El hombre que sabía demasiado (sobre rubias) Sus obsesiones favoritas
Un nuevo lanzamiento editorial explora la obsesiva, cruel y confusa relación de Alfred Hitchcock con sus musas de cabellos dorados.
Llamaba nórdicas a las rubias. Para él, representaban la quintaesencia de la feminidad vulnerable. En su serie de entrevistas con François Truffaut, Hitchcock hace más de 140 referencias a actrices. La mayor parte de sus comentarios son neutrales, pero frecuentemente también resultan hostiles o displicentes. Ni siquiera las que en apariencia le caían bien –como Ingrid Bergman o Grace Kelly– suscitaron una sola palabra amable. Sin duda se sentía atraído por las mujeres, sobre todo por las rubias, pero nunca habló bien de ellas. Las consideraba seres sensuales pero anodinos, sometidos a absurdos impulsos sexuales. "No es que odie a las mujeres, sino que dudo que sean tan buenas como los hombres a la hora de actuar", dijo en los inicios de su carrera.
Las rubias eran más fáciles de fotografiar en blanco y negro, y consideraba que su frialdad y elegancia marcaban el contraste con el tipo de pasiones que deseaba mostrar bajo la superficie de sus retorcidas tramas. Podría decirse que sentía una fascinación asesina hacia sus musas de cabellos dorados, no en vano su primera película se tituló El enemigo de las rubias (1926) pero, paradójicamente, más que asesinarlas, a gran parte de ellas las convirtió en estrellas inmortales. Si quieres saber más sobre esta obsesión del rey del suspense, tu libro es Las fascinantes rubias de Alfred Hitchcock, de Serge Koster. Con su belleza fría y elegante, la inigualable diosa hitchcockiana y yaya de Carlota Casiraghi quedó reducida al papel de candidata al matrimonio en La ventana indiscreta.
Per l sexual del tío 'Hitch'