¿Ganará Rusia EL MUNDIAL DE ESTILO?
La industria de la moda recupera la estética rusa más macarra con motivo de la celebración del mundial de fútbol. Pero no es la primera vez que la pasarela toma la imaginería postsoviética como inspiración. Analizamos una escena fascinante que llega para
hace una década que Gosha Rubchinskiy presentó su primera colección inspirada en la juventud de la era postsoviética. Un ejercicio que recuperaba el espíritu oscuro de las ciudades de la extinta URSS a principios de los años 90 y que rápidamente se convertiría en referente de la nueva modernidad. Rubchinskiy, de treinta y cuatro años, ha continuado dando forma a su marca homónima y recurriendo a una imaginería que también serviría de referencia a muchas jóvenes firmas rusas después de la suya y, aunque probablemente él fuese el primero en reconocer el potencial del legado soviético, hoy son varios los que transforman su pasado histórico en un presente de moda. Además, durante este mes y hasta mediados de julio, Rusia acogerá la celebración del mundial de fútbol, materializando así el idilio que, desde hace un par de temporadas, mantiene la pasarela con el deporte rey y alimentando la fascinación de la industria por toda la simbología del este de Europa.
Mucho más que zares y princesas. De alguna manera, podría parecer que la combinación de los términos “tendencia” y “soviético” constituyen un oxímoron en el sentido de que, donde la ideología soviética hablaba de productividad y practicidad, la moda propone materialismo y consumo. Sin embargo, la tendencia que viene del este –a excepción de la de la élite rusa adinerada– habla de ausencia, de sostenibilidad y de austeridad; del Do It Yourself y de construir un look con lo que tengas, sin excesos. ¿Quizá esta sea una de las razones por las que Rusia pisa fuerte en 2018? Y es que en un momento en el que la industria mira hacia horizontes respetuosos con el planeta y los trabajadores, en el que el movimiento #fakefur toma ventaja frente al uso de piel animal y en el que las reservas de agua –no olvidemos que la moda es una de las industrias más contaminantes del mundo– decrecen a pasos agigantados, quizá tengamos que aprender un par de cosas de la economía soviética.
Volamos hacia Moscú. Hace un par de años que Demna Gvasaglia, director creativo de Balenciaga y artífice de Vetements, fue consagrado por la publicación especializada The Business of Fashion como el diseñador que había causado más impacto en la moda global. Y aunque venticuatro meses después no cesan los rumores sobre la caída de la firma de streetwear –algunas fuentes aseguran que sus artículos ya no son los más deseados ni se venden tanto como antes–, al César lo que es del César. El georgiano entró en escena junto a su crew de amigos artistas y skaters –entre los que se encuentra el propio Rubchinskiy, la estilista y modelo ocasional Lotta Volkova y su hermano, Guram Gvasaglia– para escribir un nuevo capítulo en la historia de la moda más reciente. A ellos les debemos que el chándal de táctel haya dejado de ser una pieza denostada para erigirse como uno de los looks estrella de la temporada, que las camisetas de algodón de propaganda sean una de las piezas más codiciadas y que las chunky sneakers –esas zapatillas aparentemente feas, de suela gruesa y de aspecto bakala que triunfaron en los años 90–, hayan pasado de ser un calzado propio de los macarras de la banlieue al preferido
de algunas estilistas y editoras de moda. La Rusia postsoviética forjó el imaginario de todos ellos, con referentes que están a medio camino entre la austeridad comunista, la provocación del feísmo más purista y el normcore noventero. Andrey Artyomov es otro de los nombres que pisan fuerte en la industria. Fundador y director creativo de Walk of Shame, se inspira en las noches de verano en las azoteas de Moscú y en las raves de los años 90. Artyomov, que firma una de las 14 sudaderas para Yoox con motivo del mundial de fútbol –Koché, Vivienne Westwood y Y/project son algunos de los diseñadores que también han colaborado con la multimarca–, en la que se lee “Go Ahead” en cirílico, ha diseñado prendas para celebrities como Elle Fanning y Rihanna y sus colecciones, adoradas por las mujeres de los oligarcas rusos, se venden en Selfridges o en las Galerías Lafayette parisinas.
A esta escena, incipiente pero fascinante, se suman otros diseñadores cuyo origen no es Europa del Este, pero que beben de sus referencias y se adueñan de una estética a medio camino entre los hooligans de los suburbios británicos y el exostismo ruso más macarra. El club de fútbol Paris Saint- Germain ha permitido a la francesa Christelle Kocher, artífice de Koché, apropiarse de parte de su equipación en su ejercicio para esta temporada. Jerséis con logos de Emirates Airlines, trajes de chaqueta con camisetas de fútbol y sudaderas revisitadas y deconstruidas dibujan una colección que se inspira directamente en el furor que causa el merchandising deportivo. Esta pasión se traduce también en la exaltación del chándal, que este verano se viste de la cabeza a los pies, en un dos piezas que mira hacia los años ochenta. Lo dice Koché, pero también Fenty x Puma, Baja East, Palm Angels o Peter Pilotto, cuyos chándales se declinaban en suaves mezclas de turquesa y lavanda o naranja y amarillo limón.