Mujer y poder en el Prado
Celebramos 200 años de la fundación del Museo del Prado, con una visita exclusiva de la mano de la experta en arte Ana Moreno y la actriz Bárbara Lennie. Junto a ellas, descubrimos las heroínas de la pinacoteca más importante del mundo.
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on las ocho de la tarde, desde el Museo del Prado desembocan, por las diferentes puertas, ríos de visitantes que han agotado los últimos minutos del horario. Es el momento en el que el equipo de GLAMOUR desembarca en la pinacoteca, a la cabeza Bárbara Lennie, la actriz ha quedado con Ana Moreno Rebordinos, Coordinadora General de Educación del Museo del Prado. Junto a ella, la intérprete que está de pleno en los ensayos de la obra Hermanas (estreno el 10 de enero, junto a Irene Escolar en el Pavón Teatro Kamikaze) recorrerá las galerías de este imponente edificio bajo una mirada nueva, con perspectiva de género, aquella con la que Ana nos desvelará figuras importantísimas que la historia con su criterio antropocéntrico dejó a un lado, y ahora en su doscientos aniversario dan un paso hacia el foco de atención para ponerse en el lugar que les corresponde.
“El recorrido que hemos elegido es el de Mujer y poder en el Museo y yo creo que lo interesante es destacar cómo durante décadas en los museos se ha
perpetuado la imagen de que están habitados por pintores, por genios, siempre en masculino, que responde a unos criterios de compra o de creación de colecciones del pasado. Pero es cierto que en los últimos años todo esto ha cambiado y la mirada es otra. Obviamente, no se trata de cambiar las colecciones que tenemos, un magnífico legado, porque responde a esos momentos históricos, pero sí que tenemos la responsabilidad de buscar otras lecturas, de investigar y de rescatar a otros personajes de la historia que están aquí. En este caso, eran mujeres.”
Ellas mantuvieron el imperio. “Casi todas las que vamos a ver han sido reinas, infantas o nobles, y sí que han sido mujeres que, aunque la historia nos las ha hecho llegar como consortes, por sí mismas han sido muy interesantes. Son personajes que se están investigando ahora y que estamos rescatando desde por ejemplo su posición política: a veces han sido regentes o son las que en momentos de inestabilidad política han conseguido restablecerla”, introduce Ana mientras conduce
a su recién adquirido séquito hacia la escultura, de Álvarez Cubero, de María Isabel de Braganza (Lisboa, 1797-Madrid, 1818). “¿Que fue una mujer quién fundó el Museo del Prado?”, pregunta sorprendida Bárbara ante la pieza neoclásica de la que fuera segunda mujer de Fernando VII. “La primera esposa muere también superjoven porque imagínate, igual las casaban con 16, 18 o 19 años. Su función era básicamente tener herederos. Era realmente una vida muy dura estaban destinadas a procrear”, aclara Ana. “Y como moneda de cambio”, añade Lennie. “Sí, de intercambio político a nivel internacional. El edificio de este museo estaba construido desde hacía tiempo porque en origen iba a ser un Gabinete de Ciencias Naturales, pero no se llegó a ocupar. Los reyes ya tenían colecciones muy amplias que habían ido creciendo, con todo lo que habían heredado de los Borbones y de los Austrias, y necesitaban un lugar para conservarlos
“CON LOS BORBONES LLEGÓ EL COLOR Y UN RELAJADO PROTOCOLO” ANA MORENO
y también para exponer. Isabel tuvo la voluntad de que esas colecciones reales fueran accesibles al público. Y gracias a ella se fundó el Museo en 1819. Pero ella no lo vio porque murió de parto el año antes, en el 18.” El cuadro de Bernardo López Piquer, póstumo, en el que se ve a la reina representada como fundadora del Museo del Prado será este año de los más visitados. El edificio se ve por la ventana en una perspectiva desde el noroeste, con el aspecto que tuvo cuando se inauguró en 1819. Isabel de Braganza era aficionada a las bellas artes, practicaba la pintura, era académica de honor y consejera de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Ana retoma el camino, dejando atrás a la soberana peinada según la moda imperio y vistiendo un traje de terciopelo rojo bordado en oro con motivos florales.
Mientras caminan por ese laberinto de techos altos y salas con claraboyas, en la conversación surge la mujer a tener en cuenta, desde donde parte todo, Isabel la Católica, ejemplo de fortaleza, inteligencia, independencia y gran gobernante. Casta que heredó Juana la Loca que “contemplada desde una mentalidad actual, encontramos a una mujer moderna que se rebela contra la subordinación impuesta a las de su sexo”, como indica Juan Eslava Galán en el libro La Familia del Prado. Primer feminista por decirlo de una forma llana. Sobrecogedor es el óleo firmado por Francisco Pradilla y Ortiz, Doña Juana la Loca ante el sepulcro de su esposo, Felipe el Hermoso (1877), actriz e historiadora guardan unos segundos de silencio ante la estampa de una mujer que pasó la mayor parte de su vida encerrada sin ceder un ápice a la renuncia de sus principios. Tras la desolación y tristeza de la hija de la Católica, Moreno quiere conducir al grupo a una de las salas con más presencia femenina del Prado. El negro luto de doña Juana, nos encamina de forma natural al negro Felipe II, color por antonomasia de los Austrias, dinastía de protocolo inquebrantable y recio. “En su momento, el negro que utilizaban Felipe II y toda la gente de la Corte era un símbolo de riqueza”, alecciona Ana a la actriz que embelesada escucha sus explicaciones. “Porque era un tinte muy caro. Procede del palo de Campeche y solamente podían tener esos tejidos que no se les iba el negro la gente más pudiente, se le llamaba el negro ala de cuervo. Y tiene que ver también con los recursos que venían de América además del citado palo estaba también la cochinilla que era de donde se extraía el tinte rojo. Los rojos también son propios de los ricos. Va cambiando con las épocas, por ejemplo en la época medieval el azul era el más exclusivo, procedía del lapislázuli.”
La sala 56 no es muy grande, sus paredes exponen un gran número de retratos de mujeres y de todas ellas la historiadora destaca a tres, Isabel de Valois, Ana de Austria y la que será una de las protagonistas en 2019 del Museo, Sofonisba Anguissola. Bárbara se interesa del porqué de tantos retratos en general, con ellos no solo se informaba del nacimiento y buena salud de los protagonistas, servían también para dar a conocer a los futuros esposos los rasgos del cónyuge, pero además eran una arma de propaganda del propio imperio, de ahí los portes majestuosos, los suntuosos ropajes y el esplendor de joyas, toisones, perlas peregrinas, en el caso de las mujeres la riqueza de tejidos y la sofisticación en sus peinados sustituyen la parafernalia de las armaduras de los hombres. Comenzamos con Isabel de Valois , tercera esposa de Felipe II, una jovencita francesa hija del rey galo, que en palabras del señor de Brantôme, miembro del séquito que la acompañaría a España con trece años: “Tenía un rostro dulcísimo, y sus ojos y cabellos negros formaban tal contraste con la blancura de su tez, y le prestaban tal encanto, que yo he oído decir en España no osar los caballeros mirar a ella por temor a quedarse enamorados”.
La pobre, que en realidad era la prometida del príncipe don Carlos ( pero el sucesor al trono era más importante que remilgos familiares y el susodicho daba señales de estar muy mal de la cabeza), dio dos niñas al monarca, de hecho, sus ojitos derechos Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, y murió tras un aborto. Además de ser una mujer alegre y cariñosa, era culta y gran amante del arte no en vano era hija de Catalina de Médici, gracias a ella la corte española pudo disfrutar de una genial artista, Sofonisba Anguissola. El retrato de la francesa refleja “su pincelada superdelicada, las pieles, cómo trabajaba la luz…”, señala a Lennie. “¿Cómo vivía o era una mujer pintora en esa época?”, se interesa la actriz. “Claro, tienes la referencia de Velázquez o de un pintor de cámara pero no de una mujer… Ella era de origen noble, el padre quiso que junto con sus cinco hermanas tuviera una educación artística. Sabían tocar instrumentos musicales, sabían pintar y en su caso no es tanto el modelo de mujer que se va a dedicar solo a la pintura, sino como mujer que cultiva todas las bellas artes, dentro de su estatus de noble. Pero claro, si ves las obras en esta sala que están firmadas por Pantoja de
SOFONISBA ANGUISSOLA FUE UNA DE LAS MEJORES ARTISTAS DE LA CORTE
la Cruz o de Sánchez Coello… no me gusta compararla con los hombres, pero es evidente que no hay diferencias entre las obras de esta sala que permitan atribuirlas a la mano de una pintora o de un pintor, los retratos son similares en cuanto a calidad, y presentan composiciones muy parecidas que responden al gusto del momento. De hecho, alguna de sus obras han estado atribuida a Sánchez Coello y, Leticia Ruiz, que es la comisaria de esta exposición [el Prado prepara para 2019 Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana. Dos modelos de mujeres artistas], ha cambiado la denominación y ya no aparece como atribuido, sino como obra de Sofonisba. Todos los trabajos desde conservación y restauración, los estudios técnicos analizando pigmentos, pinceladas, composición… ayudan a poder darles la autoría que merecen, intuimos que hay mucho anónimo que esconde pinceladas femeninas y también pseudónimos masculinos”, continúa Moreno quien realiza otra referencia a otra de las grandes pintoras de la época Lavinia Fontana: “El otro modelo de artista que se va a exponer junto a ella es Lavinia Fontana; ella es hija de pintor, tiene otro estatus y sí que está más centrada en su carrera como artista y en la creación de su propio taller”.
La experta no puede evitar conducir a la intérprete a fijar su mirada en otro cuadro de Anguissola, esta vez un retrato de Ana de Austria (último de la artista): “Me ha parecido también una señora segura de sí misma, muy culta. No lo sé, me ha parecido de verdad un personaje muy destacable. Y luego, la obra que vamos ahora a ver, La familia de Felipe V, ahí tienes tres mujeres inteligentes y bien preparadas. Bárbara de Braganza, Amalia de Sajonia y la otra era Isabel de Farnesio, a esta última hay que agradecerle su afición por el arte y su labor como coleccionista que completó las colecciones reales. Y luego las otras dos igual, continuaron un poco con esa labor de coleccionistas, de protectoras de las bellas artes y lo que te contaba antes, de promover también instituciones para beneficiar a mujeres o a niños, en temas de educación o de asistencia social”. La noche sigue su curso, aunque las sombras del museo no nos dan los detalles del paso del tiempo, casi como los cuadros que nos observan a su paso.
Nos encaminamos a esa obra en mayúsculas firmada por Velázquez, Las meninas. Corta la respiración enfrentarte a ella a solas, y la pequeña infanta Margarita te encandila junto a una troupe estudiada sin fin por los grandes académicos. A duras penas Lennie aparta su mirada del cuadro para preguntar sobre la pequeña en torno a la que gira todo. “En ese caso, el hijo heredero de Felipe IV muere. Entonces, el trono, la sucesión de los Austrias, recae en la infanta Margarita. Ella es la esperanza, porque en ese momento con los Austrias las mujeres podían heredar el trono, podían ser reinas. En cambio, los Borbones son los que a través de la ley sálica, hacen que la monarquía ya solo se herede a través del hombre.” La esperanza de los Austrias moriría a los 21 años de sobreparto, anteriormente daría a luz a María Antonia, la pobre que terminaría en nupcias con Carlos II, el hechizado, y ejemplo de los problemas derivados de los enlaces endogámicos de esta disnastía.
La última parada nos conduce al legado de Goya, donde nos paramos ante el magnífico retrato de La familia de Carlos IV (1800), con ese gran personaje como fue María Luisa de Parma, quien a pesar de ser símbolo antifeminista a través de sus palabras: “Soy mujer, aborrezco a todas las que pretendan ser inteligentes igualándose a los hombres”; fue una adelantada a su tiempo en materia de libertad sexual, y si en otros matrimonios fueron ellos los que hicieron acopio de amantes, en este caso el harén resultó ser masculino y el favorito respondió al nombre de Manuel Godoy.
Tras su contemplación, Ana quiere detenerse cerca, en la sala 39, conocida como el Gabinete de Descanso de Sus Majestades. Inaugurado en 1828, fue concebido como una galería de retratos de la dinastía de los Borbones. Las efigies estaban acompañadas por bodegones, floreros y paisajes, así como por otras pinturas que recogían diferentes hechos de los reinados de Carlos III y Fernando VII. El próximo 9 de abril los visitantes podrán disfrutar de un montaje que recupera la característica disposición en diferentes niveles e incorpora algunos de los muebles realizados para este espacio, como el retrete de Fernando VII (actualmente en el Museo del Romanticismo). En este remanso lleno de color, la experta pone el foco en la magnificencia del retrato de María Amalia de Sajonia, 1738 (esposa de Carlos III) de Louis Silvestre. El retrato posee la elegancia y la fragilidad propias del rococó, que imperaba en la pompa cortesana oficial. La futura reina de Nápoles, y luego de España, viste a la moda polaca, con un abrigo encarnado forrado de piel de armiño sobre un vestido blanco rameado; cubre su cabeza con una gorra ribeteada en piel de visón y prendido al cabello mediante una piocha de diamantes; en su mano derecha sostiene una miniatura con el retrato de su prometido. Un primor de mujer que sumaba características sublimes y curiosas como
ESTUDIOS ACTUALES SACAN A LA LUZ NUEVAS PINTORAS DE LA ÉPOCA
ser “amable, culta, lista, gran fumadora de tabacos nacionales y buena administradora”, nos dice en su libro Juan Eslava Galán, que también nos informa de la gran presión que tuvo que soportar la reina porque no llegaba un heredero varón, recordemos que junto con el tecnicolor con el que pintaron la corte los Borbones, también le dieron pinceladas altamente machistas como la ley Sálica. Bárbara y Ana retornan de nuevo a Goya, a sus majas, a su condesa de Chinchón, íntima del pintor, a la dulzura de las hijas mayores de los duques de Osuna o a la tan extraña imagen ( por lo inusual) de La XII marquesa de Villafranca pintando a su marido (1804), académica de mérito de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, culta, gran amante de las artes y pintora aficionada. Otra de esas mujeres que aguardan ser descubiertas y reconocidas por sus méritos y no sus cónyuges, trabajo que el Museo del Prado lleva ya unos años haciendo porque como dice Ana Moreno: “Las obras nos dan la posibilidad de realizar múltiples lecturas, y desde la actualidad poder enriquecer este patrimonio revisando y ampliando su contenido”. Hace doscientos años que una mujer consiguió erigir este orgullo nacional de las artes, que como bien reza el título de su exposición conmemorativa, Museo del Prado 1819-2019. Un lugar de memoria, guarda la historia de un país y de una sociedad que se vuelve a pintar o mejor dicho a restaurar mostrándonos nuevos colores que llevan nombre de mujer. Muchas felicidades, va por ellas.
“NO ERA HABITUAL EL RETRATO DE MUJERES TRABAJANDO EN SU PROFESIÓN” ANA MORENO