EL TIO BUENO QUE HACIA BUENAS PELICULAS
En Origami Lips, un artículo sobre sus experiencias en el plató de El club de la lucha, el escritor Chuck Palahniuk relataba su obsesión con los labios de Brad Pitt, ese ideal inalcanzable que lo llevó a poner los suyos en manos de la tecnología barata (un supuesto potenciador labial algo sospechoso). No todos hemos llegado tan lejos, pero sí llevamos años obsesionados con cada una de las cosas que configuran la cara del actor, una de las estrellas más respetadas del Hollywood moderno… y una de las que mejor supo vender su transformación de galán para adolescentes en actorazo oscarizable. De hecho, la propia El club de la lucha incluye un guiño malicioso (en forma de marquesina) a Siete años en el Tíbet, quizás el pináculo del Brad Pitt cansadamas y melifluo, nada que ver con las tinieblas de la psique en las que se sumergió para dar vida a Tyler Durden.
¿Qué ocurrió entre ambos momentos? ¿Cuál fue el punto exacto en el que Pitt demostró a todo el mundo que lo suyo iba en serio? Probablemente, su merecida nominación al Oscar por Doce monos, en la que aceptó un papel secundario solo para desprenderse de encima el halo de chico-para-forrar-carpetas que se había ganado con Leyendas de pasión o Entrevista con el vampiro. Terry Gilliam le permitió demostrar que sabía actuar, pero antes ya sacó su lado oscuro en Kalifornia o Amor a quemarropa, por la que pasa como un suspiro. Su principal conspirador a la hora de afianzar su crédito actoral fue, por supuesto, David Fincher, aunque aquel excéntrico papel en Snatch también debió de dejar con la boca abierta a sus fans de instituto.
Desde la década pasada, Pitt lleva alternando proyectos de lujo ( Troya, la saga Ocean's, Sr. y Sra. Smith) con otros más personales y arriesgados. Su mera presencia sirve para levantar películas como El árbol de la vida, Moneyball o Mátalos suavemente, aunque sus seguidores más atentos sepan que nunca ha estado tan bien como en El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford. Si hacemos caso a sus declaraciones, lo que a él le gustaría es dejarlo todo y dedicarse a la arquitectura. Quizás esa sea la clave para descubrir la hipnótica geometría de sus labios.