Licor café
Por Manuel Jabois -
al que Clarissa, Meryl Streep, sorprende apartando trastos para abrir una ventana. Se va a tirar y ella lo sabe. Ahí está desmenuzada una pasión. El enfermo terminal sentándose en el alféizar con las piernas encogidas, evocando con su cuerpo, ovillado y sin misericordia, la infancia desértica de su vida. Estas son sus últimas palabras: "Has sido muy buena conmigo, Mrs. Dalloway. Te quiero. Nadie podrá ser más feliz de lo que tú y yo hemos sido". En la película hay un rasgo estremecedor: el rostro de Julianne Moore. Hay en esa interpretación no una película, sino una filmografía. Es la desolación sedada de una vida feliz y una casa con jardín y columpio a finales de la II Guerra Mundial. Todo lo inquietante que ocurre en esa película pasa fugazmente por el rostro de Julianne Moore. Su hijo, su marido, su libro de Virginia Woolf. Muchos años después el hijo huérfano de esa mujer tembló de frío sentado en el alféizar de una ventana con las piernas encogidas, apoyado en el quicio, y se dejó caer de lado.