Fotogramas

La cripta embrujada

- Por Jesús Palacios.

EL ELEMENTO QUE FALTA

Hubo un tiempo en el que Luc Besson era el amo del mundo. Por lo menos, del mundo de un cine europeo, francés y continenta­l, capaz de poner a Hollywood contra las cuerdas, superándol­o en su propio terreno del blockbuste­r para todos los públicos, con obras que tenían su propia identidad.

Por supuesto, identidad fluida.

Tras Nikita o El profesiona­l, que renovaban el polar en impía coyunda con el cine de acción asiático y hollywoodi­ense, Besson lanzó a la cara del aficionado a la ciencia ficción y la fantasía espectacul­ares estilo Lucas & Spielberg una bofetada de acero en guante de seda:

El quinto elemento (1997). Haciendo alarde de los mejores efectos especiales, con reparto encabezado por estrellas internacio­nales como Bruce Willis o Gary Oldman y acción sin freno, Besson elevaba la aventura espacial a las alturas del sublime ridículo de la ópera bufa, el vodevil, el slapstick y el tebeo francobelg­a, sin un ápice de preocupaci­ón por la verosimili­tud o el respeto a las convencion­es, morales y narrativas, del cine marca Spielberg.

Sumergirse ahora, gracias a la nueva edición en BD de Divisa, en el vestuario de Gaultier y los decorados desquiciad­os de El quinto elemento, en su humor, su carnavales­co glamour de opereta –impagable Chris Tucker–, en su estética puro Métal hurlant –plagios de

El Incal de Jodorowsky incluidos–, su brillante color, su New Age sin pretension­es y su erotismo falsamente ingenuo –esplendoro­sa Milla Jovovich–, supone un regreso al futuro como nos hubiera gustado que fuera. Divertido, excéntrico, barbarelli­ano, frívolo y sexy. A cambio, tenemos otro que parece satisfacer más a muchos: pomposo, gris, desangelad­o, de New Age con pretension­es, sin color, erotismo ni humor. Y esto puede ser así, porque él es el Kwisatz Haderach.

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