GQ (Spain)

U n premio literario

- por Manuel Jabois - licor café PERIODISTA

Hace años, cuando el exagerado boom de los premios literarios que puso a todo el país a escribir porque nos habíamos enterado de que Juan Manuel de Prada los había ganado todos, un amigo se llevó un premio de relatos breves que organizaba un ayuntamien­to turístico. Mi amigo ya había desistido de ser escritor: era el primer periodista de la historia de España en hacerlo. Todos los que conocía se habían muerto de hambre o estaban esforzándo­se en ello. Pero sucedió que uno de los reportajes en los que trabajó con más ahínco disgustó al director, que le acusó de "saber escribir". Era una pieza absurda sobre un viejo mendigo que llevaba años en Pontevedra y que había muerto sin identidad.

Fui con él a recibir el premio, porque ya hemos visto lo que pasa con la amiga fea que acompaña al bombón al casting. El alcalde del ayuntamien­to que entregaba el premio era un hombre gordo y entrañable como un bebé. Tenía facciones de retoño envueltas en un cuerpo grotesco que le daba impresión de niño inflado a pulso. De cerca levantaba una ligera repulsa. Parecía estar pidiendo perdón por algo que a él se le escapaba pero que sabía detectable por los demás; eso o le habían chivado que fallaba algo, sin concretar qué. Esa vida tenía que ser un infierno.

El alcalde insistía en que el libro ganador debería llevar un prólogo escrito por él. Entendía que el autor no quería prólogo y que, en caso de tener uno, este lo hiciese Paul Auster, no un jefe de prensa –y señalaba a su empleado, que sonreía como un peluquero–, pero era necesario. Aquella vida que había escrito sobre un mendigo tendría éxito. "Es una edición municipal", dijo muy serio, "y se harán por lo menos 300 ejemplares".

Comprendim­os que tenía decidido escribir dentro del libro. Ya se le podía poner delante el original de la Bibliaque él incluiría un texto hablando del pueblo. Aquello era un varapalo, pero había premio económico y mi amigo dejó de protestar. "La dotación", repetían ellos como argumento de autoridad, y me parecía a mí que se aguantaban las ganas de llevarse la mano al paquete. El jefe de prensa nos acompañó a la puerta mientras explicaba que la edición sería pomposa, "con borlados" (esto no lo terminamos de entender nunca) y alguna ilustració­n que no costaría nada, pues el intervento­r dibujaba muy bien y lo haría gratis.

Mi amigo llevaba toda la vida soñando con escribir un libro, lo que no sabía es que aquel ayuntamien­to también. Se fue de la ciudad con los peores presagios y, peor aun, aguantándo­me, pues yo también quería ser escritor y había conseguido no ganar premio. Cuando nos íbamos mi amigo tuvo ganas de volver atrás y pedir que no hiciesen el esfuerzo de publicar el libro, que se sentía recompensa­do con el fallo. Su juicio literario le había dejado satisfecho: con él ya podía montar una perfumería.

Unos meses después recibió cinco ejemplares. Era un paquete pequeño y delicado que le llenó de emoción. Hay

"Ser escritor exige tantas cosas que no se puede perder el tiempo en escribir; yo si fuese uno no escribiría una línea"

que sentirse muy escritor para esos momentos. Yo pienso que ser escritor no tiene nada que ver con escribir, sino con abrir el paquete de tus libros, verlos en un escaparate, comprar cocaína, ir a las universida­des a acostarse con chicas y responder con cara de aburrimien­to a los periodista­s. Ser escritor exige tantas cosas que no se puede perder el tiempo en escribir; yo por lo menos si fuese uno de ellos no escribiría una línea.

Eso debía de pensar también mi amigo, satisfecho, pero al abrir el primer ejemplar se dio de bruces con el escrito del alcalde. No era un prólogo, era un saluda. El alcalde del ayuntamien­to había hecho un saluda con su foto y en el texto decía que las fiestas del patrono eran los mejores días para disfrutar de la ciudad. Daba ideas: la iglesia, los parques y el museo ("declarado Bien de Interés Cultural, BIC", decía). Animaba finalmente a disfrutar de la lectura del libro que subvencion­aba la concejalía de cultura, y unas páginas más allá, cuando ya había comenzado la narración, se incrustaba una página con el programa de fiestas.

Mi amigo hoy trabaja con su padre, de pasante.

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