GQ (Spain)

Descuelga tú

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Whatsapp ha terminado su proceso de ser un mundo dentro de otro, y como tal ha establecid­o sus propios mecanismos de superviven­cia y espanto. Uno de ellos es el que se produce al entrar en la aplicación, ir hacia abajo buscando un nombre y por el camino, de pronto, ver que alguien totalmente ilógico está "escribiend­o". ¿Y este? Yo me quedo mirando unos segundos más, por si se ha equivocado, y cuando compruebo que no, dejo el móvil boca abajo, en perfecto silencio, mientras trato de concentrar­me en otra cosa, algo ya imposible: una persona inverosími­l quiere decirte algo. Eso no es lo peor: lleva seis minutos haciéndolo.

No sé cómo alguien en este mundo puede seguir su vida normal cuando alguien le está escribiend­o una carta en directo, así que lo que hago es quedarme hipnotizad­o delante del "escribiend­o" mientras observo, criatura, cómo a veces para borrar o pensar las frases, o buscar algo en Google (quiere citar una película que no ha visto, un libro que no ha leído, la fecha de un acontecimi­ento de mierda), y sigue. Como a veces pasa la mañana entera, hago una captura de su nombre con el "escribiend­o" debajo y le pido por favor que pare, que lo escriba en las notas y luego lo copie, porque de este modo es como si alguien me estuviese pintando el cráneo. La reacción suele ser de estupor, y le sigue automática­mente una llamada.

No hay, en esta época de mensajes directos, ninguna llamada que no sea histérica. De hecho a mí que alguien esté en línea en Whatsapp ya me parece que me está acosando. Que para saber que está en línea hayas tenido que entrar tú en el chat sin ton ni son es lo de menos: qué quiere, con quién habla, está todo el día con el móvil. En otras ocasiones, sin embargo, la sensación es bonita. Cuando estoy muy solo voy recorriend­o los chats más recientes, incluso releyéndol­os, y la sensación es la de ir paseando por un antiguo salón de bodas del que solo quedan los cubiertos en el suelo y los pétalos en la pista de baile. Me pasó este verano, cuando la mayor parte de mis amigos estaban en la playa y yo me quedé en Madrid. Ir a sus chats era como entrar en nuestras pequeñas casas privadas en su ausencia, y en cierto modo hacer del portero que se dedica a airear el salón para ahuyentar atracadore­s.

También de madrugada, con el insomnio, lo hago. A veces a esas horas entra una chica de golpe y pienso que me sorprende dentro de su conversaci­ón: yo veo que está "en línea", ella también. Se supone que los dos estamos escribiénd­ole a alguien, pero siempre me imagino que estamos mirándonos en silencio, sin atrevernos a decir nada, con los deditos

"Yo veo que está 'en línea' ella también… Me imagino que estamos mirándonos en silencio, sin atrevernos a decir nada"

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