La cripta embrujada
ICONO BIZANTINO
Los años 80 del pasado siglo fueron, probablemente, los últimos en los que un cine concebido y consumido como la forma de espectáculo, entretenimiento y arte popular por excelencia, fue capaz de crear iconos singulares, más grandes que la vida, impresos a fuego en el imaginario colectivo. Y de entre todos ellos, surgiendo con la talla titánica de alguna escultura olímpica de Miguel Ángel, pero con el rostro noble y difícil de un Cristo o de un cruzado bizantino –como bien supiera ver el ojo cultivado de Camille Paglia en su día–, se destaca el joven Sylvester Stallone que encarnó, en el sentido más literal de la palabra, a John Rambo. Héroe psicópata, guerrero santo y mártir de unos Estados Unidos libertarios y delirantes, afortunadamente confinados al terreno de los sueños húmedos cinematográficos.
Ahora que Divisa reedita la trilogía original de Rambo, en Blu-ray y 2K, reencontrarse con un Stallone en plenas facultades es un mandato obligatorio para todos aquellos que empezábamos ya a dudar de nuestra memoria. Aplastado bajo la sombra monstruosa del Sly de hoy, no carente de interés pero mucho más prescindible –expendable– que nunca, John Rambo, el primero, el sufriente, el sangrante y sudoroso ejército de un hombre, renace con el sonido y la furia del actioner ochentero. Sin prejuicios, sin ataduras ideológicas salvo las de un espectro neofascista de perfil político repelente pero fascinante poder estético, Rambo, de rebelde antisistema a símbolo del imperialismo reaganiano, estará siempre por encima del bien y del mal.
Sus tres primeras óperas sangrientas desafían y vencen cualquier atisbo de buen gusto, de moral, corrección política o pudor. Con ellas, volvemos a comulgar con el cuerpo y la sangre de aquel nuevo Cristo bizantino que nos enseñó a no poner nunca la otra mejilla. Rambo ha muerto… ¡Larga vida a Rambo!