La cripta embrujada
MAX SEXY (SEXY COMO EL ROCK ‘N’ ROLL)
Cuando pasan las décadas y la gente se empeña en seguir viva, nos vemos obligados a asistir al espectáculo no sólo de su envejecimiento sino también de su (casi) inevitable desexualización, espejo de nuestra propia decadencia. Por fortuna, el cine permite recuperar a sus estrellas en un pasado congelado, falsa pero gozosa eterna juventud, redescubriendo que hubo un tiempo en el que fueron mucho más que buenos actores o actrices. Fueron guapos.
Volver a la trilogía original de Mad Max, que reedita Warner en edición apropiadamente metálica, es volver a un Mel Gibson en plenitud de su físico imponente, de su rostro de ángel caído con ojos azules y de su indumentaria de motero con resabios de S&M industrial y tórrida noche de cuarto oscuro en medio del desierto radiactivo. Lejos entonces de desvaríos y polémicas, Mel Gibson como el Loco Max Rockatansky era sexy hasta decir basta. Como el rock ‘n’ roll y como el propio futuro posapocalíptico donde se desarrollaban sus hazañas de silencioso héroe renuente, heredero del Hombre Sin Nombre de Leone.
Porque en la saga de Mad Max, sobre todo en su segunda entrega, esa ‘Capilla Sixtina del punk’ como la definiera Ballard, que de coches rotos y sexo perverso algo sabía, reina un erotismo animal, primitivo y al tiempo tecnológico, que trasciende la pantalla en alas de la feroz potencia cinética de George Miller y su mundo mutante. Un planeta salvaje de hombres, mujeres y bestias de metal a la caza. Pillaje, violación, reyezuelos bárbaros con sus favoritos, niños perdidos, cleopatras sádicas, gladiadores, sangre, sudor y aceite. Y en medio, Mad Max, condotiero del futuro imperfecto, todo cuero y escopeta de doble cañón calibre 12. ¿Quién dijo que no necesitamos otro héroe?