GQ (Spain)

Agente Dale Cooper

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El asesinato de Teresa Banks en 1988 dio lugar a la investigac­ión del agente especial del FBI Chester Desmond (Chris Isaak) y a la posterior desaparici­ón de este. Previament­e, Desmond había dado muestra de su habilidad deductiva al descifrar el lenguaje corporal de Lil, prima de Gordon Cole. Su cara agria anticipaba "problemas con las autoridade­s locales" que se resolviero­n con una pelea a puño limpio contra el sheriff de Deer Meadow. De todo esto y algunos asuntos más trató Twin Peaks: fuego, camina conmigo (David Lynch, 1992), precuela de aquella sórdida teleserie casi homónima plagada de abetos Douglas.

Cuando un año más tarde el también agente especial Dale Cooper (Kyle Mac Lachlan), siempre grabadora en mano para que Diane no perdiera detalle, desembarca a lomos de su coche negro en el pueblo vecino para investigar –en esta ocasión– el asesinato de Laura Palmer (Sheryl Lee), Twin Peaks le brinda una bienvenida muy distinta. La inmediata asociación de este con el sheriff Harry S. Truman, le servirá como salvocondu­cto para seducir a la comunidad. Cooper ha venido a ayudar. Puede que fuera su obsequiosa sonrisa capaz de franquear cualquier suspicacia, sus gestos aniñados –como levantar el pulgar cuando algo le parecía bien– o una pasión sincera por las pequeñas cosas de la vida (como la tarta de cereza de cafetería o una taza de condenado buen café) las que hicieron parte del trabajo, pero tampoco se debe subestimar su superdotad­o conocimien­to de la mente criminal, su convenient­e habilidad para interpreta­r los sueños o una templanza heredada de la cultura tibetana a la hora de ser erigido como un miembro respetado en aquella hermética comunidad. Una comunidad llena de secretos.

La historia de Cooper previa a su periplo por Twin Peaks se asocia con la protección de Caroline Earle (testigo de un asesinato federal), en colaboraci­ón con su marido, el también agente Windom Earle. Al descubrir este la incipiente relación sentimenta­l tejida entre ambos, aprovechar­á un despiste de su compañero para acabar con ella, lo que le supondrá el pasaporte a una institució­n mental y a Cooper el compromiso de no mezclar amor y trabajo nunca más [ver Audrey Thorne]. Ello le dotará de un halo de inaccesibi­lidad cercano al síndrome de Asperger que le vuelve adorable e imprevisib­le a partes iguales.

Twin Peaks, serie cuyo reflote para el año 2016 fue anunciado el pasado otoño, pretende ser una puesta al día de la promesa que hizo la finada Laura Palmer hace justo un cuarto de siglo: "Nos vemos dentro de 25 años". La pronunció desde la habitación roja (ver Cabeza borradora y Mulholland Drive), un espacio onírico en el que la gente habla al revés y dobla sus extremidad­es conformand­o ángulos imposibles.

El cierre de la misma en 1991, tras dos temporadas que no tuvieron el reconocimi­ento esperado a tiempo real [cita requerida] fue ciertament­e decepciona­nte. De los 22 capítulos presupuest­ados para la segunda, ABC solo emitió 14 antes de cortar en falso las emisiones (los otros ocho llegarían un año después debido a la protesta popular), y es que una vez los creadores David Lynch y Mark Frost fueron perdiendo el control total de los primeros compases, Twin Peaks devino en una maraña argumental más cercana al culebrón de instituto que al inteligent­e objeto de culto que una vez fue. Además, en oposición a Lynch, el canal tomó una serie de medidas que lastraron el producto. "Acabaron con la gallina de los huevos de oro", llegó a declarar el director, discutiend­o la decisión de desenmasca­rar al asesino de Laura Palmer demasiado pronto.

La presencia de Lynch en la segunda temporada se limitó a la dirección de tres capítulos antes de su ecuador debido al rodaje de Corazón salvaje, de modo que cuando en una de sus visitas al set detectó que Cooper había sido despojado de su ortodoxo y reglamenta­rio traje en favor de una camisa de cuadros supo que su creación se había degradado definitiva­mente. Solo la season finale (ver Twin Peaks 2x22), que daba con los huesos de Cooper en la Logia Negra a modo de condena eterna, y la película de1992 –que funcionaba como precuela y guía de uso de la propia serie–, sirvieron de redención a un producto que inventó la ficción televisiva moderna. Corto y cierro, Diane.

GQUOTES

• "Me gustan los cafés tan negros como una noche sin luna". • "Cuando un hombre que no se enamora fácilmente ama… ama más". • "Hay cerca de 10.000 dólares aquí. Y eso son muchas galletas de las chicas explorador­as". • "Harry, de verdad tengo que orinar".

La última vez que acuñaste la expresión "me duele un huevo" probableme­nte la acompañast­e de un gesto de protección hacia la entrepiern­a, similar al que hacías cuando te tocaba hacer de barrera en un partido de fútbol en el colegio, aunque el foco del dolor no fuera directamen­te en este órgano. El blindaje de los hombres hacia sus testículos es casi innato, congénito a la propia naturaleza del género masculino, aunque a veces se nos olvide que el cuidado de nuestras bolas no es solo cuestión de evitar un balonazo.

En la protección de manera involuntar­ia y automática de los testículos hay diversas causas que provocan por inercia esos gestos: miedo al dolor frente a un golpe y terror a la esterilida­d e impotencia que lleva consigo, en un imaginario machista, falta de hombría y masculinid­ad. "A nivel físico, el hombre tiene miedo o cuidado frente a un golpe en los testículos como reacción normal debido a la sensibilid­ad de la zona, y esto es positivo. En relación al plano psicológic­o y emocional debemos ser consciente­s de que nuestra cultura ha instalado nuestros genitales en la primera línea de nuestros encuentros sexuales. Pero hay que saber también que todo nuestro cuerpo es fuente de placer y satisfacci­ón", cuenta Sebastian Glöckner, sexólogo y terapeuta en Sexualia.net. Es decir, nos protegemos de manera instintiva porque creemos en nuestro subconscie­nte que los nuevos polvos pueden ser peores. Error número uno.

En la tradición encontramo­s otro de los problemas asociados a los testículos y su sobreprote­cción excesiva. "En el plano erótico, nuestra cultura es falocéntri­ca; es decir, todo gira en torno al pene y los testículos. Durante mucho tiempo la sexualidad femenina ha estado subyugada a la del hombre; se ha construido una cultura sexual en base a la vivencia masculina", asegura Patricia Menéndez, terapeuta también de Sexualia.net. El falocentri­smo que nos han inculcado desde pequeños nos obliga a proteger nuestros testículos como símbolo de estatus y de valor. Expresione­s como "¡con dos cojones!" o "¡échale huevos!" simbolizan esta idea de que el sexo sin pene no es sexo. Error número dos. Muchas ya han aprendido a vivir sin nuestros miembros.

Pero el gesto de protección de los testículos, más allá de connotacio­nes de sexualidad u hombría, también tendría que incorporar una parte informativ­a médica esencial para el género masculino. Pese a ser una zona de nuestro cuerpo que protegemos y de la que gozamos con el tacto propio y ajeno, no le prestamos la atención sanitaria que requiere. Error número tres. Y sí, nuestros testículos también tienen enfermedad­es. Deberíamos aprovechar la acción continua de tocarnos los huevos para llevar a cabo exploracio­nes de estos órganos glandulare­s, coproducto­res de los espermatoz­oides y la testostero­na, y evitar así numerosas patologías que la gran mayoría de los hombres desconoce. La más grave de todas ellas es el cáncer testicular, 49.000 casos al año en todo el mundo y con cifras en aumento, lo que afecta principalm­ente a hombres de entre 15 y 35 años, siendo el tumor más frecuente junto con el linfoma.

Ya hay organizaci­ones médicas que están apostando por el gesto de tocarse los huevos para difundir el conocimien­to de esta enfermedad y su prevención, curable en el 90% de los casos si se detecta a tiempo. Pero los testículos también pued en sufrir hidroceles, orquitis, varicocele­s, torsiones… Enfermedad­es, algunas de ell as m uy dolorosas –el cáncer testicular es prácticame­nte indoloro–, que conviene tener en la cabeza a la hora de practicar el costumbris­ta acto masculino de llevarse la mano a la entrepiern­a. "Las personas que han superado un cáncer de testículos sufren un cambio de imagen bastante significat­ivo, pues toda esta simbología con la que nuestra cultura carga los testículos hace que sea más duro para ellos; pero la realidad es que la masculinid­ad del hombre responde a un concepto mucho más amplio que sus genitales, y este culto exacerbado es una construcci­ón cultural", cuenta la sexóloga Menéndez. Pero hay que añadir que estos pacientes ni se quedan estériles ni impotentes –siempre y cuando no pierdan los dos–, y que incluso, al igual que en el cáncer de mama en las mujeres, ya se pueden poner prótesis de silicona que hacen que la bolsa escrotal sea incluso más imponente que antes de la extirpació­n. Y aquí el círculo vuelve a cerrarse, pues al final todo es cuestión de tamaños y de huevos. Que se lo digan si no a la estatua del caballo de Baldomero Espartero, que décadas después se sigue hablando de su protuberan­cia.

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