Por la carretera vieja DANIEL ENTRIALGO Director de GQ
HACE MUCHOS AÑOS , cuando era apenas un niño y veraneaba en Asturias, mi primo Alfonso solía llevarnos a parte de la familia en su coche desde Oviedo hasta Gijón. Antes de comenzar el viaje, nos hacía siempre la siguiente pregunta: "¿Qué preferís: que vaya por la autopista o por la carretera vieja?". Recuerdo que a mí aquel planteamiento me parecía totalmente desconcertante. No solo me resultaba carente de sentido y absurdo, sino que entraba casi en el terreno de la provocación. En mi fuero interno, la respuesta era tan obvia y evidente que ni siquiera planteaba la mera hipótesis cartesiana de duda metódica. Por la autopista se tardaba menos tiempo en llegar y resultaba más cómodo. La carretera vieja, por el contrario, tenía un montón de curvas que mareaban una barbaridad; además, había enormes camiones entorpeciendo los adelantamientos, decenas de pueblos con travesías reteniendo el tráfico y un asfalto deteriorado lleno de baches. ¿Pero qué tipo de pregunta era esa? ¿Autopista o carretera vieja? Era como si me dijeran: "¿Qué prefieres: quedarte en casa tumbado viendo la tele o ir a visitar a esos aburridísimos parientes lejanos que no vemos nunca?". ¿Tú qué crees que prefiero, hombre?
Pues mi primo Alfonso siempre quería ir por la carretera vieja. Siempre. Argumentaba que le resultaba más entretenido el trayecto o, como dicen los asturianos, que le prestaba más. Yo lo pasaba fatal y –entre arcada y arcada, a dos por hora, y detrás de un autobús Alsa que iba frenando en cada curva– me iba acordando de todos y cada uno de sus parientes (que eran los mismos que los míos, claro). Pero él era quien iba al volante y como ocurre con la música que suena en el coche, el conductor siempre tiene la última palabra sobre la ruta y la cinta del radiocasete. Yo pensaba que lo hacía simplemente por fastidiar, pero ahora –tantos años después– no solo he perdonado ya a mi primo por aquellos viajes sino que, además, he acabado comprendiéndole perfectamente. Supongo que son cosas que uno solo descubre con la edad.
2015 se despliega ante nosotros en toda su extensión –un año entero por delante– y no resulta difícil imaginárselo como un largo y sinuoso camino por el que vamos a viajar durante los próximos 12 meses. Como en esa foto de Brad Pitt que llevamos en portada, nos montamos a horcajadas sobre nuestra Harley mental y nos disponemos a adentrarnos en sus 365 días. Pero hay varias formas de hacerlo. Quizá prefiramos recorrerlo de forma rápida e indolora, por el trayecto más corto posible, intentando evitar cualquier tipo de contratiempo o encontronazo con la cruda realidad. O quizá no. Tal vez este año prefiramos arriesgarnos, quitar el piloto automático y salir de la autopista. Sentir de lleno cada bache, cada curva cerrada e incluso algún que otro mareo. Un camino más largo y complicado, pero también más intenso y real. Porque, al fin y al cabo, de eso se trata vivir, ¿no?
¿Quién me iba a decir a mí que acabaría dándole la razón a mi primo Alfonso? A veces, es más divertido ir por la carretera vieja.