El bisturí teléfilo
Hasta hace unos años, el negocio de las series era simple de entender. Ojos delante de la pantalla significaban publicidad e ingresos. Las series con muchos espectadores podían estar numerosos años en antena, pero la tasa de mortalidad era elevada: un inicio titubeante significaba la cancelación. Pero hoy los mecanismos de producción y distribución se han hecho tan complejos que algunas ficciones que pasan desapercibidas son renovadas año tras año y, lo más raro, series exitosas llegan a su fin de improviso. Una lógica esencial del negocio ha sido sustituida por un modelo que parece precisar de un MBA para ser comprendido.
Es lo que hace unas semanas le pasó a S.W.A.T., la nueva versión del clásico Los hombres de Harrelson protagonizada por Shemar Moore. Además de un eficaz relato de acción, es la serie que mejor ha tratado el tema de la desigualdad racial y el trabajo policial a la sombra del Black Lives Matter. Tras cambiar de día de emisión en su sexta temporada, no sólo estaba aguantando en el considerado ‘cementerio’ de los viernes, sino que sumaba espectadores: ya pasaba regularmente de los cinco millones. Su cancelación por parte de CBS pilló por sorpresa a todo el mundo. Pero no es una serie que produce Viacom, el conglomerado propietario de CBS, sino Sony Pictures. Y eso, más el aumento automático del coste con cada renovación, parecieron sellar su destino. Al final, una negociación de última hora llevó a la descancelación de S.W.A.T., pero algo raro se ha quedado en el aire: el desconcierto sobre lo que es necesario para mantenerse vivo en la industria se ha adueñado del show. ◆