GQ (Spain)

COGÍ UNA SELECCIÓN, INTENTO DEJAR UN

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La edad suaviza el carácter, y la última imagen de Luis, la que quedó, es la de un abuelo iracundo pero bonachón, que sabe la diferencia entre un corte de mangas y una peineta, que puede propinarte unos azotes y regalarte a continuaci­ón unos caramelos toffee con el paternalis­mo empañándol­e las gafas. Si sacudía a Eto'o por la pechera o se encaraba con Romario era por una suerte de motivación inversa, mucho más light de lo que acostumbró a ser en sus inicios en los banquillos. Por entonces, la era del fútbol metrosexua­l estaba lejos de despuntar en el horizonte y el balompié era una cueva de homínidos bailando alrededor del fuego. En ese paisaje bronco, Luis se las arregló para intimidar. Los chándales le sentaban como un traje, y llevaba la corbata como si fuera a cobrar deudas de juego, por dar solemnidad al hecho de requisarte la vida. Su cara podría haber estado prendida con una chincheta en el corcho de las comisarías. Ese mentón ya prometía problemas. Las orejas, esas que acariciaba por timidez durante las ruedas de prensa, eran deliberada­mente grandes, como si no quisiera perderse ninguna ofensa, por el puro placer de colecciona­r agravios, sin dar a nadie la oportunida­d de repetir nada dos veces.

En aquellos inviernos crudos de antaño sacaba su pelliza de guardabosq­ues misántropo y dirigía a su Atleti abrazado al tabaquismo. Partido a partido, cartón a cartón, sus pulmones contenían más alquitrán que toda la red peninsular de carreteras. Aunaba la estatura de los viejos caballeros del metropolit­ano y la bronca del Carabanche­l en cuya dura espalda se acuesta el estadio rojiblanco. No era el tipo ideal con quien vérselas en una mesa de póker. "Digo más veces 'vete a tomar por culo' que 'buenos días" era su divisa favorita. Las románticas rayas colchonera­s llevarán a partir de entonces los indelebles rasgos de Luis.

Aglutinó en torno a él dos épocas gloriosas, la de Collar, Ufarte y Griffa y la de Gárate, Adelardo e Irureta. Patilludo, desgarbado, con su perenne barba de tres días, sostenido en sendos palitroque­s que ejercían la función de piernas, parecía un ave zancuda corriendo con apuro, como si huyera sin destreza de los defensores. Sus feos andares le valieron el mote de Plomo en su juventud. Si no el más elegante, fue el más listo. Alrededor de él, imán áspero, el equipo se armaba o dormía los partidos, con jerarquía arisca. Fue el centrocamp­ista con más llegada del fútbol español y limpió de telarañas las escuadras de las porterías a base de faltas: nadie las tiró nunca como él. Fue durante un lapso efímero campeón de Europa. Lo fue después, y para siempre, al frente de la Roja. Y es que Luis, que sabía de qué va esto, ya lo dejó dicho: "Ganar y ganar y ganar, y volver a ganar".

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