La cripta embrujada
RÍO FRÍVOLO
He visto tantas veces Río Bravo (1959) que tendré que volver a verla ahora que Warner la reedita en Blu-ray, con extras que incluyen hasta un comentario de John Carpenter, su fan número uno. ¿Cómo es posible que una película del Oeste tan sencilla resista tanto y tan bien el paso del tiempo? La respuesta es también engañosamente simple. Muchos creerán que es por sus protagonistas, encabezados por el icónico John Wayne, a punto de iniciar su larga carrera crepuscular. Otros, por la impagable partitura de Dimitri Tiomkin, coronada por esa joya que es el Degüello, sin la cual el sonido Morricone del spaghetti nunca habría existido (de hecho, sin
Río Bravo no habría existido el spaghetti). La mayoría estará de acuerdo en que es la maestría de Hawks. Su brillante idea de enfrentar a unos pocos hombres buenos con muchos, pero que muchos hombres malos (a Crom le place esto). Y los habrá que recuerden el guion firmado por Jules Futhman y la gran Leigh Brackett, mano derecha de Hawks (solía decir que era tan buena escribiendo que parecía un hombre. Lo dijo Hawks, no maten al mensajero).
Todo es cierto. Pero lo que hace singular y seminal a Río Bravo es su más absoluta, descarada y deliciosa frivolidad. El grupo compuesto por Wayne, el borrachón Dean Martin, el vejete Walter Brennan, la deslenguada Angie Dickinson y el guapo Ricky Nelson podrían ser (y son) protagonistas de una sitcom interminable, atrapados eternamente en un pueblo y una cárcel a la espera del tiroteo final, mientras cantan, intercambian diálogos ingeniosos, se enamoran y desenamoran (hay más que música en el trío Ricky, Dean y el Duque), en un escenario elaboradamente artificioso, de comedia de la Restauración travestida en western. ¿Creen que bromeo? Pues recuerden El Dorado y Río Lobo, porque Hawks sabía muy bien lo que se hacía.