Glamour (Spain)

Espmeciual­jer

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habla de sus triunfos amorosos y conquistas de forma presumida es chocolate puro; si no te excita, no te resulta sensual o atractivo... ¡brócoli total! Y si manifiesta sus opiniones con rotundidad y las considera más importante­s que las tuyas sin posibilida­d de réplica (sobre todo en temas familiares, religiosos o políticos) no importa si acaba siendo brócoli o chocolate, mejor decirle adiós. Para terminar, la más importante: haz una lista de los diez mínimos exigibles que debe tener un hombre para que merezca la pena que esté contigo. ¿Ejemplos? Te ve sexy incluso con resaca. Sabe escuchar. Te hace sentir única y especial. Mantiene sus promesas (esta última es importante). Si no da la talla, lo mejor es pasar página.

Una edad, un hombre. En esta nueva entrega, Bridget Jones tiene 40 años, por lo que sus intereses no son los mismos que cuando tenía 30. En aquella época se conformaba con salir a cenar con su jefe, aún sabiendo que éste tenía novia. Ahora se enfrenta al problema de criar un hijo del que ni siquiera sabe quién es el padre. Como explica la antropólog­a y escritora Helen Fisher, “lo que una mujer busca en un hombre cambia a medida que envejece”. De esta forma, a los 30 se sienten más equilibrad­as y, por lo tanto, buscan establecer una relación con un hombre maduro y seguro de sí mismo, mientras que cuando cumplen los 40 necesitan que sea un hombre independie­nte como ellas y que disfrute del sexo con plena libertad y sin la preocupaci­ón de tener hijos (excepto sorpresas de última hora, como le ocurre a Bridget Jones en la película). Ella es y ha sido desde hace veinte años el mejor ejemplo de desastre en cuestiones de amor. Un gurú para quienes han desistido de buscar a su hombre ideal y un ejemplo para quienes temen llegar a cierta edad y seguir siendo… solteras. Sin embargo, todas iremos al cine a descubrir con qué hombre se queda y cómo le irán las cosas con él, ¿verdad?

Cuando las cosas suceden con tal rapidez, nadie puede estar seguro de nada, de nada en absoluto, ni siquiera de sí mismo.” Esta frase de Milan Kundera recogida en Elogio de la lentitud (2004), escrito por el periodista canadiense Carl Honoré, condensa a la perfección el espíritu slow del que este gurú antiprisa fue pionero hace ya más de una década. Su libro es para muchos un manual de vida que mantiene intacta su vigencia en una sociedad enferma del tiempo. “Speed dating, fast food... Incluso cerca de mi casa han abierto un gimnasio que imparte clases de yoga rápido, que es la manifestac­ión más absurda de esta cultura. Somos alcohólico­s de la velocidad, sin darnos cuenta de lo que ésta empeora nuestra vida y entorno”, explica Honoré durante la presentaci­ón en París del último lanzamient­o de la firma cosmética Vichy, Slow Âge, un tratamient­o que corrige los signos cutáneos del estrés, como la inflamació­n celular. Los datos confirman las palabras del periodista. El barómetro anual Bienestar y motivación de los empleados en Europa 2015, realizado por Ipsos y Edenred, afirma que el 41% de los trabajador­es se muestra insatisfec­ho con el equilibrio de la vida profesiona­l y personal. Es el llamado efecto blurring o ausencia de separación entre el ámbito laboral y personal. “Las encuestas indican que en la actualidad una quinta parte de nosotros interrumpi­mos el sexo para leer un email o responder una llamada. ¿Esto es aprovechar el tiempo o malgastarl­o?”, plantea Honoré. “Donde quiera que vayamos hay gente frenando. Lento (con ele mayúscula) no es sinónimo de estúpido. Haces mejor el amor, educas mejor a tus hijos. No se trata de ser extremista y hacer todo despacio, sino a la velocidad adecuada. Es posible, yo lo he hecho. Vivo en Londres, una ciudad enérgica, trabajo en medios de comunicaci­ón, juego al squash y soy productivo. Pero estoy viviendo mi vida en lugar de acelerar”, concluye. Carl era correspons­al de The Economist, The Observer... viajaba por todo el mundo... Y solía leerle cuentos a su hijo a toda pastilla. “Pero mi hijo siempre me pillaba. Un día vi un anuncio sobre cuentos de un minuto para dormir a los niños. Cuando me disponía a comprarlos en Amazon, desperté. ¿Era éste el tiempo que quería dedicarle a mis hijos? El mayor beneficio de mi desacelera­ción tiene que ver con el tiempo que les dedico a ellos. Leerles un cuento es el premio que obtengo al final del día. Si uno no se siente feliz, frenar es clave.” GLAMOUR: ¿El virus de la prisa tiene cura? ¿Cómo fue tu proceso de conversión del fast al slow movement? CARL: Una de las grandes ironías sociales es que somos tan impaciente­s que incluso queremos ralentizar rápidament­e. Y claro, no funciona. Somos adictos a la velocidad y para superar una adicción, se necesita tiempo. Das un pequeño paso hacia delante y otro hacia atrás... En mi caso, empecé haciéndome preguntas del tipo: “¿Qué pasaría si me fuese de compras sin móvil?” Fue un proceso que

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