Fotogramas

PARA LOS QUE NO TENGAN MIEDO DE MIRAR DE FRENTE A UN TERRORÍFIC­O (Y POSIBLE) MAÑANA.

- Roger Salvans

Lo mejor: la tensión en la escena del cameo de Jesse Plemons.

Lo peor: el excesivo uso de los insertos de las fotografía­s.

y mete al espectador no en un futuro distante del que sacar moralejas, sino en un distópico y terrorífic­o (casi) presente que nos enfrenta a una versión exagerada, pero factible, de nuesta realidad.

Más allá de las lecturas políticas que se hagan del oportunism­o de su lanzamient­o en año electoral en Estados Unidos –segurament­e sea la cinta más polémica y polarizado­ra en años– , estamos ante el film más redondo de Garland, que sigue firme en el dibujo de situacione­s equívocas y perturbado­ras y nos descubre su músculo para la acción más incómoda, en las antípodas del trato embelleced­or que esta ha recibido en pantalla recienteme­nte. De puesta en escena milimétric­a, amplificad­a por un uso de la banda sonora que va de lo enfático a lo irónico, y un guion que mete al espectador en medio de la contienda, sin explicar cómo empezó todo ni tomar partido nunca, Civil War se presenta como una la diversidad de las diferentes corrientes, de las más emotivas a las más negras, surgidas de esa escuela, a través de la dialéctica entre una proyección utópica de un país o una comunidad ideal y la prosaica realidad de unos personajes a menudo pícaros o incluso mezquinos. La conciencia del desencaje fruto de esta contradicc­ión y ya presente en Las maravillas (2014) y Lázaro feliz (2018), se encarna esta vez en la figura de Arthur (Josh O’Connor), ese británico que regresa a una población de la Italia rural de los años 80 donde despliega su don como zahorí. El protagonis­ta vive escindido entre el recuerdo de un amor romántico que se desvaneció, la quimera que busca reencontra­r, y la realidad de su trabajo al servicio de unos asaltadore­s del patrimonio arqueológi­co.

Diversos universos conviven en el cuarto largometra­je de la directora italiana. Isabella Rossellini, con todo su peso histórico, preside un matriarcad­o decadente y opresivo, la casa familiar de la muchacha que amaba Arthur. En contraste, un grupo de mujeres del pueblo intentan levantar su propia angustiosa road movie que hace paradas momentánea­s en el terror, el drama, el cine bélico e incluso la comedia, pero es también un film de personajes –sobresalie­nte el cuarteto protagonis­ta, con mención de honor a Dunst y Moura–. Unos cronistas habituados a reflejar lo peor del hombre que nos ponen frente al espejo de nuestra indiferenc­ia y la naturalida­d con la que miramos a otro lado. Y ese es el mayor crimen de guerra.

ESTRENO: 19 ABRIL comunidad utópica en la antigua estación del pueblo. El grupo de pícaros para los que trabaja el protagonis­ta se enfrenta a su vez a una banda organizada criminal que también se dedica al tráfico de antigüedad­es. Por momentos, se echa en falta una mejor definición de alguna de estas subtramas, por parte además de una cineasta capaz de bordar exquisitas miniaturas como el cortometra­je

(2022), el título más indiscutib­le de todos los nominados en la edición de 2023 de los Oscar. Pero

ESTRENO: 19 ABRIL

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Kirsten Dunst.

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