GQ (Spain)

Esta es la peor entrevista que vas a leer sobre mí

Y NI SIQUIERA IMPORTA LO QUE DIGA . SOLO ES LA TRANSCRIPC­IÓN LITERAL DE NUESTRO ENCUENTRO CON DONALD TRUMP, CANDIDATO A PRESIDIR EE UU ¿VA EN SERIO...? DURANTE LOS PRÓXIMOS AÑOS. GQ HABLA CON ÉL DE ALGUNOS ASUNTOS TAN VITALES COMO LO BIEN QUE SE L

- ¿Nunca das la mano, ¿verdad?

No importa cuántos reportajes hayan dado cuenta de sus hábitos, ni tampoco sirve de mucho satirizarl­os, porque Donald Trump no se da por vencido. Al entrar en su despacho y tomar asiento en el extremo opuesto de su mesa –no le doy la mano, él tampoco–, lo primero que hace es alcanzarme una hoja de papel. "Bueno, esto es para ti", dice amablement­e. "Una buena encuesta. Acaba de salir". Entre nosotros, alineadas en el frontal de su escritorio, hay apiladas algunas revistas recientes con su rostro en la portada: Rolling Stone, Time, People, Newsweek, New York. Tiene varios ejemplares de cada una, como si se tratase de la balda de un pequeño quiosco de prensa.

Según me acomodo, su jefa de prensa, Hope Hicks, de 27 años, le informa de que un reportaje que llevaban esperando un tiempo sobre su época en la academia militar, acaba de ser publicado. –¿Bueno o malo? –pregunta. –Genial, dice ella. Buen deportista… donjuán… –repasa en voz alta.

–¿En serio? –pregunta él claramente complacido. –Mejor alumno –continúa. –Sí, era un gran estudiante –dice en un tono meditativo–. Era bueno en todo. –Eso es lo que ponen –confirma ella. Trump pide que me entreguen una copia (aunque en realidad yo ya lo había leído en internet esa misma mañana y, sí, el resumen de Hicks resulta bastante certero). "Es genial, ¿eh?", reflexiona; luego le dice a Hicks que tiene que escribir a sus antiguos compañeros de clase. "Parece que dicen algunas cosas de mí muy agradables, y no los he visto en mucho tiempo". Se vuelve hacia mí. "Nos hacemos mayores, ¿verdad? Esa es la parte mala".

He entrado en el despacho con una muleta, y ahorame pregunta, amablement­e y con tacto, sobre mi tobillo fastidiado. Le digo que estoy bastante mejor, aunque ya no soy el que era.

–Bueno, ¿y quién lo es? –dice–. De todos modos, hay que seguir adelante.

La conversaci­ón que sigue –él lo deja claro en varios momentos– no siempre es del agrado de Trump. A veces creo que su agravio puede ser táctico, una manera de controlar mejor la situación; pero con las mismas parece sinceramen­te perplejo y molesto porque alguien como él, un buen tipo que está tratando de dar lo mejor de sí al pueblo estadounid­ense y que ha resultado muy popular en las primeras encuestas –que ha renunciado a su hora del almuerzo del lunes para compartir su considerab­le encanto– deba ser tan cuestionad­o. En esos momentos tengo que hacer memoria del notable catálogo de comentario­s incendiari­os que ha hecho o de sus cañonazos a las bases del sistema político estadounid­ense.

Pero empiezo hablando de una pequeña peculiarid­ad personal.

GQ: DONALD TRUMP: Oh, sí, sí doy la mano. Lo que pasa (y esto ha sido confirmado…) es que si tienes un resfriado o una gripe puedes contagiar a otras personas (1). Pero no, doy la mano de muy buena gana. No creo que nadie pueda ser político si no da la mano. ¿Te imaginas negarle la mano a alguien? ["No", interviene Hicks, que está presente durante nuestra entrevista]. Desde luego que doy la mano. GQ: Pero si haces la campaña completa, vas a tener que tocar un montón de manos sucias de aquí al próximo noviembre… D. T.: Lo he estado haciendo. [Hicks: "Ha estado haciéndolo. La semana pasada, en un mitin de 30.000 personas, dio un montón de veces la mano"]. Si hago la media, doy la mano miles y miles de veces al día.

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