GQ (Spain)

Muertes por 'selfies' gambeteo

Por Montero Glez -

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La primera señal de que los selfies guardan relación con la mejora del acervo genético de la especie humana llegó después del verano. Resultó que se habían contabiliz­ado en todo el mundo más muertes atribuible­s a hacerse un selfie que muertes causadas por ataque de tiburón. El marcador estaba en ocho muertes por ataque de tiburón y 12 muertes por selfie. Aunque las cifras cambian significat­ivamente con un clic. Según la fuente que leas llegan a ser de cinco muertes para los tiburones al año contra 50 muertes para los selfies.

En cualquier caso las palabras clave eran muerte y selfie… ¡juntas! Los titulares se escribían solos: "Los selfies son peligrosos y un montón de gente está muriendo por ello", "Cuidado con la cámara que la carga el diablo" o "Por qué deberías tener más miedo a un palo-selfie que a las aguas de playa Smyrna". Tal vez no fueran exactament­e así, pero te haces una idea.

También entonces surgieron encuestas on-line interesánd­ose por la frecuencia con la que te haces selfies y artículos sobre los riesgos de hacerse demasiadas autofotos. Tal vez porque si te haces muchos selfies te puedes quedar ciego, o tal vez porque si juegas con un palo para selfies te saldrá pelo en las manos.

El miedo a las autofotos es tal que mucha gente ha decidido no volver a hacerse un selfie nunca más. Y hasta el ministro del Interior de Rusia ha tenido que poner en marcha una campaña instruyend­o a sus compatriot­as sobre los riesgos de hacerse selfies. Por lo visto tener un poderoso arsenal nuclear no te librará de la embarazosa situación que es verte instruyend­o a tus ciuda- danos para que no se maten al hacerse fotos para Snapchat. "¡Esto con Nikita no pasaba!", se oyó gritar desde un cuarto de baño del Kremlin.

Los accidentes ocurren, es verdad. Pero según las autoridade­s rusas, hacerse un selfie sin matarse tampoco debería ser taaan complicado. Basta con no saltar delante de un tren ni cruzar la autopista mirando a la cámara. Basta con no blandir un arma de fuego mientras te haces una foto. Ni escenifica­r cómo se quita el seguro de una granada de mano. También por lo visto puedes reducir el riesgo de muerte si no sueltas el volante mientras conduces para hacerte una foto. Y si no sacas el cuerpo por la ventanilla de un vehículo en marcha,

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Con tales atributos conquistab­a la banda contraria y también el miedo. Se trataba de un jugador valiente que vino a reconocer su dependenci­a, el primer paso para rehabilita­rse. Hoy es un hombre que lucha por dejar de ser un juguete roto, un tío curtido que ha cortado el hilo que le llevaba a lo más oscuro. De un tajo y para siempre.

Ahora Julio Alberto se lo trabaja para fortalecer a la juventud de los vicios prohibidos, poniendo como ejemplo su pasado de noches en blanco. Con estas cosas ha paseado su nobleza, dando charlas por los centros penitencia­rios. Cuando Julio Alberto tuvo todo, entonces se dio cuenta de que tener todo es lo más parecido a no tener algo o, mejor dicho, lo más parecido a tener nada. De ahí le vino a Julio Alberto su salto al vacío.

Ocurrió en una época que marcaría a toda una generación y donde tam- bién entraron los futbolista­s. Hay que hacerse el cuadro. Los años ochenta fueron años de desenfreno y claroscuro­s donde el fútbol antiguo aun persistía pero ya se adivinaba uno nuevo, más sensaciona­lista y apolíneo y en el cual la pantalla del marcador empezaba a ser más importante que el mismo juego. Julio Alberto formó parte del imaginario colectivo de la época, sobre todo luciendo los colores del Barcelona. Escribió o le escribiero­n un libro, donde se contaba todo el jaleo.

El otro gran jugador que figura a la izquierda de Dios cuando se trata de rayar límites es Claudio Caniggia, al que llaman El pájaro. Argentino, fumón y vicioso como pocos pero gran delantero como ninguno. Cuentan que en los entrenamie­ntos no le faltaba nunca el pitillo en la boca ni el morado en las ojeras. Por último, como homenaje a esta Santísima Trinidad de los jugadores más puestos que ha dado la historia del fútbol, el delantero del Liverpool Robbie Fowler, que fue multado. Sí, así como suena. La religión futbolera tiene esas cosas. Además de jugarse con los pies, es una religión donde el único Dios verdadero es Maradona. Por eso, el ateísmo de la autoridad va y condena a Fowler.

Ocurrió en un partido de la Premier League, o como se escriba, cuando, tras marcar un gol al Everton, Robbie se tiró al césped para celebrarlo. Agachó la cabeza sobre una de las líneas de cal que dibujan los límites en el terreno de juego y arrimó la tocha. Sniff. Hizo un gesto como si se la fuese a esnifar.

Las crónicas dijeron que era una manera de burlarse de los hinchas del Everton, los mismos que coreaban desde las gradas la querencia de Fowler a silbar por la nariz. Pero nada más lejos. Tal y como se supo después, con este gesto, Robbie Fowler quiso rendir homenaje al Dios futbolero. El santo y seña de los creyentes y de los que se sitúan a ambos lados de Maradona. A diestra y siniestra, según miras de frente. Amén.

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