GQ (Spain)

Señores primer0

Por Marta Fernández -

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que Michael Caine se dejó ver. De verdad. No pudimos hacerlo 14 años antes. Había ganado por Hanna y sus hermanas, pero estaba trabajando. Como siempre. La ceremonia tuvo que pasar sin él.

Tres décadas después, Paolo Sorrentino no estaba dispuesto a quedarse sin Michael Caine. Le escribió un papel que se habría ajustado también a las gafas de pasta de Toni Servillo. Un personaje que parecía haber sacado del armario de caoba de un balneario el traje blanco que el mismísimo Mastroiann­i manchaba de barro en Ojosnegros. Ese que solo pueden llevar los hombres que lo han vivido todo. Como su Fred Ballinger de La juventud, compositor crepuscula­r, artista derrotado en proceso de decadencia, macho en retirada que comparte recuerdos y pulsiones con su amigo de siempre, un Harvey Keitel que ve cómo los días de la juventud se escapan con su memoria marchita.

"A mi edad, estar en forma es una pérdida de tiempo", dice su personaje contradici­endo al Caine real. Y de nuevo el actor quiere hacerse pequeñito para que veamos solo su creación. Para que olvidemos que el tiempo no se malgasta si eres Michael Caine.

Lo demuestra Sorrentino: que la edad, como la belleza, está en el ojo de quien mira. Y tras esa montura de pasta de Caine se adivina la curiosidad intacta del principian­te. La misma voracidad en la mirada de cuando todavía le llamaban Michael Scott.

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del golfo más salvaje (y castigado por las olas) de la isla de Islay, el Camelot del whisky con turba. Un trago complejo, inundado de matices y aromas casi contradict­orios. Solo para paladares entrenados en las fuerzas especiales.

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