El placer de ver una serie mala
Quien no se haya tragado alguna temporada infumable que pase de página. Esto es para todos los que alguna vez hemos sentido el placer culpable de ver algo que nos da grima sin poder aparta rl a mirada de la pantalla.
Los Soprano terminaron un 10 de junio de 2007. Ese día hubo un luto silencioso que duró días, los necesarios para comprender que Los Soprano no había muerto como producto, sino que había provocado el nacimiento de una nueva era en la ficción televisiva. Con la serie de David Chase los guiones se volvieron más ácidos, los personajes más irreverentes, la fotografía más cuidada, en definitiva: la pequeña pantalla se volvió más grande. Las buenas historias comenzaron a trastocar nuestras acomodadas expectativas. Nos volvimos adictos a los hilos narrativos sin respuestas previsibles, productos dignos de un Oscar que también perdería Leonardo Dicaprio.
Pero entre todo ello sigue triunfando la nada narrativa. La relación que se establece entre una serie y un espectador fiel es de amor incondicional, y nadie manda en los corazones. Las series malas continuaron brotando en la era post-tony-soprano por una sencilla razón: el público las sigue reclamando. Y por otra razón todavía más obvia: lo que para ti es malo, para un señor sentado en su sofá de cuadros de Las Pedroñeras es una obra de arte, el súmmum de la perfección narrativa.
Pongamos las cartas sobre la mesa. Sigo viendo Anatomía de Grey y no os puedo dar ni un solo motivo coherente por el que lo haga más allá del vínculo correlativo satisfacción-drama que me genera. Si me dicen que una manada de ñus voladores atacarán a todo el cuadro de doctores devastando el Seattle Grace me lo creeré porque ya todo en Anatomía de Grey es posible. Y eso a algunos espectadores nos reconforta. Nos hemos familiarizado con el extremismo sentimental de sus vidas.
Las series malas son un placer culpable, como un telefilme de mediodía, o corear a Sonia y Selena en la ducha, o comer queso Brie a bocados. Cualquier espectador ha acumulado horas de visionado de personajes pochos, títeres sin alma, parodias pobres como el pelo de un kiwi, telenovelas que dejan a María Fernanda de las Mercedes a la altura de Walter White. Con Manos a la obra aprendimos la importancia de un buen gotelé. Con Los hombres de Paco que puedes enamorarte y no estar con esa persona, y estar, y no estar, y estar a escondidas, y no estar, y fugarte, y dramón. Ana y los siete nos provocó sonrisas y lágrimas, pero sobre todo lágrimas fuertes. El barco nos mostró que si desaparece la humanidad habrá una despensa suficiente como para alimentar a tu tripulación eternamente, aunque en metros cuadrados no sea superior a 40. Algunos llegamos agonizando a la cuarta temporada de Prison Break y reclamamos nuestro premio honorífico. Otros llegamos al final de Cómo conocí a vuestra madre acurrucados en el sofá entre los hijos de Ted Mosby. The Following nos generó un difícil seguimiento, paradójicamente. O amamos en tiempos revueltos Al salir de clase porque ahí había Física o química.
Por supuesto, hay series tan terribles que te obligan a una fuga prematura, pero son las que menos. La mayoría de las veces continuamos viendo los más tediosos productos porque hemos adquirido un poso sentimental durante temporadas. Necesitamos saber cómo terminan para, al fin, dejarlas ir en paz. Firmar su necrológica con la seguridad de haber estado a su lado hasta el último aliento. Las series malas consiguen relativizar ese mal día que has tenido en el trabajo, que dejes de pensar. Nos cuentan historias defectuosas, como la vida misma. Aunque al final siempre cabe la posibilidad de que todo haya sido un mal sueño de Resines.
Nombre
Fecha y lugar de nacimiento
Nacionalidad
Profesión
Género literario
Obra destacada
Jonathan Earl Franzen.
1
Objetivo: el mundo. Es en serio, eh: el alcance de la Agencia de Seguridad Nacional es ilimitada, tal y como desvelan los documentos
ltrados por Edward Snowden, que describen una operación de piratería dirigida a subvertir la infraestructura de internet. RESULTADO: Paranoia global y una reducción de la seguridad digital de todo el planeta.
2
2007: EE UU lanzó el gusano Stuxnet contra Irán para sabotear el programa nuclear del país. RESULTADO: Stuxnet logró trastocar los planes de Mahmud Ahmadineyad. El ataque sentó un precedente en la guerra cibernética, ya que los países comprobaron la e cacia de los ataques digitales para resolver disputas políticas.