos’), al que admiraba de niña y al que responsabiliza del éxito de la cinta en Francia. Hablamos con ella de este ‘salto al vacío’.
DE QUÉ VA: Nico, veterinario rural, se queda solo cuando su socio se jubila, y pondrá todas sus esperanzas de futuro en Álex, joven y brillante graduada que regresa por unos días al pueblo en el que nació. ¿Para quedarse?
Julie Manoukian, de 39 años, había conocido seis años atrás a su mentor, el productor Yves Marmion ( Volavérunt,
1999), cuando trabajaron juntos en la adaptación de una novela infantil.
Ella era entonces una joven guionista y aquel proyecto no vio la luz. Tres años después, sus destinos volvieron a cruzarse: Marmion buscaba a alguien para desarrollar un proyecto sobre veterinarios. Cuando Julie aceptó, su interlocutor le dio una vuelta de tuerca al encuentro que finalizó con una inesperada y tentadora propuesta: Si eres capaz de escribir un buen guion, la dirección de la película es tuya. Manoukian no podía creer lo que estaba escuchando. La incontrolada emoción que sintió era el preludio de la consecución de un sueño desde la infancia.
Su debut ha sido uno de los éxitos de taquilla de 2020 en Francia. ¿Alguna pista de dónde está la clave?
Ha sido una sorpresa total, no me lo esperaba en absoluto. Cuando empezamos con la promoción, comprobamos que gran parte del éxito se debe al actor coprotagonista, Clovis Cornillac, muy querido en Francia (yo misma soy fan desde niña, veía sus películas con mi madre). Quizá haya influido que la cinta llegó en el momento en que todo el mundo quería reconectarse con la naturaleza.
Hay otras películas que hablan de médicos en el medio rural.
Pero es la primera vez que los protagonistas son los veterinarios, nunca se había hecho una película sobre esta profesión. Investigando, me di cuenta de que son profesionales especialmente cercanos a las personas, todo el mundo tiene una mascota, y en los pueblos entran en la intimidad de las familias, generan empatía.
Hablemos de vértigo, o de cómo se da el salto del guion a la dirección.
Sentí vértigo, cierto, y también una alegría inmensa. Dirigir fue mi sueño desde niña, y por eso comencé a escribir historias, con la esperanza de poder contarlas algún día yo misma. Empecé a rodar a tientas, apoyándome en el equipo, todo era nuevo para mí. Cuando acabamos tuve ganas de decir: Vale, ahora ya sé cómo se hace. ¡Volvamos a empezar!
¿Dónde quiso poner el foco?
Fui construyendo capa a capa. A medida que iba dando forma a la historia apareció la esencia. Lo primero que me vino a la cabeza era contar el conflicto interno de Álex (Noémie Schmidt), una brillante graduada que no está donde quiere estar, que viene de visita y aborrece todo lo que tiene que ver con el pueblo.
EMPECÉ A RODAR A TIENTAS, TODO ERA NUEVO PARA MÍ. AL ACABAR, TUVE GANAS DE DECIR: VALE, AHORA YA SÉ CÓMO SE HACE. ¡VOLVAMOS A EMPEZAR!”.
A partir de ella nació Nico (Clovis Cornillac), el veterinario, que es su espejo, pero al revés. Adora su profesión, pero se siente asfixiado. Lo que más me sorprendió al documentarme son las grandes dificultades a las que se enfrentan los veterinarios, con condiciones más que precarias. ¿Buscó alguna referencia cinéfila para desarrollarla? No quise dejarme influenciar por nada, fue un gran salto al vacío. Cuando preparé la película tenía varias cosas claras. Una, que tenía que ser muy naturalista, y que se pareciera a un cuento de hadas (lo representé con un zorro que aparece y desaparece y con el ratón que viaja en el hombro de Álex). Quería filmar con negativo, cinemascope, que fuera una imagen muy cuadrada y evitar al máximo la cámara al hombro. Tan naturalista que el espectador verá nacer un ternero.
Esa escena es crucial, y tuvimos mucha suerte. Teníamos diez vacas a punto de parir, pero en todos los casos llegamos tarde menos en uno. Lo preparamos todo, iluminamos, y el establo se convirtió en una especie de sala de maternidad, todos hablábamos de nuestras experiencias. Cuando nació el ternero, hubo un silencio sobrecogedor y el tiempo quedó suspendido. Después, lloramos. Noémie demostró unas agallas increíbles atendiendo el parto (con ayuda, claro). Todo el rodaje fue especial. Al estar en Morvan, una zona poco poblada de
Francia, no había hoteles, así que nos instalamos en un camping y vivimos como en un campamento de verano.
Hablando de agallas, la película tiene un claro discurso feminista.
En cualquier profesión, veterinaria o cineasta, las mujeres tenemos que luchar por tener un espacio. Parte del público cree que la protagonista es agresiva, demasiado dura. Estoy segura de que si hubiera sido un hombre justificarían esa rudeza porque está defendiéndose. Eso debe cambiar.
¿Qué películas la han cambiado a usted?
Muchas, aunque te diré dos. Cyrano de Bergerac (Jean-Paul Rappeneau, 1990) me obsesiona. La vi por primera vez con 10 años y van ya decenas de visionados. Ese guionista, Jean-Claude Carrière… La que hizo que me entraran ganas de contar historias es Los nombres del amor (Michel Leclerc, 2010), comedia pura y dura que tiene la calidad de retratar a la perfección y con ligereza las neurosis de la sociedad francesa.¡Brillante!
Con la responsabilidad de haber triunfado en su debut, ¿cómo se plantea la siguiente?
Trabajo en dos largos, uno con Marmion. Yo lo comparo con un segundo parto: en el primero no sabes de qué va y vas tranquila. En el segundo ya sabes que duele.
ESTRENO: 16 ABRIL Les vétos (Francia, 2019, 92 min.). COMEDIA.