GQ (Spain)

'Sniff'

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No solo Maradona ha sido ejemplo para la juventud en lo que a vicios se refiere. Lo que ocurre es que alguien tiene que llevarse la fama y lo de pasarse de la raya da mucho juego. Sobre todo para los que se lucen con las miserias de los demás. Estamos tan intoxicado­s que, sin amarillism­o, la prensa deportiva sería más aburrida que una tarde sin tabaco.

Como aun queda cajetilla para darle al vicio que pide la sangre, vamos a arreglarlo recordando a la Santísima Trinidad de grandes jugadores que no dejan de serlo porque les silbe el tabique nasal cuando respiran. Todo lo contrario. Porque esas tochas sagradas tienen nombre, dueño y apodo.

A la derecha de Dios, según se mira de frente, tenemos a Julio Alberto, su compañero de correrías en Barcelona. Vivía en una noche lo que otros no son capaces de vivir en toda la vida. Ganó dinero, pero mucho menos del que quemó en hacerse turulos y rayas sobre los espejos que confundier­on su consumida imagen. Llegó un momento en que su estampa perdió tanta carnadura que tenía que pasar dos veces por de- lante de alguien para que le terminase de reconocer. "Eh, tío, ¿tú no eres Julio Alberto, el del Barça?"

Con todo, por mucha farlopa que quieran hacerle pagar a Julio Alberto, este dominaba el juego como nadie desde el centro del campo. Un jugador que mezclaba astucia y velocidad, nervio e idea, visión de juego y arranque.

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