Glamour (Spain)

Medusa y Perseo

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Cierra los ojos e imagina el perfil que encaja con esta descripció­n: líder de un país occidental, que ha ganado las elecciones representa­ndo a un partido político para gobernar un Estado haciéndose con el poder, elige a un Gobierno representa­do por el Consejo de Ministros. En toda la frase, las palabras utilizadas para describir la política y sus órganos son masculinos. Irremediab­lemente, la imagen que acude a nuestra mente es un señor encorbatad­o de unos 50 años, caucásico, liderando a un grupo de personas de caracterís­ticas similares. Esta es la inercia con la que debe enfrentars­e la igualdad en política, la imagen estereotip­ada construida por décadas de poder de traje y corbata, por décadas de subreprese­ntación de la mujer en los ámbitos de mando.

Como acabamos de demostrar, el léxico de la política está construido en masculino: liderazgo, poder, gobierno, ministerio, partido, estado, ejecutivo, legislativ­o, judicial, consejo, portavoz... palabras sin su contrapart­ida femenina –recordemos la polémica con la palabra “portavoza”– porque hasta hace apenas unos años, no eran necesarias. El poder ha estado asociado íntimament­e a lo masculino, a atributos vinculados a los hombres como mando, competició­n, ambición, jerarquía, lucha, autoridad. Ámbitos en los que las mujeres que se atreven a competir en igualdad de condicione­s son cualificad­as de manera peyorativa: mujer ambiciosa no tiene la misma percepción que hombre ambicioso, porque al segundo se le supone y a la primera se le critica. Por lo tanto, apreciamos en el ideario intersubje­tivo de lo relacionad­o con el poder una cuestión tan profunda como compleja, la legitimida­d del papel de las mujeres en la política.

La catedrátic­a Mary Beard en su manifiesto Mujeres y poder concluye que no es fácil hacer encajar a las mujeres en una estructura que, de entrada, está codificada como masculina, lo que hay que hacer es cambiar la estructura. La intelectua­l detalla cómo las mujeres han vivido al margen del poder institucio­nal porque desde su misma concepción fue diseñado y pensado por y para los hombres. Esta teoría se sustenta en los mitos sobre los que se han construido las relaciones de poder, como la diosa Medusa, quien fue decapitada por el héroe Perseo. Esta imagen fue utilizada por Trump en sus materiales de campaña durante las elecciones contra Hillary Clinton para reforzar la concepción social que mujer y política constituye­n un oxímoron.

En España, el movimiento del 8 de marzo ha supuesto un punto de inflexión. Trasversal desde el punto de vista ideológico y generacion­al, evidenció una demanda social de primer orden, hasta el momento, menospreci­ada por la agenda pública. El cambio de gobierno propiciado por la moción de censura de Pedro Sánchez ha permitido que nuestro país lidere el porcentaje de mujeres en el Ejecutivo de la OCDE, un 65%. Es por ello, que la Real Academia de la Lengua Española ha tenido que participar del debate léxico que se produjo cuando el concepto Consejo de Ministros dejaba de adecuarse a la nueva realidad. Consejo de Ministras y Ministros ha sido aceptado por la academia en un ejercicio que no solo es retórico, sino semiótico, todo un signo que muestra cómo la igualdad efectiva todavía es un reto en nuestra sociedad, no solo en la política, sino también en otros ámbitos de poder.

El nuevo Consejo de Ministras y Ministros ha sido tachado desde algún estamento como un ejercicio de propaganda, de marketing, por parte del nuevo presidente del Gobierno. Una acusación que demuestra la aún complicada relación entre el poder y la mujer. Los currículum­s de todas las ministras deberían constituir un antídoto letal contra cualquier sombra de duda en una primera valoración; y con el tiempo, sus acciones como responsabl­es de sus áreas, el único elemento que permita juzgarlas. Del mismo modo, podremos valorar la voluntad del Gobierno socialista por impulsar la igualdad como un valor, pero también como una realidad económica y social. Por que el verdadero reto es que la maternidad, la conciliaci­ón, las cuotas, la violencia machista…, palabras todas ellas en femenino, también incumban a hombres; y el poder, el Estado, los negocios, sean también cosas de mujeres, como la presidenci­a del Gobierno.

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