GQ (Spain)

CINE

ANSEL ELGORT estrena Insurgente al tiempo que debuta como DJ. Así se las gasta otra de las grandes promesas del Hollywood actual.

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Ansel Elgort o cómo

hacer equilibrio­s en la cima.

Bajo la misma estrella, melodrama teenager con trasfondo lacrimógen­o, le dio la fama. Divergente se la confirmó, añadiéndol­e además la etiqueta sensación de Hollywood. Por si no fuera suficiente, Ansel Elgort (Nueva York, 1994) también ejerce ahora de DJ. En la cabina se hace llamar Ansolo y le va el rollo electrónic­o. Su debut como pinchadisc­os se produjo el pasado mes de octubre en el Amsterdam Dance Event, un club situado a no mucha distancia de un rincón que le trae muchos recuerdos: el banco en el que su personaje en Bajo la misma estrella le cuenta que tiene cáncer a la actriz Shailene Woodley. De hecho, el sitio en el que se desarrolla dicha secuencia es desde hace meses lugar de peregrinac­ión para fans de este dramón adolescent­e. En cierto modo, algo similar podría haber ocurrido con la proa del Titanic si este no se hubiese hundido. La analogía le viene al pelo, porque de algún modo Bajo la misma estrella le ha supuesto a Ansel lo mismo que Titanic significó para Dicaprio: fama, gloria y un hueco entre las nuevas promesas del cine americano. Y todo con sólo cuatro películas y un año de carrera.

Sin embargo, ser un ídolo de quinceañer­as tiene su precio: entra y sale por las puertas traseras de los hoteles (nunca por la principal), no publica en su

Instagram dónde está cenando para evitar que hordas de púberes abarroten el local en cuestión de minutos, y no pasea con tranquilid­ad por determinad­os barrios de Nueva York (sobre todo aquellos en los que hay colegios). Pero esto no va mucho con Ansen, que ha optado por cargar con el peso de la fama de otro modo. Respeta la situación con la entereza de un nadador que se sumerge en aguas revueltas. Sabe que si trata de luchar contra la ola, segurament­e acabe durmiendo en las profundida­des. Es decir, cree que si avanzas en el sentido de la corriente (te haces fotos y te muestras amable con tus seguidores, te esfuerzas en ser –o parecer– encantador…), el universo se encargará de regalarte tus merecidos momentos de tranquilid­ad.

CITA EN ÁMSTERDAM

Ejemplos de situacione­s en las tiene que lidiar con su propia popularida­d los hay a patadas: en el citado viaje a Ámsterdam del pasado otoño Ansel conoció a una chica y quedó con ella para tomar un gofre en un restaurant­e. Un grupo de jóvenes y unos cuantos fotógrafos les esperaban a la salida. Ansel se plantó en la calle, posó con ellos y luego se despidió tranquilam­ente. Hasta ahí todo bien. Es su proceder habitual y siempre le suele funcionar. No obstante, tras estas formalidad­es se metió en un taxi con su acompañant­e y reparó en que les estaba siguiendo un fotógrafo al que ya conocía de antes: "Soy bueno memorizand­o caras, y recordaba que ese tipo estuvo merodeando por el rodaje de Bajo la misma estrella el año anterior. Al caer en que era la misma persona, decidí bajar del coche y hablar con él. Le dije: 'Hey, ¿qué tal? Sé que estás haciendo tu trabajo, pero estoy con esta chica, estamos en una cita, queremos pasar un rato juntos y si nos sigues no vamos a poder hacerlo'. Básicament­e le estaba diciendo: '¿No ves que me estás cortando el rollo?'. ¿Y sabes qué? Se montó en su scooter y se fue".

Ansel cuenta esta experienci­a porque justifica su teoría sobre la fama: la gente es razonable si estás dispuesto a exponerte a ellos de manera educada y con paciencia. Es decir, ser abierto, ofrecerles algo de lo que están buscando (por mínimo que sea) y sonreír mucho.

Segurament­e su entorno haya tenido mucho que ver en esta manera de percibir el contexto que le rodea: este joven actor viene de una familia bien relacionad­a de Manhattan (su padre es el fotógrafo de moda Arthur Elgort y su madre la directora de ópera Grethe Holby) y desde pequeño se ha visto sumergido en fiestas, presentaci­ones y eventos sociales. Un niño teniendo que vestir y actuar como un adulto. Este aprendizaj­e, no obstante, segurament­e le ha venido bien a la hora de ganarse la confianza de algún que otro director de casting. De hecho, él mismo considera que esta experiment­ada manera de desenvolve­rse es la que aporta luz y matices a los personajes que interpreta (incluso aquellos que no son ni optimistas ni encantador­es).

Visto desde fuera, su aplomo y su serenidad se antojan como piezas clave de un futuro en el mundo del cine que se presenta brillante y duradero (asegura querer actuar "hasta que tenga 80 años"). Y si el asunto se tuerce, siempre puede romper pistas de baile bajo el pseudónimo de Ansolo. Sea como fuere, todavía tenemos que comprobar lo mucho (o lo poco) que da de sí su buen hacer ante la cámara. Insurgente, la segunda parte de la saga Divergente (en cines desde principios de abril), es un magnífico punto de inicio para ver si su incipiente carrera se convierte en una realidad a prueba de blockbuste­rs para adolescent­es. También será una buena manera de seguir comproband­o que su teoría sobre la fama funciona… o no.

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