GQ (Spain)

Señores primer0 STEPHEN KING, EL SEÑOR DE LOS TELÉPATAS

Por Marta Fernández

-

Que te asusten es como el sexo. La primera vez nunca se olvida. Lo dice Stephen King, que sabe mucho de esto. Del miedo y de sus placeres. De sacarte el corazón del pecho con una frase. Él nos descubrió la belleza del espanto. Pero hay una generación que le debe más que las taquicardi­as: nos enseñó que el universo puede esconderse en un objeto cuadrangul­ar y misterioso, un bloque de papel lleno de palabras. De monstruos. De insomnios. De historias. Él que tanto sabe de adicciones creó legiones de adictos a pasar páginas. Esos zombis que van por la vida pensando en el libro que han dejado en la mesilla. O el que espera agazapado en la mochila. Seres –que empiezan a ser de otro mundo– a los que llamamos lectores.

Lo fue el pequeño Stephen. Hasta que se puso al otro lado de la máscara porque quería asustarnos. Porque quería sacar de su cabeza historias que se agitaban como fantasmas. Aunque el adolescent­e de 14 años empezó –como todo el mundo– plagiando. Escribió un cuento sobre una película de serie B que había visto con su hermano en una de aquellas

sesiones eternas de palomitas y sangre: El péndulo de la muerte. De ese torpe intento aprendió dos cosas: la felicidad de juntar palabras y que hay quien está siempre dispuesto a aguarte esa felicidad abochornán­dote por las palabras que has juntado. Una profesora le confiscó el fanzine que había distribuid­o con su historia –previo pago de 25 centavos– y le abroncó por perder el tiempo con aquella bazofia. "Desde entonces he pasado muchos años, creo que demasiados, avergonzán­dome de lo que escribía", decía Stephen, hasta que entendió que todos los escritores han tenido que sufrir la acusación de desperdici­ar el talento que les ha sido dado. Para ciertas mentes bien pensantes es lo que ha hecho King: malgastarl­o en más de cuarenta novelas y millones de lectores. Esos que, sin caer en prejuicios, aprendiero­n el prodigio de la lectura en aquella supuesta bazofia, magnética y necesaria.

A algunos autores se los glorifica sin leerlos y otros son condenados aun con sus libros cerrados. Stephen King es de los segundos. De los que cargan con el estigma de la literatura de género, de lo sobrenatur­al, de lo exitoso. Olvidan los que le lapidan que pertenece a la misma estirpe de Poe, de Stoker, de Lovecraft, de Shelley o de Bradbury. Y olvidan que King utiliza el terror para hablarnos de la vida y sus misterios. De la oscuridad de nuestras almas. Carrie no es más que una fábula sobre la crueldad adolescent­e. Misery una pesadilla inspirada por la coca. El Resplandor es la tragedia del escritor devorado por el blanco sombrío de la página virgen. "Escribí aquella historia sin ser consciente de que hablaba de mí". Y de tantos otros. Y hasta Kubrick quedó seducido por los laberintos de la mente de Jack Torrance, un reflejo del laberinto del hotel Overlook. La bendición de San Stanley no sirvió para que alcanzara bula de los críticos ofuscados, aunque sí para que King blasfemara.

Bastaría con que leyeran su libro sobre este oficio, Mientras escribo. Guarda una de las metáforas más potentes de esto que tú y yo estamos haciendo ahora. Este hecho mágico. "¿Qué es escribir?", se pregunta King. "Telepatía, por supuesto". Solo así se explica que un autor pueda comunicars­e con sus lectores a través del espacio y el tiempo, de los kilómetros o los años. Que lo que King escribe sentando en su mesa de trabajo, en una esquina abuhardill­ada y protegida de su despacho, termine haciéndose corpóreo en tus manos, en tu libro, en tu sillón o en tu cama. Dos personas viendo lo mismo y viviendo la misma aventura. Dos mentes que se tocan. Telepatía. Fenómenos paranormal­es literarios. El sortilegio que nos convierte en oficiantes de la misma secta. Animales de la misma manada.

Por eso este artesano no se toma la página en blanco a la ligera. Porque hay que tener respeto por esta religión extraña. Y por el muso –el suyo es muso– que le espera en un sótano tenebroso con un saco de magia que solo abrirá después de haberle esclavizad­o obligándol­e a teclear párrafos y párrafos. Nos ha enseñado King que hay que escribir sin complejos y de corrido. Y que hay que quitar lo innecesari­o. Que tirar de los adverbios es humano, pero que saber colocar un dijo es divino. Borra todo lo que has leído hasta ahora y deja solo dos palabras. Quédate con ellas para la próxima vez que pases por una librería: Stephen King. Con eso basta.

"Escribires­telepatía:elautorsec­omunicacon­suslectore­s atravésdel­espacioyel­tiempo,deloskilóm­etrosolosa­ños"

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain