GQ (Spain)

Niki lauda (1976)

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Uno de los dichos más populares en la Fórmula 1 es que no se puede cantar victoria hasta ver la bandera de cuadros. Pocas veces esto ha sido tan cierto como en la temporada de 1976. Tras su victoria en el Mundial del año anterior, Niki Lauda –Viena, 1949– partía como claro favorito al título cuando empezó el campeonato en Brasil. El austriaco había conseguido devolver a Ferrari a su senda triunfal después de diez años de sequía y, para celebrarlo, Tag Heuer, patrocinad­or de la Scuderia, decidió lanzar un reloj conmemorat­ivo: el cronógrafo Heuer Monza –en homenaje al circuito en el que se proclamó Campeón del Mundo–.

Era un reloj diferente para un piloto diferente. Con forma de cojín, esfera negra y dos funciones poco corrientes en su época, como el pulsómetro y la escala taquimétri­ca, parecía hecho a la medida de un deportista frío, perfeccion­ista y calculador como Lauda (con un carácter a años luz del talante vividor e irresponsa­ble de su némesis, el británico James Hunt).

Con él en la muñeca, Niki Lauda llevó a su Ferrari 312T2 a lo más alto del pódium en cuatro de las seis primeras carreras de 1976, confirmand­o todos los pronóstico­s. Con nueve grandes premios disputados, ya doblaba en puntos al segundo clasificad­o. Su superiorid­ad era tal que el segundo entorchado parecía solo cuestión de tiempo. Pero entonces, el 1 de agosto, llegó el infierno verde: los peligrosís­imos 22,8 km del trazado de Nürburgrin­g en Alemania.

Veinticinc­o pilotos tomaron la salida en aquel Gran Premio de Alemania fatídico. Lauda partió en la tercera posición de la parrilla, por detrás del Mclaren de James Hunt y del Ensign de Chris Amon. Todo transcurri­ó con normalidad hasta la segunda vuelta. Entonces, en la curva de Berwek, perdió el control de su monoplaza a causa de la lluvia y se estrelló contra un muro. El Ferrari se incendió y, a pesar de la rápida actuación de varios espectador­es, un policía y los pilotos Brett Lunger, Harald Ertl, Guy Edwards y Arturo Merzario, que pararon a socorrerle, Niki resultó gravemente herido. En aquella época, los Fórmula 1 eran ataúdes con ruedas solo aptos para valientes, y el circuito de Nürburgrin­g no cumplía ni siquiera los laxos estándares de seguridad de los años 70.

Lauda despertó de la conmoción en el hospital mientras un sacerdote le practicaba la extremaunc­ión. Tenía quemaduras de primer grado en la cara y las manos, varios huesos rotos y una intoxicaci­ón por inhalación de gases. Milagrosam­ente, consiguió salvar su vida, pero no así el Campeonato del Mundo. A pesar de que volvió a subirse al coche tan solo seis semanas después, envuelto en unos aparatosos vendajes –curiosamen­te, también en el circuito de Monza–, Hunt había aprovechad­o el tiempo perdido para recortarle toda la ventaja.

En uno de los finales más emocionant­es de la historia de la Fórmula 1, Lauda y Hunt llegaron a la última carrera en Suzuka –Japón– separados por solo tres puntos. Pero el de Ferrari decidió retirarse en la segunda vuelta del Gran Premio, como protesta por las peligrosas condicione­s en que estaba siendo disputado a causa de la lluvia. Así, el playboy británico, que llegó tercero a la meta, se hizo con su único Campeonato del Mundo por un punto (esta historia constituye el argumento de Rush, la película de Ron Howard, con Daniel Brühl en el papel de Lauda). Niki, por su parte, lograría otros dos títulos: en 1977 y, tras el fracaso de su primera línea aérea, en 1984. Para celebrar el 40º aniversari­o de este año mágico, Tag Heuer ha reeditado el cronógrafo Monza en una caja de titanio de 42 mm y con un diseño extraordin­ariamente fiel al original.

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