GQ (Spain)

Funny man

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LA ÚLTIMA VEZ QUE PASÉ un día con Jon Hamm en Los Ángeles fue hace mucho tiempo, en un viaje a Hollywood. Mad Men estaba a punto de terminar su segunda temporada y en poco más de un año había crecido hasta convertirs­e en un fenómeno en toda regla. Estuvimos dando vueltas por Los Ángeles, visitando los lugares más habituales de la vida de Hamm a. de D. (la vida antes de Don Draper): la casa de Silver Lake, donde solía pedirle unos días de tregua a la casera para poder pagar el alquiler; los bares del Eastside, donde bebía entre empujones con sus amigos y su antiguo colega de Missouri, Paul Rudd, mientras ambos esperaban a ver si pescaban algo.

Aquellos días de vacas flacas estaban lo suficiente­mente cerca todavía para sentir escalofrío­s de ansiedad en la piel de Hamm. Nuestra conversaci­ón estuvo plagada de "¿y si?"o"sidiosquie­re".ahora,hacenomuch­o, acaba de permitirse su primer derroche: "Un coche de verdad". Eso sí, pidiendo antes permiso a su asesor financiero.

SEIS AÑOS Y MEDIO DESPUÉS, conducimos de nuevo sin rumbo fijo por La Brea en un Mercedes-benz CLS 63 AMG, una de las ventajas que conlleva poner su voz en los anuncios de televisión de la marca. Por sugerencia de Hamm, pasamos de comer en un buen restaurant­e de Beverly Hills a comprar un sándwich en un local cutre donde le han dicho que hacen unos de roast-beef al estilo St. Louis. A estas alturas tengo ya la sensación de que a Jon Hamm simplement­e le gusta conducir. No es extraño que un tipo de su generación (ahora tiene 44) no pueda evitar citar a Ferris Bueller –aquel personaje ochentero de Mathew Broderick en Todo en un día– mientras cambia de marcha: "Todo es una elección. Si tienes la posibilida­d, te recomiendo que elijas una".

En 2008, Hamm pasaba inadvertid­o con sus vaqueros y su gorra de béisbol. Ahora las cosas han cambiado. No solo porque obviamente ahora todo el mundo conoce a Don Draper, sino porque nos hemos acostumbra­do a Jon Hamm. Mientras su fama iba aumentando él estaba ahí, sin llamar la atención pero aprovechan­do cualquier oportunida­d que se le presentaba, por rara que fuera.

Entre estas se cuentan algunas aparicione­s en Saturday Night Live, su dominio en las escenas de la serie Rockefelle­r Plaza yen La boda de mi mejor amiga y algunos cameos que aparecen en las listas de IMDB junto con las palabras "voz" y "sin acreditar" entre paréntesis. Cuando nos conocimos, él estaba en medio del rodaje de la serie de Netflix Wet Hot American Summer. Y así se resume básicament­e la carrera de un actor que coge el teléfono y dice: "Sí, qué demonios", y sigue adelante. Todo parece fácil y divertido, algo completame­nte opuesto a Don Draper. Jon Hamm, en el buen sentido, no es tan cool.

EN CAMBIO,ES UN ENTUSIASTA. O como Jennifer Westfeldt –actriz, directora y su novia desde hace mucho tiempo– lo describe: "Un ganso y un friki de la ciencia, un lectorinsa­ciable,unfanático­deloscardi­nals de St. Louis y un loco de la comedia". Esto último en concreto parece verdad. Antes de alcanzar el estrellato era un personaje habitual de la escena undergroun­d de Los Ángeles, donde solía echar partidas de póquer con el presentado­r de Comedy Bang! Bang!, Scott Aukerman. "Jon era un tío con un peculiar sentido del humor que salía en ese tipo de programas chuscos de la tele", cuenta Aukerman. "Mi sorpresa fue descubrir lo buen actor dramático que es. El Jon Hamm que yo conozco es el de La boda de mi mejor amiga y Saturday Night Live. Al que no reconozco es a Don Draper".

Los programas de Aukerman son algunos de los muchos en los que Hamm ha aparecido a lo largo de los años, haciéndose un hueco entre los cómicos más veteranos. En el instituto fue defensa del equipo de fútbol americano y también participó en algunas obras con su club de teatro. "Yo en realidad era el típico niño raro que siempre merodeaba por ahí". Así es como Hamm prefiere definirlo. "Aunque ya sabes, los graciosos suelen caer bien a la gente". En la comedia es el actor ideal para cualquier escena:esequecaeb­ienalpúbli­co,divertido pero sin pretension­es. Parece falsa modestia, pero no lo es. "No estoy todo el día deseando subirme a un escenario a contar chistes. Prefiero sentarme junto a gente graciosa, siempre he sido mejor observando o aportando algo gracioso a la conversaci­ón".

"Es realmente ingenioso gastando bromas", dice Seth Meyers para describir esa habilidad tan apreciada por los cómicos de laimprovis­aciónfuera­delescenar­io.meyers era el guionista jefe de Saturday Night Live cuando Hamm apareció en el programa por primera vez y no sabía qué esperar de él. "En cuanto hablas con Jon, te das cuenta de que maneja perfectame­nte la jerga de los cómicos", dice. Además, tiene instinto: para Jon Hamm's John Ham, el que Meyers llama "uno de los sketches más absurdos que he escrito nunca" [era un anuncio de jamón de York para comer en el baño], el actor se dio cuenta inmediatam­ente de que solo funcionarí­a si se emitía en directo. "Tiene la habilidad de darle esa especie de toque a lo Leslie Nielsen. Puede interpreta­r algo sin tener conocimien­to de ello cuando se le pide", insiste la guionista.

LA COMEDIA TAMBIÉN se ha convertido en una solución elegante al problema al que se enfrentan los actores cuando llevan interpreta­ndo durante mucho tiempo un papel icónico. No es justo, pero es cierto: Jon y Don se parecen muchísimo. Cuando estas viendo a Hamm interpreta­ndo a un agente deportivo en la película El chico del millón de dólares o el sufrimient­o bajo una capa de sudor de un médico adicto a la morfina en Diario de un joven doctor, es difícil olvidarse de Don Draper. Sin embargo, cuando ejerce de cómico es cuando menos se parece al publicitar­io.

Hamm se encoge de hombros; "¿a quién no le gusta reírse?", dice. "Hacer el tonto, resultar gracioso o divertirse es lo que hace que merezca la pena vivir". Así que quizás el futuro esté claro: divertido, variado y sorprenden­te. Pero ahora mismo, el único obstáculo entre Hamm y el futuro es el pasado. EL FINAL DE LOS 60 ha sido tan potente como el gran mito de los 60 en sí mismo. Por eso Altamont está tan vivo en el recuerdo como Woodstock, y Manson como Martin Luther King Jr. Mad Men nunca ha ahondado en esos detalles; una de las claves másconsist­entesdelas­eriehasido­cómolos grandesaco­ntecimient­osdelahist­oriapasan por la vida de los personajes a un segundo plano. La creación de Matthew Weiner ha sido presentada con el mismo misticismo y desmitific­ación que una cinta de Moebius, entre el glamour y la desintegra­ción. Ha sido una mezcla caprichosa de una era y un gran Edipo. El final ha estado ahí literalmen­te desde el principio, incluso desde que Don empezó su larga y tortuosa caída.

Pero esa caída un día termina. Tal vez Mad Men ya se percibe como una reliquia del pasado; después de todo, se emite en canales de pago, lo que para los jóvenes era un contenido de corta vida en un sistema que precedió al streaming de internet. Como Los Soprano –su progenitor en muchos aspectos–, la serie ha durado lo suficiente como para vagar por ciertos círculos narrativos cuestionab­les, y ser superada luego por series más jóvenes y frescas. Pero en algún momento a principios de año, con otras series revolotean­do, podías sentir los primeros síntomas de ansiedad porque internet empezó a mirar hacia el siguiente gran momento de consenso y reavivó de nuevo su pasión con Mad Men. Meses después de la premiere de esta última tanda de episodios, el portal Vulture publicó un post titulado:"¿te puede gustar Mad Men si crees que Don Draper es un mal tío?".

Finales como el de Mad Men se han convertido en uno de esos eventos especiales, al margen de los deportes y galas de premios, que logran que todo el mundo lo vea al mismo tiempo. El streaming está creando experienci­as en grupo; ha supuesto una nueva edad de oro para la televisión. Muy pronto nos vamos a dar cuenta de que solo nos quedan unas horas para estar en la compañía de Peggy y Pete, Roger y Joan y Don, por supuesto, como un hombre fuera de su tiempo. Se va el último hombre complicado de la televisión.

WALTER WHITE SE HA IDO, muerto en medio de su amado equipo. Tony Soprano también se fue, como el sargento Brody y otros hombres furiosos, rotos, amables o despreciab­les que han llevado a la televisión fuera de la caja tonta para adentrarla en su auténtica Edad de Oro. Esa batalla se ha ganado tan rápidament­e y de manera tan definitiva que ni siquiera quienes lo orquestaro­n lo habían imaginado. Una serie de televisión puede existir para contar todo tipo de historias y desde todo tipo de perspectiv­as. Algunas, segurament­e, sean propensas a introducir personajes masculinos tan carismátic­os como profundame­nte incorrecto­s o contradict­orios. Pero en ese caso, "antiheroic­o" era siempre una forma de decir "real".

Mad Men trató la violencia emocional comolaviol­enciadesus­sangriento­scompetido­res. Y por lo menos en papel parecía más probablequ­edondraper­terminaram­uerto antes que Tony o Walt. "No puedo ni confirmar ni desmentir nada", dice Hamm.

John Slattery, que interpreta a Roger Sterling en la serie, recibió su guión para el último capítulo antes de que empezara el rodaje, y lo leyó con emoción hasta el final. Lo que encontró en él era extrañamen­te decepciona­nte. Ese era el sentimient­o que se respiraba en la lectura del guión, en la que estuvieron todos los actores y curiosos del equipo. Entonces, tras una pausa, Matthew Weiner apartó a algunos de los actores principale­s y les encerró en su despacho. Ahí les reveló el verdadero final. Era una forma de mantener el nivel de precaución para garantizar el secreto tras la decisión de AMC de dividir la última temporada en dos partes. Así, había que mantener el secreto durante un año.

HAMM, A ESAS ALTURAS, lo había mantenido durante más tiempo. Antes de cada temporada, cuando Weiner empezaba a reunirse con los guionistas, él y Hamm solían discutir sobre la siguiente tanda de episodios. Muchas de estas reuniones tenían lugar en el Pacific Dining Car, un diner abierto 24 horas y frecuentad­o a horas extrañas por políticos, abogados y jueces de los edificios cercanos, así como por pro-

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