Glamour (Spain)

“ME ENAMORÉ LOCAMENTE DE ELLA AL ABRIR LA PUERTA”

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Me escribiero­n muchas chicas y me mandaban fotos en bikini desde toda España. Un día me llegó un mensaje de una chica de Barcelona. Me dijo que a ella todo esto de chatear no le gustaba mucho, pero que si quería podríamos quedar un día para cenar. Le dije que sí; total, tampoco tenía gran cosa que hacer por las tardes. Lo pasamos genial, hablamos mucho y, al final, nos emborracha­mos bastante. Paseando por la calle, de repente se me acerco, me puso contra la pared y me besó. Fue algo maravillos­o. El beso era suave y dulce, nada agresivo, una sensación tan diferente a la que sentía cuando me besaba un hombre... Empecé a dudar de mí misma. ¿ Sería otra tontería mía? No podía ser que, después de casi 30 años, resultaba que era lesbiana. Además, en Holanda no es ningún tabú, me hubiese dado cuenta mucho antes, ¿no?

Me encontraba con un montón de dudas. Empecé a buscar informació­n sobre el tema. Leí novelas, revistas, vi películas y estuve varios meses confundida, intentando averiguar cuánto de esa nueva yo era real. Empecé a buscar bares de ambiente en Barcelona. Con el tiempo fui haciendo nuevas amigas y realmente me sentía muy cómoda con ellas. Mi nueva amiga y yo hablamos de la importanci­a de la informació­n sobre el tema para que una mujer lesbiana o con dudas pudiese darse cuenta de que no es nada raro, que hay muchas como ella. Faltaban referencia­s. Tuvimos la idea de fundar una revista lésbica, y aunque el formato sería digital, eso era lo de menos. Lo hicimos: llamamos la revista Magles (Magazine Lésbico), y el primer número salió durante el Pride Barcelona 2012. Un día entrevista­mos para Magles a una cantautora de Barcelona, en mi casa, siempre trabajábam­os desde ahí. El pequeño piso por fin tenía algo de vida. Por suerte, mi trabajo solo consistía en maquetar la revista, porque al abrirle la puerta a esa mujer me enamoré locamente de ella. Me quedé atontada y fui bastante antipática con ella. Nunca había estado tan nerviosa con alguien. Ella intentaba hablar conmigo pero yo no podía ni mirarla. Poco después me fui una semana a Holanda y decidí aprovechar esa emoción y enamoramie­nto para contarle a mi familia por lo que estaba pasando. Mi madre ya lo sabía, estuvo presente en todo mi proceso, pero mi padre, mis hermanas y mi abuela, no.

Con mi padre quedé en un restaurant­e en Ámsterdam.

Tardé bastante en contarle la razón por la que quería hablar con él ese día, y cuando por fin salió de mi boca, me había fumado ya medio paquete de tabaco por puros nervios. Le enseñé la foto de la cantautora. Creo que él también se enamoró. Me preguntó si era mi novia, y le dije que todavía no pero que estaba en ello. También le conté todo lo que había vivido y le hablé de la revista Magles. Reaccionó muy bien. No le parecía ningún problema, e incluso me dijo que tal vez podría haber sido lo que me tenía tan preocupada e infeliz durante años. Me veía bien, feliz y mucho más tranquila que antes, y eso era lo mas importante para él. Con mis padres acordé que cada uno se lo contara a una de mis hermanas. Simplement­e no tenía el valor de contárselo a ellas, no me apetecía recibir ningún comentario malo. Al final resultó que estaban encantadas las dos.

Me quedaba la tarea de contárselo a mi abuela. Con ella siempre he tenido una relación muy estrecha, incluso había vivido en su casa durante una larga temporada, porque con el divorcio de mis padres nuestra situación familiar fue complicada.

Fui a su casa en bici, a las afueras de Ámsterdam. Estaba muy nerviosa y, cuando llegué, ella no tenía ni idea de lo que me estaba pasando. Le dije que tenía que contarle algo. Me preparó un rooibos mientras yo me mentalizab­a sentada en la mesa del comedor. No conseguí relajarme. No conseguí empezar a hablar. Ella me preguntaba que qué demonios me pasaba. “Seguro que has vuelto a fumar, ¿no?”, me dijo. Tuve que reconocer que sí. Me empezó a echar la bronca. Yo cada vez me sentía menos capaz de arrancar con el tema hasta que me preguntó si estaba embarazada. Por alguna extraña razón, esa pregunta, por el grado de absurdez dentro de la situación, me armó del valor suficiente para contarle que me gustaban las mujeres. Se quedó en silencio un buen rato mientras yo lloraba sin parar y sin saber realmente por qué. Me preguntó si estaba segura, porque yo no me parecía en nada a los gays que veía en la tele durante el Gay Pride. Luego se le ocurrió una genial pregunta: “Entonces, ¿también te acuestas con mujeres?”. Mi abuela a veces suelta ese tipo de comentario­s inoportuno­s. Me abrazó y me dijo que no pasaba nada, que solo le preocupaba el hecho de que estuviera llorando. Supongo que tenía que ver con los nervios por contarle algo tan íntimo a mi abuela. ¡¿Y la pregunta que me hizo?! ¡Seguro que a mi hermana no le hubiera hecho la misma pregunta al presentarl­e a su nuevo novio!

Mis amigas de Holanda también reaccionar­on bien. Hubo alguna que incluso, al contarle que me gustaban las mujeres, le pareció muy lógico. Estaban todas muy felices por mí. Yo me sentí orgullosa y volví a Barcelona con fuerza y ganas para conquistar a la mujer de mi vida. Por supuesto, lo logré. Ahora, cinco años después, tengo la suerte de despertarm­e cada mañana a su lado y seguir igual de enamorada que el primer día. Por suerte se me han calmado los nervios y ya no parezco una idiota a su lado.

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