Días de vino rosa
Aléjate de los prejuicios. El rosado no es solo un color. Brindamos por el auge de nuevos caldos con este pantone.
El vino rosado está de moda. En las catas suele triunfar. Y es absolutamente chic. ¿Qué han hecho Angelina Jolie y Brad Pitt en sus viñedos de la Provenza francesa? ¡Vino rosado! Pero a pesar de su auge, hay que tener agallas para pedirlo en el restaurante. En primer lugar, existen tabúes: se cree que es cosa de chicas, como coger una taza con dos manos o asistir a pijama parties. Y luego está el color... Según el gourmet esteta y algo psicópata que protagoniza la novela En deuda con el placer (escrita por John Lanchester), uno sospecha que Dios es un hortera cuando ve la abundancia del color rosa en la creación.
Disipemos prejuicios y malentendidos. No es una mezcla de vino blanco y tinto (o no siempre: solo se admite en la región francesa de Champagne). Se produce poniendo el mosto en contacto con el hollejo de la uva, que le dará su color pálido, durante un corto espacio de tiempo (pocas horas y nunca más de 48), macerando en frío. Luego se descartan las pieles de uva y se le deja fermentar. Como es en la piel donde están los aromas más fuertes, el resultado será más suave y parecido a un blanco.
Son vinos rockeros: viven y mueren deprisa (se oxidan pronto y no duran más de un año), y dejan un retrogusto bonito. Su color es atractivo, son ideales para las felices estaciones cálidas, cuando su frescor los hace más apetecibles (de hecho, a partir del invierno posterior a la vendimia sus propiedades decaen) y hay que servirlo a una temperatura de entre 6 y 8 grados. ¿Maridajes? Casi con cualquier cosa, pero mejor con pastas, arroces o pescados. En ningún caso con comidas de sabor muy fuerte. Sobre la copa correcta para servirlo, no seas tiquismiquis: vale un vaso chato. Fresco, informal, con un punto de desafío al estatus de los tintos. Es el nuevo vermú. ¿Por qué resistirse?
y el buen gusto en esta recoleta sala, que enmarca una cocina clásica reescrita por Carlos Oyarbide, el último preciosista. Tras diez años "de retiro activo" en Marbella, se instala de nuevo en la capital, en el barrio de Salamanca. Carmen Miranda, su mujer, domina la sala. Los clásicos: croquetas semifluidas de leche de oveja latxa; huevo a baja temperatura sobre menestra y merluza al pilpil con pimientos cristal. Precio: 60 €.
El arte rebosa por cada rincón de este local de cuatro espacios, con un comedor clandestino. De la mano del empresario José María Parrado se reabre esta casa, muy enraizada en Barcelona, como bistró. Mariana Isaza respeta la cocina tradicional pero con guiños nuevos. La coctelería juega un papel importante. Los clásicos: lenguado meunière, filete al Chateaubriand, arroces de conejo y de sepia y el cap i pota. Precio: 35-45 €.