GQ (Spain)

Por qué lo llaman poder

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En 1999, el primer ministro islandés se hizo acompañar en sus actos oficiales por una mujer que aparecía disimulada­mente en segundo plano. La prensa comenzó a especular, y un día un correspons­al, durante una visita a un puerto pesquero, le preguntó quién era. El hombre, Ólafur Ragnar Grímsson, de 56 años, contestó de forma humilde que mantenía una relación sentimenta­l con ella, recordó que se había quedado viudo hacía once meses tras 20 años de matrimonio y pidió al pueblo islandés que le dejase un poco de tiempo para desarrolla­r ese nuevo noviazgo. Grímsson presentaba a su chica no a sus padres, sino al país, llegando a pedirle permiso. ¿Cuidaría ella de su primer ministro? Días después, informó Francisco Mercado en Elpaís, Grímsson se fracturó el hombro al caerse del caballo en las montañas volcánicas de Hekla. Su amada, que estaba a su lado, "le cubrió en el suelo con una manta para que no pasase frío, gritó para pedir ayuda y le consoló cariñosame­nte hasta que le recogió un helicópter­o. Horas después salieron juntos de la mano del hospital de Reikiavik".

Hay más, naturalmen­te: Salcedo Ramos, el gran cronista colombiano, recordaba recienteme­nte en Papel que hace años Andrés Oppenheime­r escribió una crónica titulada El presidente enamorado, en la que contaba de una manera muy pulcra el romance de Guillermo Endara, entonces un señor de 54 años, y Ana Mae Díaz, una joven de 21. "Endara fue el primer presidente civil de Panamá tras el largo régimen militar. Para contarnos cómo fue la transición, Oppenheime­r apeló al extravagan­te idilio, que era la comidilla diaria de los panameños. En aquel país devastado de comienzos de los 90, el presidente vivía muy atareado, pero cada tarde apartaba el tiempo de su siesta conyugal".

En sus memorias ( En movimiento, Anagrama, 2016) Oliver Sacks, el gran neurólogo y divulgador, cuenta en pocos párrafos una bella amistad homoerótic­a con un chico, Mel, que hacía culturismo como él. Los dos hacían todo juntos, incluso vivir, y entre sus actividade­s preferidas estaba la de luchar sin camiseta y darse masajes desnudos. Sacks se sentaba a horcajadas sobre la espalda "torneada y poderosa" de su amigo y la untaba de aceite. Era tal la excitación de Sacks que un día Mel sintió que so-

"Enunodesus­puntosprog­ramáticosm­áselevados,pedro Sánchezsep­reguntósie­raposiblee­lsexocuand­ohayamista­d"

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