Mads Mikkelsen y Thomas Vinterberg, por Otra ronda.
Acostumbrados a verlo frente al héroe de turno en el cine de Hollywood, en ‘Otra ronda’ brilla el inmenso talento de un actor que, antes de interpretar, pisó los escenarios para bailar. Hablamos con él de la favorita para llevarse el Oscar Internacional, un film que alza su copa por la vida, por recuperar esos sueños que dejamos atrás e invita a abrazar una vida que, con sus alegrías y tragedias, no podemos controlar.
Al otro lado del Atlántico, la de Mads Mikkelsen (Copenhague, 1965) es una carrera plagada de villanos, malos de manual que él se apaña en convertir, a veces partiendo de un compendio de tópicos y con solo un puñado de minutos en pantalla, en seres retorcidos y fascinantes. Ahí están sus roles en la saga Bond, en el Universo Marvel o en la distópica Chaos Walking, que llega a la cartelera este mes (ver pág. 72). O su perturbador
Dr. Lecter en Hannibal, la serie de TV en la que saldó con nota –el tiempo, en este caso tres temporadas, y el material de base ayudaron– el difícil reto de tomar el testigo de Anthony Hopkins, haciendo suyo el psychokiller que definió toda una era. No es extraño que, cuando Johnny Depp fue invitado a abandonar la franquicia Animales fantásticos, su nombre fuera el primero en la lista de candidatos a encarnar a Gellert Grindelwald. Porque Mikkelsen, en Hollywood, es la cara del mal. Nada que ver con la que tiene en Europa y, sobre todo, en su Dinamarca natal. Cintas como Después de la boda (S. Bier, 2006), Flame y Citrón (O. C. Madsen, 2008) o Un asunto real (N. Arcel, 2012) muestran otro rostro, más amable, igualmente lleno de unos recovecos que ya tenía ese confuso seductor que encarnó en Torremolinos 73 (P. Berger, 2003). Pero es de la mano de Thomas Vinterberg que Mikkelsen ha dado con su cara más reveladora. Una que personifica el desconcierto y la perplejidad del hombre de a pie. En La caza (2012), el mundo se derrumba tras una mentira. En Otra ronda, cuatro profesores de secundaria buscan recobrar la alegría de vivir yendo siempre ‘alegres’, con una tasa de 0,05 % de alcohol en la sangre. Un brindis a la vida que ha arrasado en el circuito de festivales y premios, y suena con fuerza para los Oscar.
DE LA TEORÍA A LA PRÁCTICA
Tú y yo nos hemos visto antes, suelta Mikkelsen al arrancar su encuentro virtual con FOTOGRAMAS. Fue en el rodaje de Doctor Strange (S. Derrickson, 2016), ¿verdad? Se me dan bien las caras, ríe antes de explicar que ve una razón muy clara que
“Esta película nos habla de todos aquellos que no solo han olvidado sus sueños, sino que también han olvidado cómo vivir en presente”.
justifica sus villanos en el cine blockbuster: Es el acento, darle el papel de malo al que viene de fuera. Es algo que han hecho siempre. Yo lo que busco es que esté bien escrito porque, a fin de cuentas, el villano es el reflejo del héroe. Con Otra ronda, Mikkelsen no tuvo que preocuparse ni del acento ni del guion. Lo único que tengo en cuenta a la hora de trabajar con Thomas es que cuadren las agendas, dice. Le diré que sí a todo. Me contó la idea del film justo después de La caza.
Ya planeaba hacer algo con esta teoría, dice de la hipótesis del psiquiatra noruego Finn Skårderud según la cual el cuerpo humano presenta un déficit permanente de alcohol en la sangre y que, al ponerle remedio, somos más creativos y se rebaja el nivel de estrés. Todavía no tenía la historia, pero sí un montón de ideas distintas sobre cómo integrar la bebida en la rutina diaria… Y en distintos trabajos. Antes de decidirse a que los personajes fueran profesores, mi rol trabajaba en una torre de control en un aeropuerto. Ya te puedes hacer una idea de lo que pasaba, ríe. Fue después cuando decidió juntar a todos los personajes en un mismo entorno y que la historia girara alrededor de la amistad y abrazar la vida. Y también sobre el papel del alcohol en nuestra sociedad, claro. Pero desde otro punto de vista. Se han hecho una tonelada de películas, muchas buenísimas, sobre los peligros del alcohol. Otra ronda nos habla de la energía que sientes y las ataduras que se rompen con dos copas. Siete copas dan pie a otra historia. Y cero copas, otra distinta. Intentamos no sermonear, ir de moralistas o ser ajenos a los problemas que acarrea, pero tampoco mirar a otro lado y no reconocer que beber es algo que los humanos llevamos haciendo desde hace miles de años.
DE LOS HOMBRES Y SUS CRISIS
Hay una imagen que, para mí, resume toda la película, explica Mikkelsen. Un tren acaba de salir de la estación y, en el andén, hay un hombre de pie que mira cómo se ha ido y no sabe qué hacer. Para el actor, ese hombre es Martin, su personaje, pero también Tommy, Peter y Nikolaj, sus tres amigos y compañeros en el experimento etílico, y, apunta, tantos otros, y soy consciente de lo aburrido del concepto: hombres de mediana edad perdidos en sus crisis. En el caso de mi rol, deja de deambular por la vida sin saber qué hacer para recordar quién era, por qué gustaba a la gente, qué lo convertía en un buen maestro, asegura antes de añadir otro
tema clave: El juego de espejos que se establece entre estos profesores, que tanto para mí como para Thomas son unos de los grandes héroes infravalorados de nuestra sociedad, y la vitalidad, las ganas de comerse el mundo de los chavales a los que dan clase. También tiene claro que el film no glorifica un tipo de masculinidad caduca: Los hombres de más de 40 años, especialmente los blancos y cisgénero, están en el punto de mira. Para mí, los protagonistas podrían haber sido mujeres y la historia funcionaría exactamente igual. Otra ronda nos habla de la gente que no solo ha olvidado sus sueños, sino que también ha olvidado cómo vivir en presente.
VIVIR EN PRESENTE
En el caso de Mikkelsen, el film le permitió recuperar un pasado que tenía oxidado: la danza. Empecé en los escenarios como bailarín, recuerda. Pero no lo había vuelto a hacer desde entonces, hará unos 25 o 30 años. Ese fue el verdadero reto, no interpretar a alguien que va siempre medio borracho, bromea. Thomas quería hacerme bailar, algo que al principio yo no tenía nada claro porque creía que rompía con el estilo realista de la trama. Yo la veía más bien como un momento onírico, pero está claro que, tras verla, me equivocaba, dice del cierre de la historia, una brutal catarsis tanto para los personajes como para el cast y el propio Vinterberg. Ida, la hija de Thomas que tenía que interpretar a una de mis hijas, falleció a los cuatro días de empezar el rodaje, cuenta Mikkelsen. Paramos unas semanas, pero después seguimos, como homenaje, con el convencimiento de que si desde un principio el tema del film era vivir el momento, ahora tenía que serlo aún más. Tenía que ser una celebración de la vida. Eso es lo que representa esa escena, sigue. No sabes si Martin vuela o cae, siente un dolor inmenso y a la vez la alegría de recuperar su vida. Su baile simboliza todo eso. Fue liberador poder hacerlo.