Radicales y desintegrados
Mujeres en pie de guerra. Las dos triunfadoras de este FICX, respaldado por una masiva asistencia de público llenando las salas, pese a lluvia y viento tanto como a la radicalidad de sus propuestas, fueron películas dirigidas por jóvenes mujeres de Europa del Este, con visiones muy distintas formalmente. De Facto, de la austríaca Selma Doborac, nacida en 1982 en la antigua Yugoeslavia, fue Premio al Mejor Largometraje, más por la visceralidad de su propuesta moral que por su atrevida pero irritante puesta en escena. Blackbird Blackbird Blackberry, de la georgiana Elene Naveriani, de la quinta del 85, se hizo con el Premio a la Distribución, con su agridulce pero más tradicional retrato de la soledad y valentía de una mujer madura, que desafía la hipócrita sociedad de su pequeña y provinciana ciudad de Georgia. Ambas muestran el giro femenino e intimista que está dando un cine de autor europeo en busca de su identidad en el siglo XXI.
Vencedoras y vencidas. Pero fueron veteranos como Radu Jude, con su sátira No esperes demasiado del fin del mundo; Lisandro Alonso con su reflexión metagenérica Eureka, o Catherine Breillat con su desnudo drama erótico y psicológico El último verano, quienes acapararon los premios de la sección Albar. Paradoja que evidencia que esa búsqueda de identidad está lejos aún de encontrar su camino. Como lejos de los galardones quedaron algunas de las mejores: Lost Soulz, de la joven Katherine Propper; Embryo Larva Butterfly, del griego Kyros Papavassiliou, o la espléndida Disco Boy, de Giacomo Abbruzzese. Miradas actuales a géneros clásicos (musical juvenil, ciencia ficción y aventura bélica) que impresionaron a muchos, pero no lo suficiente a una crítica obsesionada por el radicalismo formal y por un contenido moral y social que no siempre responde a lo que quizá necesiten hoy arte y lenguaje cinematográficos para sobrevivirse a sí mismos.