La vanguardia era esto
Frente a la resistencia al cambio de París y Milán, Londres y Nueva York se perfilan como favoritas de las nuevas casas de moda que apuestan por el talento emergente. Renovarse o morir.
En 1943, la relaciones públicas norteamericana, Eleanor Lambert organizó en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York lo que ella misma llamó el Press Week, una semana en la que los diseñadores de la Gran Manzana mostraban sus creaciones a la prensa especializada de la época. Lambert –que contaba entonces con clientes como Norman Norell o Bonnie Cashin– urdía así, sin saberlo, el germen de lo que sería la primera Fashion Week del mundo. Casi un siglo después, esta cita ineludible se ha convertido en el corazón de la moda made in America, y el espectáculo, a pesar de sus continuos vaivenes, debe continuar.
Soplan vientos de cambio. Después de una década, Delpozo se despedía de Nueva York la pasada temporada y aterrizaba en Londres para presentar su colección para este invierno; la marca capitaneada por el español Josep Font
decidía entonces abandonar la que hasta ahora había sido su casa para tomar un nuevo rumbo sin mirar atrás. Pero antes, Rodarte ya había abierto camino mudándose a París para desfilar durante la semana de la Alta Costura y Proenza Schouler, Thom Browne y Altuzarra hicieron lo mismo alejándose así del epicentro de la moda estadounidense. La crisis que atraviesa el concepto de desfile en sí mismo, –cada vez más marcas optan por mostrar sus colecciones a través del formato presentación, performances o incluso a través de eventos dirigidos directamente al consumidor final–, pone en jaque el futuro de las semanas de la moda tradicionales que se transforman constantemente en busca de un modelo que se adapte, definitivamente, a las exigencias venideras. Por eso, y a pesar del éxodo de diseñadores consagrados
de la Gran Manzana, al
NUEVA YORK Y LONDRES SE HAN CONVERTIDO EN CUNA DEL TALENTO EMERGENTE Y AVANT GARDE MÁS BRILLANTE
escenario de la Nueva York Fashion Week se han subido nuevos actores emergentes que parecen encajar perfectamente con las reglas que dicta la industria. De un tiempo a esta parte, la ciudad se ha convertido en el perfecto caldo de cultivo para el fashion system, en sus calles se respira tendencia y en un mismo barrio pueden confluir iconos tan aparentemente dispares como Olivia Palermo o Candy B. Sobre la pasarela, etiquetas como Eckhaus Latta, que han sido capaces de trasladar el corazón de la moda a las profundidades de Brooklyn; Sies Marjan, discípulo de Dries van Noten al que Suzy Menkes describe como el “maestro del color”; Matthew Adams Dolan, a quien recurre Rihanna para diseñar su línea Fenty Puma; o Maryam Nassir Zadeh, favorita de las fashion insiders desde hace algunas temporadas, demostraron por qué la Fashion Week neoyorquina continúa a la cabeza en cuanto a diversidad se refiere (de género, de raza, de peso), y recupera la esencia de sus comienzos, cuando la capital norteamericana era el lugar que elegían para debutar los talentos emergentes más brillantes frente a la sombra alargada de las grandes casas europeas francesas e italianas.
¿Y qué sucede al otro lado del charco?
Mientras Nueva York vive su particular American dream, en Europa, París saluda a casas de tradición estadounidense como Rodarte, Proenza Schouler, Thom Browne o Altuzarra, Milán apuesta por mantener su status quo sin alterar demasiado el transcurso de los acontecimientos y es Londres la que vibra al ritmo de la nueva vanguardia made in England. De un tiempo a esta parte, la ciudad del Támesis resurge con un esplendor inusitado de la mano de nombres ya consagrados como Molly Goddard, Simone Rocha, Erdem o Roksanda y apuesta por nuevos rostros como Richard Quinn, Marta Jakubowski, Richard Malone o Faustine Steinmetz. La que fuera considerada la más libre y underground de las cuatro big four, deja de lado las presiones comerciales y prefiere elegir el progreso, la experimentación y la creatividad. Los invitados a los front rows de sus desfiles apuestan por el chándal de última generación frente al tacón de lujo, la tecnología y la transgresión ante la austeridad y las tendencias más mainstream.
Pero, ¿qué es lo que hace que jóvenes diseñadores como Quinn –uno de los más celebrados con tan solo 28 años y protagonista de uno de los momentos de moda de la década al ser capaz de traer a la Reina de Inglaterra a la London Fashion Week–, siga eli- giendo mostrar sus colecciones a través de un desfile en formato tradicional en la era de Instagram? En un momento en el que la moda se enfrenta al dilema tradicional de “renovarse o morir”, el saber adaptarse a los nuevos tiempos que marca la industria se perfila como la más inteligente de las opciones, lo que parece abrir una puerta a una libertad absoluta de interpretación sobre cómo debe ser una semana de la moda. Así, frente al inmovilismo de París y Milán, cuyos intentos de alterar el curso de los acontecimientos se vive casi como una agresión, Nueva York y Londres hacen gala de una flexibilidad titánica y de una capacidad que ya viene de largo para adaptarse a los cambios. A través de ellas se define el futuro de la industria.